Sobre la mesa de cármica de un clásico bar céntrico, Leonardo Sarro desenfunda y exhibe su “arsenal”: dos celulares, un smartphone y otro aparato viejo pero que todavía da batalla porque le sirve para grabar llamadas. Cuando toma los dos celulares, el periodista se convierte en el preguntador insistente e incisivo que sube videos diariamente a su cuenta de X, Leo Sarro Press, generalmente desde una rueda de prensa con algún político.
“Yo soy muy impulsivo, siempre fui muy atropellado, y así como eso me dio muchas posibilidades, también me destruyó muchas cosas”, dice Sarro. Cuenta que a veces algunos colegas le comentan: “Pará, Sarro, tranquilo”. Por su estilo al preguntar nació el chiste de que algunos lo llamen “Leo Barro”, pero el periodista, lejos de incomodarse, dice que todavía se ríe con ese mote.
Sus videos se pueden distinguir por “el plano Leo Sarro”: están filmados bien cerca del entrevistado y desde abajo. Dice que la única razón para estar tan pegado al protagonista de turno es el audio, porque quiere que se escuche bien, pero comenta que hasta el día de hoy se le acercan asesores de políticos que le dicen “no filmes tan de cerca”. “Pero por el solo hecho de filmar de cerca ya saben que es un video mío, es el estilo”, acota.
Hasta febrero de 2024 trabajó en Montecarlo y RadioCero, de donde lo echaron, según cuenta, luego de que empezó a compartir en sus redes sociales material de medios internacionales sobre el conflicto en Gaza, enfocándose en la mirada palestina. Ahora Sarro trabaja para un viejo conocido suyo, Berch Rupenian, durante la tarde en el programa Después de hora, de La Ley FM, y temprano se desempeña con sus móviles en Aspen FM, para el programa de Celso Cuadro. El gran impacto de las preguntas al paso de Leo Sarro, sin embargo, sigue estando en su cuenta de X, una red en la que no para de subir videos.
Por un rato, el periodista dejó sus celulares y pasó para el otro lado en esta entrevista con la diaria, pero no pudo dejar sobre la mesa otra de las armas que despliega cuando dispara preguntas en cualquier ámbito: su verborragia.
¿Cuándo arrancaste en los medios de comunicación?
En los primeros días de enero de 1986, con 17 años, como operador de una radio de Solymar, 90.3, con un amigo. A la salida de la dictadura habían concedido varias radios, ya estábamos en democracia, pero muchas todavía se estaban instalando. Entré de operador. Un desastre, no había ni reloj y llevaba un reloj despertador viejo que tenía en casa.
Te metiste de muy joven, imagino que ya de adolescente te gustaba la radio.
Sí, desde chico me llamó la atención la radio. También porque imitaba a mi hermano mayor, siete años más grande, que escuchaba mucha música. En 1978 compró el primer radiograbador que hubo en casa, el famoso JVC, y al año siguiente tuve hepatitis, entonces, escuchaba mucha radio, incluso de Argentina, y estaba al tanto de todo; ya me imaginaba cómo eran las radios, me enloquecía todo ese mundo. De esa época tengo algunos recuerdos de grabar programas con el casetero: iba pegando las tandas, la música y en el medio grababa la locución, todo muy artesanal.
O sea que ya de niño practicabas como operador.
Claro, incluso antes de empezar en la radio sentía que había llegado a un sueño realizado, porque a este mismo amigo lo ayudaba a manejar las luces cuando hacíamos fiestas de disc-jockeys, durante todo 1985. Por un lado, era lo que me gustaba, y también en plena adolescencia te daba un barniz brutal todo el tema de estar de disc-jockey: la música, la radio; eras el uno, Elon Musk.
¿En qué barrio te criaste?
Nací en Carrasco y viví ahí hasta los ocho años, después me fui a Solymar. Fue un contraste muy grande, porque era otro Solymar, muy solitario. Antes de casarme estuve tres años trabajando en Buenos Aires, iba y venía. Después, cuando me casé, tuve la suerte de que venía ahorrando y nos fuimos a vivir a Punta Gorda. Actualmente, vivo en Carrasco de nuevo. Fue reencontrarme con mi barrio de niño.
¿Cuándo pasaste de operador para el otro lado, como comunicador?
La radio de Solymar, al no tener recursos económicos, me hizo una carrera totalmente diferente a la de muchos que vienen con una tradición atrás, de gente que trabajó en esa radio y te dice “esto lo tenés que hacer así”. Esa radio se la habían dado a un militar... El formato era una imitación de las radios de Montevideo, pero sin la tecnología ni el equipamiento: sonaba con zumbidos y no tenía tanta potencia. Iba a los bailes, conocía a una chiquilina y le decía “te mando saludos por la radio”. “¿Cuál es esa? No la conozco”, me contestaba. Entonces, siempre sentía complejo de inferioridad. Paralelamente a eso, mi viejo trabajaba en Buenos Aires, iba y volvía, porque exportaba un producto, y me traía revistas de Argentina que hablaban del fenómeno de la Rock & Pop. Yo nunca la había escuchado, pero me imaginaba cómo era.
¿Fue una influencia?
Llegué a hacer algunas cosas medio locas. Me acuerdo de que en un fin de año metí a todos mis amigos en el estudio de la radio y gritamos “¡feliz año!”; el dueño escuchó y me quería echar, se armó un relajo terrible, pero eso me sirvió de precedente: había algo que estaba controlado y si lo liberabas la radio era brutal. En un verano vinieron unos locos con una onda marihuana, como una vanguardia intelectual, y vi algo de lo que hicieron. Tenían discos de RPM, la banda brasileña, como Rádio Pirata ao vivo [1986]. Yo no venía de una corriente intelectual ni nada por el estilo, pero mi madre fue a [la facultad de] Humanidades y mi viejo estudió sociología, es decir, había cierta influencia, entre todo lo comercial que yo tenía en ese momento, de hacer un programa y llegar a la gente. Entre tantos intentos, le dije al dueño de la radio que iba a hacer un programa llamado Radio Pirata.
Esa noche muchos escucharon y pensaron que era una radio pirata. Me di cuenta de que estaban cayendo, empecé con una manija fuerte y le fui agregando conceptos. Empecé en 1989, decía “Radio Pirata, con un forro en la antena para combatir el sida, transmitiendo desde un pino, [el entonces presidente Julio María] Sanguinetti nos busca y no nos encuentra”... Pero, como todo en este país, a los pocos días desde la Dirección Nacional de Telecomunicaciones me dijeron que el programa no se podía llamar “Radio Pirata” e incluso mandaron gente a Solymar para hablar con el dueño. Les decíamos que la radio era legal, pero nos contestaban que era “una tomada de pelo al sistema”... Algunas veces mandaron suspender la radio. Entonces, siempre estaba con esa persecuta porque querían disciplinarme, y volvía a temas simples. Pero me escuchaban desde Montevideo porque empezaban a ver que era una cosa diferente: abríamos las llamadas al aire y no había control de nada, era la barbarie absoluta.
¿Después de esa radio dónde trabajaste?
En esa radio de Solymar siempre estuvo ese tire y afloje. Al final se rompió la cuerda y me fui a trabajar con los Rupenian [en Concierto FM], hice un programa que se llamaba Radio Berlín. Para mí el paradigma en esa época era la FM, pero vi el tema de El Espectador, pasé y Beto Triunfo me dijo: “Radio Pirata, vos tenés que estar acá”, y el 2 de mayo de 1991, en la misma época en que arrancó [Orlando] Petinatti con su programa, Malos pensamientos, empecé con Radio Trucha por El Espectador, la versión de Radio Pirata que llegaba a todo el país por AM. Traté de hacer la versión anti Abel Duarte, porque hasta ese momento en todas las radios decían: “¿Qué tal, juventud? ¡El amor, si vos querés, podés”. Hacía toda la sátira de eso, sacaba llamadas, ponía temas de política al aire, y el programa anduvo muy bien.
Pero la radio se estaba reestructurando, entró Emiliano Cotelo y lo mío no encajaba. Entonces, por la necesidad de no quedarme afuera, e incluso yo mismo sentía que estaba más reiterativo, empecé a ver que en El Espectador había otras cosas interesantes para hacer, que tenían que ver con el periodismo. Decía: “Me encantaría ser periodista, entrar a cubrir, tomar notas”; yo tenía formación en periodismo de la UTU. Entonces, en 1993 ya no hice Radio Trucha y empecé con un programa periodístico en la noche, y en 1994 me metí de lleno en la calle, como notero, movilero raso. Cubrí lo del [hospital] Filtro, por ejemplo.
Estuvo bravo.
Muy bravo. Sentí la adrenalina de estar ahí en el medio, porque en un momento la represión fue de un lado y del otro, nos hicieron un sándwich y me salvé de asco. También cubrí el Mercosur, con [el presidente Luis Alberto] Lacalle [Herrera], para el Servicio informativo de El Espectador. Pero sentí mucho estrés, porque en la radio no les gustaba que en verano me fuera a Punta del Este. Había un prejuicio: si hacías una cosa no podías hacer otra, pero me encantaba que me mandaran todos los veranos a Punta del Este, porque en esa época era muy joven, soltero, tenía todo pago y me iba todo el verano a cubrir. Era espectacular, porque no era solamente frivolidad, hacía de todo, desde entrevistas con [el presidente argentino Carlos] Menem, pasando por Charly García. Tengo una nota con él buenísima.
¿Dónde trabajaste en Argentina?
Mi meta siempre fue trabajar con los Rupenian, que en una época eran los uno, por discos, radio y equipamiento. Finalmente, un verano me dieron la oportunidad de hacer los móviles de Concierto en Punta del Este, y en 1996 al locutor de ese verano le encantó lo que hacía y me ofreció para ir a Buenos Aires, a FM Horizonte. En 1997 trabajé con Bobby Flores, un capo de la música, y con Héctor Larrea, haciendo un personaje que se llamaba “el hombre del 600”. Y en 1998, cuando recién arrancaba Radio 10, cubrí cuando detuvieron a [el exdictador Jorge Rafael] Videla.
La radio en Argentina es mil veces más intensa que acá.
Sí, me encontré con muchos referentes que me los había imaginado y después los terminé conociendo, como Bobby Flores o Mario Pergolini.
¿Es verdad que una vez hiciste un móvil para la radio, desnudo, en la playa Chihuahua de Maldonado?
Sí, pero me animé porque también había varios colegas, no fui yo solo. Fue el primer móvil desnudo y con celular.
Pero no tenía sentido que hicieras un móvil desnudo para la radio, si igual no te veían.
Lo que pasa es que ahí si no respetabas las reglas quedabas como un mirón, entonces, llegué y dije “yo me quedo en short”, pero no podía. Me di cuenta del manantial de cosas que había para contar. “Mirá, te estoy contando esto en vivo, estoy con un coronel y con las hijas acá”, pero a la vez todos nos mirábamos a los ojos, conversando. Fue la crónica de cómo era estar en una playa nudista. Después me pegué un baño y al rato estaba chapoteando en joda y se cagaban de la risa al aire. Pensabas que te ibas a desorbitar al estar en una playa nudista, pero te llevaba a un estado de naturalidad en el trato con los demás y no estabas pendiente de eso.
Con las redes sociales, en particular con Twitter, ahora llamada X, resurgió tu trabajo. ¿Cómo empezó lo de compartir las entrevistas filmadas con el celular?
Todo el que comunica tiene algo de narcisismo adentro, y está el feedback de la gente que te escucha y te sigue. Pero en los últimos años no había tanto feedback de las cosas que estaba haciendo en las radios en las que estaba, Montecarlo y Radiocero, por lo menos del público que me gustaba. Veía que lo que hacía no tenía trascendencia, incluso las notas para el informativo, porque cortan las preguntas. Y a veces durante 30 días los periodistas preguntan siempre lo mismo. Me acuerdo de que cuando asumió el papa Francisco [en 2013] estábamos en la escuela de la Fuerza Aérea con [el entonces presidente José] Mujica, y para romper un poco el hielo le pregunté por el nuevo papa. Dijo algo, se fue al carajo y al otro día tuvo que salir a rectificarse. Después salía en la tele Mujica hablando del papa, pero cortaban todo...
¿Entonces?
Me compré un iPhone y vi que tenía un botoncito para compartir video en Twitter. Dije: “Voy a experimentar a ver qué pasa, subir una parte de una nota en vivo antes de que salga en los canales”. Y empecé a ver que los colegas me levantaban, iba al supermercado y la gente me comentaba “vi el video”. Otro día me animé a repreguntar, porque a veces estás indignado porque nadie habla de tal cosa y, como no salía, lo metía en mis redes, y otros colegas lo levantaban. Eso me entró a levantar la autoestima de nuevo, me hizo muy bien, porque estaba como rutinizado mal. No fue por una cuestión económica sino de que me salvó... A mí me salvaron las redes; me levantaron la autoestima al sentir que servía nuevamente.
Entonces, empecé a subir videos y a hacer preguntas para romper un poco la monotonía. Eso me ordenaba periodísticamente, porque subía los videos y ya iba ideando cosas. Y me servía por la repercusión que tenía, para utilizarlo en la radio, era como un complemento. Pero al poco tiempo empezó a molestar también en los laburos que tenía. “¿Por qué estás en las redes?”, me preguntaban. Tuve un problema en ese sentido. En aquel momento los logré salvar, pero después se presentaron de nuevo. Acá empezás a tocar algo y enseguida alguien te llama: “Che, Leo, ¿qué te pasa?”.
Uno de tus últimos videos virales, que tiene más de 700.000 reproducciones en X, fue cuando le preguntaste al presidente Luis Lacalle Pou en la puerta del World Trade Center, antes de entrar a un evento, sobre el cuádruple homicidio en Maracaná. Él te dijo que no iba a hablar, con un poco de soberbia. ¿Cómo lo viviste?
Llegué tarde y se ve que tenían previsto que toda la prensa estuviera esperando arriba, lo vi entrar y la pregunta del día era esa. Tengo la práctica de prender el celular con una rapidez brutal, y ya lo estaba filmando, vino y me lo dijo. Yo estaba muy tranquilo, tampoco le discutí, se lo dije en una forma muy educada. Pero me pareció que lo tenía que compartir. No pienso en las consecuencias: eso tenía que salir, porque justamente ponía en evidencia otra cara que a veces no se muestra de los políticos, siempre los muestran con determinada humildad, pero también existe de lo otro...
¿Te generaron problemas algunos de tus videos?
Bueno, ahora vengo de que me sacaran de la radio, cuando empecé con todo el tema de Israel y Gaza, de compartir en redes lo que los otros medios no estaban poniendo. Una vez llamaron para ver si aflojaba un poquito, pero no aflojé; a la semana, de nuevo. Estuve tranquilo dos meses, volví a compartir o a preguntar algo, llamaron y para afuera...
De repente empezaste a compartir muchos videos de informes internacionales sobre el conflicto entre Israel y Palestina. ¿Qué fue lo que te hizo hacer un clic con ese tema?
Te das cuenta de que ahí tocás un hilo sensible, otro factor de poder. Hay cosas de las que no se habla mucho, no necesariamente eso, como del Opus Dei o la masonería, todo el mundo piensa dos veces si se va a meter... Yo tampoco sé si estoy preparado para eso, pero lo cierto es que nunca me metí a opinar ni a generar información sobre eso, porque justamente soy consciente de que cualquier cosa que ponga hay que tener mucha fortaleza para defenderla. Entonces, siempre compartí lo que los medios internacionales de más prestigio ponían, como The New York Times, que incluso durante años fue el diario de la colectividad en Estados Unidos, el Washington Post, The Economist, el Financial Times, que es el diario más conservador de Londres, El País de Madrid, la BBC, etcétera. Compartía reportes de esos medios que veía que acá no estaban saliendo, pero en seguida me decían “antisemita”.
¿Recibiste muchos mensajes de gente que intentó presionarte por eso?
Puse un informe de la televisión chilena sobre cómo se fue modificando el mapa de Palestina y enseguida llamaron: “Leo, me parece que estás tomando por el camino equivocado, tenés que reflexionar, ¿podemos ir a tomar un café?”. Gente de la comunicación, publicistas... Me puse nervioso y frené un poco, porque tengo dos hijas. No porque me vaya a pasar nada exorbitante, pero es un medio chico y a determinada edad ya pasé algunas etapas de la vida. Pero no puede ser que la visión sea solamente desde un lado y que no se pueda siquiera poner la voz del otro, ahí es donde está mi punto de fricción.