El público tal vez sea la pieza más íntima y vanguardista de Federico García Lorca y, sin dudas, una de las más complejas de toda su producción. Integra la Trilogía imposible junto con Comedia sin título y Así que pasen cinco años. Inclasificable, combina los pilares de la obra lorquiana: el teatro, el amor y la muerte. Es un intento por abolir la hipocresía de su tiempo y refundar el teatro del porvenir.

Surrealista hasta la médula, fue escrita en 1930 cuando Lorca viajó a América. Línea tras línea, la trama se desprende del mundo real y coquetea entre lo onírico y lo prohibido. Propone la oposición entre dos tipos de teatro –para el granadino no había medias tintas–: el teatro bajo la arena, en donde predomina un drama auténtico al manifestarse la verdad sobre la homosexualidad y la revolución, y el teatro al aire libre, abundante en la representación teatral que congrega a espectadores que evitan conocer la realidad. Queda claro así el gran paralelismo entre su vida íntima y el teatro.

A su vez, esta versión de El público es parte de la tercera y última temporada de Gabriel Calderón al frente de la Comedia Nacional, denominada Otros Mundos. Calderón trabajó el texto y convocó a la dramaturga española y artista visual Marta Pazos para dirigir el resultado. Según dijo Calderon a la diaria, Pazos es “una de las número uno actualmente en el mundo, que, entre otras cosas, aceptó porque nunca dirigió un elenco estable”.

En cuanto se abre el telón, comienza una instancia de metalenguaje: asistimos a una obra de teatro que representa a una obra de teatro. El desafío mayor es que la pieza debe estar bien montada, de lo contrario sería muy difícil de comprender. Nótese que digo comprender y no entender, pues el verbo entender se asocia al intelecto, a la razón, mientras que comprender se acerca al corazón a través de la experiencia. Y esto es, justamente, lo que demanda la obra: que el público esté abierto a transitar una experiencia, a vivir en carne propia el universo de opresión que padeció Lorca.

En El público, el deseo está presente y pulsa por salir; en donde sobrevuela un erotismo inasible, arrollador como la fuerza de la naturaleza, pero imposible de vivir en plenitud. Y esa experiencia se logra mediante un trabajo colectivo preciso y orientado.

El impacto visual que se despliega es imponente. Marta Pazos tradujo el texto a un lenguaje cromático y escénico que intensifica el sentido de la obra. Estructuras, telones, lienzos gigantes plenos de colores primarios sumergen a quienes asisten a la obra en una experiencia sensorial vibrante.

Para expresar la transformación externa que sufren los personajes en cuanto al amor, dentro del teatro bajo la arena, Lorca utilizó un biombo. Pazos lo sustituye simbólicamente por los labios de una vagina gigante, que al ser atravesada por los personajes, se convierte en el puente donde se transmuta el mundo y lo masculino se convierte en femenino.

El vestuario complementa la propuesta escénica. El contraste continuo de colores y trajes bien logrados comulga con el concepto global de la obra y su sola presencia susurra el texto sin hablar. Es el caso de los personajes representados por los caballos, los estudiantes y el público burgués simbolizado por un perfume Chanel Nº 5.

Como espectadora es imposible no salir atravesada por la experiencia. Especialmente, si recordamos un dato no menor: García Lorca fue fusilado por el régimen franquista por ser homosexual y por sus ideas políticas.

El público, en la sala principal del teatro Solís. Miércoles, jueves, viernes y sábados a las 20.00 y domingos a las 19.00 hasta el 20 de abril. Entradas $ 500 en Tickantel. Comunidad la diaria, 2x1.