Ciento setenta y seis años antes del nacimiento de Daenerys Targaryen. En esa época de un mundo ficticio de Game of Thrones se ambienta esta historia, que nos cuenta el reinado de la casa Targaryen cuando estaba en el pico de poder. Los de pelo plateado controlaban los Siete Reinos con bastante tranquilidad y contaban con una docena de dragones para disuadir a quien les discutiera su derecho al reinado. Pero todos los que vimos la serie de HBO sabemos que en algún momento esto se acabó, las cosas se fueron al demonio y los dragones se extinguieron. ¿Cómo pasó eso? Es lo que nos cuenta esta precuela, la nueva serie hot de Max.

La primera temporada había dejado dispuestas las piezas para lo que comienza a desarrollarse en esta: la guerra civil entre la familia reinante, los Targaryen, en sus bandos verde y negro. Aunque vimos cómo las diferencias intrafamiliares se iban gestando a lo largo de muchos años, el punto de inicio para la contienda es la muerte del joven príncipe Lucerys Velaryon a manos –o boca– de un dragón montado por su tío Aemond Targaryen. A partir de entonces habrá una guerra abierta y franca, que es lo que presumiblemente dará cuerpo a esta segunda temporada.

Pero ¿cómo llegamos a ese punto? Porque aquí las que importan son las dos reinas en disputa. Por un lado, Rhaenyra Targaryen (Emma D’Arcy) reclama el trono que legítimamente le había heredado su padre, el rey Viserys (gran personaje, ya fuera de este mundo), mientras que la reina viuda Alicent Hightower (Olivia Cooke), casada en segundas nupcias con el mentado Viserys, ha colocado en el trono –con gran respaldo general, todo hay que decirlo– a su hijo Aegon II. Ambas tienen legítimas razones para sus reclamos y, al haber sido mejores amigas en su juventud, uno podría esperar que llegaran a un acuerdo. Pero la muerte de Lucerys primero y varias otras cosas espantosas que ocurren en lo que hemos podido ver de esta segunda temporada (primer episodio y ya tuvimos la consabida bestialidad) descartan cualquier posibilidad de tregua o acuerdo.

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No es House of the Dragon una serie sencilla. De hecho, se puede convenir que se trata de un producto para iniciados, tanto aquellos que siguieron semana a semana, mes a mes, año a año Game of Thrones como otros que prestaron mucha atención a la temporada pasada. La cantidad de nombres, personajes y relaciones obliga a mirarla con un árbol genealógico abierto al lado, como si fuera Cien años de soledad. El primer episodio de esta segunda temporada –con todo y su resumen incluido– hizo que muchos de los espectadores nos preguntáramos todo el tiempo “¿y este quién era?” o “¿este era de los verdes o de los negros?”, y la respuesta nunca era fácil. Es de las series que exigen de uno un esfuerzo extratelevisivo: mantenerse al día, estar informado, incluso leer por fuera del propio producto.

Es una adaptación del libro de George RR Martin Fuego y sangre, que, antes que una novela, es una especie de crónica histórica que reconstruye los hechos que transcurrieron en el mundo de Westeros cuando los incestuosos Targaryen eran el máximo poder. Por fortuna, este libro ya está publicado completo, por lo que no hay que temer que haya que improvisar sobre el final de su adaptación, como ocurrió con Game of Thrones.

La serie viene contando las cosas de manera sólida, sin apuro, con un gran desarrollo de personajes, emoción y situaciones extremas que mantienen siempre enganchado al público. Se puede esperar que sigamos así hasta el final, aunque Martin anunció un segundo tomo para estas crónicas (la serie de televisión lleva adaptado más o menos medio libro), por lo que quién sabe qué depara el futuro. De todos modos, lo más probable es que jamás publique ese volumen, así que podemos seguir mirando tranquilos.

House of the Dragon, segunda temporada. Ocho capítulos que se estrenan los domingos. En Max.