“¿Vos podrías rapiñar un Abitab?”. Su pregunta no es retórica y queda claro en el tiempo que se toma para que caiga una respuesta mientras te mira fijamente y con la atención de quien debe ir a resolver otros problemas pero no deja asuntos pendientes por el camino. “No sabés cómo se hace. Los tipos la tienen clarísima, es un oficio. Saltan de dos pisos y no se rompen ni un hueso, los persiguen a balazos y salen vivos”. Habla de un mundo cercano pero desconocido y de unas habilidades y aprendizajes que se deben contemplar para entender de qué se está hablando.
“Mirá que mañana te puede tocar a vos”, advierte. “Te peleás con alguien, de repente se golpea la cabeza y marchaste. En la cárcel las armas son medievales, tienen espadas y te van a probar en seguida: si no respondés, marchaste”, asegura, y se acuerda de una de sus primeras visitas a un penal: “Me recibe un grupo de muchachos, todos menudos, yo tenía 40 años y la verdad es que pensé que no me podían hacer nada. ‘Tenga cuidado’, me dijo el comisario. Todos estos que están acá llegaron después de haber ganado un duelo a muerte”.
Son las ocho y media de la noche y Aureliano Nano Folle ya presentó una decena de noticias en Subrayado, vestido sin corbata y con un corte de pelo que dice mucho del triunfo de su autonomía estética. Hubo una trifulca entre hinchas de fútbol y un analista social presentó su mirada sobre los nuevos tipos de violencia en Uruguay. Además, dos cuidacoches se pelearon a machetazos en Carrasco y un hombre fue apuñalado en el abdomen en Flor de Maroñas.
Su día laboral arrancó de mañana, en 970 Noticias, el periodístico dialogado de CX 22 Universal; bromeó muchas veces con sus compañeros y confesó que su superhéroe favorito era Linterna Verde por su capacidad de vencer el miedo.
“Ya está terminada mi carrera, no aspiro a más nada”, dirá, al mediodía, sentado en un bar de 18 de Julio, con una respuesta que liquida una pregunta inconclusa. “La crónica policial me dio todo lo que sé y lo aprendí con delincuentes y policías. No era lo que buscaba, la decisión se la debo a Mario Delgado Aparaín. Me dijo: ‘Ahí vas a encontrar la condición más pura del ser humano. Tenés que hacer como el colibrí con el néctar de las flores’”.
En su privilegiado y cómodo lugar de presentador de noticias del informativo central de Canal 10, no deja de hacerse las mismas preguntas que le venían a la cabeza cuando pasaba en la calle, alerta ante cada nueva pista. No lo puede evitar, confiesa. “El primer caso que me tocó fue el de un policía que había descubierto una red de prostitución y al que mataron sus propios compañeros”, relata. Ya lo había dado por terminado. Voy a grabar un copete y de repente se me acerca un hombre de bigotes, era un comisario retirado. ‘¿Usted no se preguntó por qué el paragolpes no tiene golpes si el auto chocó contra el puente? Si la bala salió de la cabeza, ¿por qué no está en ningún lugar?’, me dijo, y eso me empezó a abrir los ojos. Es mágico lo que sucede cuando te metés donde anduvo el mal. De repente hay gente que te ayuda y empiezan a pasar cosas”, explica.
¿Cómo empezás tu día?
Me levanto a las cinco de la mañana, hago el mate, escucho algunos titulares para ver de qué va la agenda y si hay algo nuevo, hago una pequeña meditación y veo mi día por delante. Yo vivo en Ciudad de la Costa, así que vengo por la rambla manejando, que es algo que me gusta mucho. Siempre pongo música. Me gusta el rock and roll, el blues y el jazz. Y de vuelta, cuando la cabeza está muy acelerada, también puedo poner algo de música clásica.
¿Lo de la meditación es algo nuevo?
No tanto. Es simplemente un estado de cierta tranquilidad interior que me ayuda a ver por qué quiero salir a la calle a laburar y cuáles son mis motivaciones. Puedo estar uno o 20 minutos, nada muy especial, pero sí necesario.
Para una carrera como la tuya supongo que la autorregulación emocional parece una cosa imprescindible.
Sí, incluso antes de empezar en los medios fue algo que me di cuenta que necesitaba por mi propia forma de ser. Soy muy impulsivo y muchas veces actué antes de tiempo. Muchas cosas me pasaron antes de que yo ingresara en el área policial, a la que entré con 40, y si no me encandilé con las luces de la ruta es porque ya venía con algún conocimiento del dolor humano y de algunas cosas que me permitieron entender y situarme con cierto equilibrio frente a un entrevistado.
¿Me contás de Francisco Paco Amaral?
Yo entré al diario El País con 23 años en el 77, plena dictadura. Era muy difícil ser periodista en aquel momento. Ya había salido un montón de gente del diario. Quedaban algunos, a los que no les habían encontrado motivo para sacarlos. Uno de ellos era el viejo Francisco Paco Amaral, lo tenían encerradito haciendo entes y servicios descentralizados. En aquella redacción nadie te daba bola, era como un nido de abejas, había cinco secretarios de redacción; abrías una puerta y te encontrabas con el taller con linotipos en caliente. Era una cosa fascinante.
Paco era un hombre que hablaba muy poco, pero la cuestión era que cuando decía algo en una reunión todo el mundo se callaba, sus compañeros sabían que lo que iba a decir no merecía ser interrumpido. Un día se armó una discusión sobre periodismo y que tal escribía como tal otro, y que Fulano conseguía no sé qué; él participaba callado, hasta que en un momento dijo: “Buenos periodistas hay muchos, pero hay una rara avis que es aquel buen periodista que conjuga con una buena persona; esa especie se extraña en esta profesión”. Yo dije “Pah, de esto tengo que tomar nota”. En el transcurso de la carrera, el periodista alcanza cierto lugar de poder y ahí es el asunto: “¿Qué vas a hacer cuando llegues?”. Yo todavía no entendía mucho y esa frase de Paco me acompañó toda la vida.
¿Quién te enseñó a contar historias?
Ya de niño, mi familia se reunía para que yo contara grandes mentiras, grandes historias. Es algo innato.
Y después fuiste desarrollando ese talento.
Sí, después empecé a encontrar las historias detrás de las personas. Cuando salga esta nota en el diario va a salir una foto con mi cara, pero ¿qué hay detrás?, ¿qué hay antes y después? Esas son cosas que siempre me desesperan. Cuando la gente ve una noticia por ahí, juzga lo que pasa en ese momento. La cara que tengo hoy es producto de la vida que he vivido. Dentro de diez años, si estoy vivo, voy a tener otra cara con las marcas de las cosas que me pasaron. Yo entendí que la percepción de la verdad está detrás de lo que veo. El periodista tiene que poder ir más allá de la noticia para acercarte a esa verdad.
Tu nota al Rambo uruguayo sigue siendo uno de los grandes momentos de la televisión nacional. Uno de los aspectos más llamativos es la forma como te vinculás con ese entrevistado. Nunca perdés la seriedad.
En la crónica policial hay mucho humor y mucho ridículo, pero la clave es no creerte que estás en el tinte de lo que está pasando, tenés que dejar que las cosas vayan pasando para ver qué más te podés encontrar. Si vas con una intención favorable, la magia sucede.
Sos un reconocido fumador. ¿Cómo venís con eso?
Es una droga, fumé toda mi vida muchísimo, desde los 11 años. Antes fumaba cigarros negros, ahora no venden más. Me acaban de operar de un cáncer de pulmón y volví a fumar. Ahora empecé un tratamiento y voy a dejar el cigarro. Es mi último contrincante.
¿Por qué fumás?
Yo creo que fumo para poner una cortina de humo en algunas cosas. Quizás es en el único lugar donde dejo que el miedo me atrape.
A la par de tu trabajo como cronista policial, te has metido a estudiar en profundidad las raíces de la violencia y el delito y escribiste un libro al respecto, La otra mirada (Planeta, 2014). ¿Qué respuestas encontrás a esas problemáticas en este momento?
Una vez fui a una rapiña en una casa de té en Carrasco. Había cuatro señoras a las que les habían robado las carteras. Estaban en estado de exaltación. Habían sido compañeras de clase de mi madre, que murió cuando yo era niño. Una me reconoció, me dijo “¡Nanito!”. Me senté en la mesa, me empezaron a contar que les habían apuntado con un revólver y otra me dijo: “¡Hay que matarlos a todos!”. La miré y le pregunté: “¿Y cómo los mataría? ¿Dónde los van enterrar?”. “Ah, no sé, ni idea”, me respondió. Si no sabe, no lo diga. También le pregunté: “¿Cómo se lo explicaría a sus nietos?”. El “hay que matarlos a todos” lo oyen sus nietos y también ellos. Están al tanto de todo de lo que pasa, tienen un ojo mucho más entrenado que el nuestro; son aves de rapiña. El tipo está arriba junando, y vos sos la liebrecita que va por abajo. Pero ¿por qué le dio a ese tipo por convertirse en ave de rapiña? Ahí empieza un poco la verdad.
Empezaste en la crónica policial en el 2000. Hoy se dice que estamos en un momento particularmente violento. ¿Cómo creés que cambiaron el delito y la violencia en los últimos años?
Siempre hubo violencia acá. Se cree que vivimos en un país pacífico y nunca fue así. Es un tema muy complejo. A [Eduardo] Bonomi [exministro del Interior] le llevó ocho años darse cuenta de que es un tema multifactorial. Lo admitió en los últimos dos años en un acto de la Policía. El problema de los ministros del Interior es que llegan y terminan el mandato cuando empiezan a aprender. En cinco años no podés hacer mucho. Todo el mundo sabe que para solucionar el tema de la inseguridad en Uruguay tenés que hacer un acuerdo político y que los frutos los vas a poder ver dentro de 15 o 20 años. ¿Y cómo conseguís votos?
Y el gran problema –y en eso tienen responsabilidad todos los partidos políticos– es el crecimiento desmedido de los asentamientos. Pocos saben lo que es vivir en ese tipo de lugares. No tiene nada que ver con cómo vivís vos o cómo vivo yo. Es otro planeta, es otro código, es como la cárcel. Y llevamos tres o cuatro generaciones de niños que se criaron ahí.
La gente escucha la noticia del violador de las dos mujeres del otro día, y lo primero que surge es: “Hay que matarlo, hay que castrarlo”, y es lógico, porque a uno también le pasa. Te ponen la historia del tipo: abusado y la madre lo cagaba a trompadas. ¿Tiene razones para cometer delitos? No, porque la víctima no tiene la culpa. Pero la mayoría de las personas que delinquen también te están reclamando por el olvido que sistemáticamente venimos haciendo para quienes viven de Avenida Italia para arriba.
Llega el fin de semana y cada uno arranca para su casa. Asadito y no me la compliques. No nos dimos cuenta de que está creciendo algo y que somos nosotros mismos los responsables. Esa falta de empatía y de quedarnos sólo en lo nuestro creo que es un resabio que nos quedó de la dictadura militar, porque Uruguay antes era diferente. Cuando a alguien en el barrio le faltaba un plato de comida, siempre aparecía un vecino que lo podía recibir en su casa con lo que tuviera para darle. Eso ahora es mucho más raro.
¿De dónde sale la violencia del que tiene un buen pasar y dice “Hay que matarlos a todos”?
Sale del odio. Yo me pregunto mil cosas. Viste que los pibes y las pibas hoy no se quieren casar y no quieren tener hijos. ¿Por qué pasará? No damos una esperanza, la vida se convierte en algo terrible, y en lugares como los asentamientos es mucho peor. Por ahí el único momento de tener algo en la vida es protagonizando un hecho delictivo. Lo dijo El Pelado, un delincuente juvenil que fue un fenómeno de la prensa. “Para ser alguien tenés que matar o hacer algo terrible”. No nos damos cuenta de eso.
Ahí también tiene que haber un gran acuerdo para trabajar en la primera infancia. El bebé tiene que tener amor, alimento, calor. Y el entorno: después, cuando vaya a la escuela, no se puede encontrar con otro par con un fierro, pronto para ir a robar.
Tenemos un muro como el de Aldoux Huxley en Un mundo feliz. Acá están los negros y acá estoy yo. Tengo derecho a que no me roben, ¿y el tipo? No es un extraterrestre. ¿Por qué no hay laburo para la gente que sale de la cárcel? Los tipos salen al mercado a ver quién les da una oportunidad, nadie los toma y agarran lo mejor que consiguen, como haría cualquiera. Te pongo un ejemplo: las rapiñas bajaron porque el narcotráfico es más rentable y menos riesgoso para el delincuente. Esta es una teoría personal, nada más, pero fijate que el delito de rapiña tiene una pena bastante importante y es mucho más riesgoso. En el narcotráfico hay más dinero y las penas son menores. Por eso hay mucha más gente en los barrios metida en este mundo. Es como una red donde los puntos son tuyos y ahí está la guerra. Todo ese movimiento está un escalón más abajo de las organizaciones mayores de narcotráfico. Tenés dos casos recientes muy llamativos: la Policía va a capturar a [Gustavo] Albín y se retira cuando se da cuenta de que tiene menos poder de fuego, para evitar un desastre; el oficial [Alexis] Meireles, que ya se estaba yendo del lugar, es atacado por cuatro jóvenes de 21 años, recibe un disparo por la espalda y muere. Ahí tenés dos aspectos nuevos en la realidad de la Policía que son para abrir bien los ojos.
Para que la cosa cambie, en las cabeceras del puente tiene que haber dos personas distintas. De un lado, alguien que pueda mirar a los ojos con algún tipo de bondad al que está tirado en la calle, y del otro lado, una persona que pueda entender que su destino no está marcado y que existe una oportunidad para él.
Luis Parodi, alguien que el Frente Amplio no valoró y tampoco el actual gobierno, creador de la cárcel modelo de Punta de Rieles, una vez me dijo: “La rehabilitación es personal y libre. Podés ponerle todo y tal vez no se rehabilita. Podés no ponerle nada, pero si le hablás al corazón, el tipo se rehabilita”.
Hace poco dijiste que en la política lo que faltaba era discusión filosófica.
Yo me crie oyendo hablar a los políticos viejos que se levantaban temprano a leer los diarios. Escucho hablar a los políticos de ahora y me cuesta. Los parlamentarios reciben la prensa porque antes leían al cronista para ver qué decía del debate del día anterior. El cronista parlamentario era alguien que sabía mucho, el político respetaba ese saber y la discusión se enriquecía con ese intercambio. Hemos bajado un montón de nivel, los políticos y también los periodistas.
Hay quienes dicen que los informativos tienen una influencia muy grande sobre la opinión de la gente, incluso al momento de votar en una elección. ¿Cuál es tu mirada de lo que pasa en Uruguay?
Yo tengo una especial admiración por el pueblo uruguayo a la hora de votar. Ya era periodista en momentos que todo indicaba que iba a votar una cosa y votó otra. Y eso fue porque tenemos un hábito cívico que es parte de nuestra historia y que nos hace ser un pueblo democrático. El riesgo es perder esa sabiduría.
Una vez fui a un asentamiento a cubrir un caso. Había un grupo de muchachas y una me dice: “¿Me puedo sacar una foto con usted que es famoso?”, y una señora mayor que estaba a cargo de toda una familia grandísima le dice: “No, el señor no es famoso, es popular”. “¿Por qué no la llevan a trabajar en Equipos Consultores?”, pensé. Seguro esa señora tenía mucha más sabiduría que otras a las que no les falta nada y viven en Carrasco. Esos milagros existen todavía.