Una mordaz sátira política, un romance platónico retorcido, un país de Europa central ficticio que se derrumba, y la magnífica Kate Winslet (que reincide en HBO luego del éxito de Mare of Easttown) dan forma a El régimen. La miniserie resulta agradablemente extraña: se ríe pero sin burla y sin olvidar los verdaderos problemas del autoritarismo más burdo y demencial.

Creada y dirigida por Will Tracy (Succession), esta crítica a la política moderna narra con acidez y humor los días del gobierno de la canciller Elena Vernham (Winslet), una líder mundial inestable que toma puras malas decisiones producto de sus infantiles berrinches y sus manías persecutorias, lo que arrastra a su país a la debacle.

La construcción del personaje de Elena es tan descabellada como aguda: se dirige a su pueblo como “mis amores” y siete años después de haber llegado al poder, luego de encarcelar a su predecesor de centroizquierda (interpretado por Hugh Grant), siente que ha trascendido el papel de jefa de Estado y que su relación con sus súbditos es más íntima y emocional que el mero gobierno. Además, le habla a su padre muerto, que fue el fundador de su partido de ultraderecha y está conservado cual Blancanieves dentro de un ataúd de cristal. También desafina karaoke, es hipocondríaca, está obsesionada con el moho de su enorme palacio y –esto es clave– convierte al sombrío e iracundo soldado Zubak (Matthias Schoenaerts), que estuvo involucrado en una masacre al reprimir una protesta minera (el cobalto es la mayor riqueza del país), en su guía espiritual, ejecutor de sus caprichos y miembro clave de su círculo íntimo.

Pero por algo la miniserie se llama “el régimen”: a medida que la historia avanza, vemos que debajo del aparente desvarío de Elena hay una voluntad letal de poder. Uno de los dones de Winslet es hacer que todo parezca simple mientras se sumerge en personajes complejísimos. Aquí convierte a la despótica Elena en una mujer tremendamente insegura que cree en sus propias mentiras y que merece ser una dictadora. Su personaje se vuelve tan surrealista como tristemente actual, especialmente porque su ego actúa como un campo de distorsión de la realidad. Mientras los conflictos políticos se suceden, Elena lucha contra sus traumas paternos y su insana tensión sexual con Zubak. Como resultado, se reafirma la idea de lo imprudente y peligroso que es empoderar a personas tan inherentemente incapaces de liderar como ella.

Repleta de diálogos corrosivos sobre un sólido guion, la serie navega entre las teorías de la grieta, en la que hay un bando que debe ser combatido a como dé lugar, lo que justifica todo acto de tiranía.

Esta comedia negra es también un análisis de la geopolítica actual (fue escrita antes de la invasión a Ucrania) especialmente escéptica y crítica con la política exterior estadounidense. La forma en que las superpotencias utilizan a países más débiles como clientes, independientemente de si están o no alineados a su ideología, es abordada en no pocas ocasiones a propósito de la tensión entre Estados Unidos y China.

La forma en que la serie parodia al fascismo y al autoritarismo es un gran acierto: el hecho de que estos sean mostrados ridículamente vulgares no significa que no representen una amenaza. Posiblemente haya tenido que ver en esto el escritor ruso-estadounidense Gary Shteyngart (autor de la novela Absurdistán, entre otras sátiras sobre sistemas opresivos), que fue uno de los asesores de Tracy en el guion.

El régimen es un drama cínico y profundamente oscuro que equilibra con astucia el peso entre el humor y la historia política, un fascinante retrato del derrumbe de una autocracia y una visión particular de nuestro propio mundo fracturado.

El régimen. Seis capítulos de 55 minutos. En Max.