Flor abierta, de Diego Presa

En el último tiempo Diego Presa se convirtió en uno de los cantautores uruguayos más prolíficos. En paralelo a sus discos como solista está la obra con el grupo Buceo Invisible –con el que empezó y se formó– y también supo integrar El Astillero –con Gonzalo Deniz y Garo Arakelian–, que se disolvió pero dejó dos discos para tener en cuenta, en especial el último, con material original compuesto por los tres, Cruzar la noche (2018). A todo esto, como si fuera poco, se le suma el proyecto con la cantante y actriz argentina Julieta Díaz: ambos parieron el álbum Río (2023).

Ahora Presa se despachó con su quinto disco a solas, titulado Flor abierta, en el que sigue la línea del anterior, Cuatro (2020), en el sentido de ampliar un poco más la paleta tímbrica de sus canciones y, a su vez, mostrar un abanico más extenso de ritmos. Por ejemplo, en “Los vivos y los muertos”, que fue el primer corte de difusión, marca presencia una serpenteante melodía de teclado con sonido bien ochentero, siempre dentro de la atmósfera pop-rock –o viceversa– a la que Presa ya nos tiene acostumbrados, sobre la que lanza una letra que bucea en la oscuridad para encontrar la luz: “Estoy brindando con mis amigos, / los muertos y los vivos; / la noche está abierta y clara, / no nos sobra ni nos falta nada. / Extraño todo pero queda el pan / y será repartido, amor, / está prometido”.

En cuanto a timbres distintos, se destaca más que otras “El mundo es una canción que no te gusta”, por su tempo apurado y el saxo barítono (a cargo de Alejandra Genta) que destella una melodía penetrante que se amalgama perfecto con la base de piano, y así resulta uno de los mejores pasajes musicales del disco. De las guitarras se encargan Presa y Jota Yabar, uno de los violeros más finos del rock uruguayo (y afines).

Hay varias canciones que por el empuje rítmico y la estética sonora remiten al estilo de Tom Petty –solo, con su banda o con los Traveling Wilburys–, en plan rock-pop, como “Futuro” y “Secreto”, al igual que “Ánima”, con los nerviosos rulos de la batería de Ariel Iglesias y Presa por momentos desplegando una voz más gutural. Estas contrastan con la minimalista calma de “Narciso”: una especie de valsecito a puras guitarras acústicas que también está entre lo mejor del álbum y en la que destacan los arreglos, como los tímidos pero precisos acordes de piano y el trémolo de la mandolina. El resultado es una canción de atmósfera orgánica que funciona como un pequeño pero reconfortante recoveco sonoro para esconderse de la maraña musical repetitiva actual.

Foto del artículo 'Nuevos discos de Diego Presa y Joaquín Lapetina'

Naturescente, de Joaquín Lapetina

Primerísimo primer plano del rostro de una mujer mayormente cubierto de hierba fresca y verde, finos tallos que recorren su nariz como si fueran venas. Una tapa acorde al nombre del disco, Naturescente, el cuarto y nuevo álbum del cantautor Joaquín Lapetina, recién publicado, sucesor de Octubre al sur (2020).

“Sombras encriptadas en un agua / que no podemos beber, / silencian todo el río, se disuelven en el mar, / triste dejarlas caer”, canta Lapetina en la segunda estrofa de la canción que abre el disco, “América”, donde la obsesión por la naturaleza se desprende de cada verso como lo hace a lo largo de casi todo el álbum. Si bien la instrumentación del disco se encuadra dentro del clásico esquema pop-rock (batería, bajo, guitarras y algún chiche más), hay un trabajo muy fino de producción y mezcla que la vuelve una música espaciosa, con lugar para que se note cada detalle, sobre todo de los arreglos de guitarra eléctrica.

El estilo de Lapetina en general siempre fue de un pop optimista –puede parecer un pleonasmo, pero también existe el pop oscuro y pesimista– con algunas raíces uruguayas, por eso no sorprende que la canción que le da nombre al disco sea dueña de una melodía amena con una letra que dibuja imágenes simples y tiernas: “Bolas de fuego naturescente / surcan el cielo siempre presente. / Niños jugando, / el alma plena, / luna de amores / se pega en la arena”.

El disco cuenta con algunos vaivenes de género: a veces se vuelve más rockero y otras, más uruguayo. Por ejemplo, “Paciente confidente” tiene un aura más criolla, en particular por el arreglo –y el sonido en sí– del acordeón –tocado por Juan Rodríguez–, mientras que, por el otro lado, una canción como “Che Cachita”, que tiene su correspondiente videoclip, se traslada por los compases con una llevada más rockera.

Una de las canciones más interesantes del disco, que se despega un poco del estilo promedio, es “Despienso y siento”, porque, más allá de sus juegos de palabras, es dueña de una introducción misteriosa que se va formando de a pedazos, como un puzle en movimiento, con una adictiva línea de guitarra eléctrica limpia. En la coda se transforma –ya con todas las piezas instrumentales puestas– en una brisa funky irresistible que se esfuma bajo el fade out.

El álbum consta de diez canciones. En la penúltima, que también tiene su videoclip, “Soñando, soñando”, amaga con rockearse, y el amague se vuelve certero en la canción final, “Siempre animales”, con un riff podrido y versos entrecortados que hacen carne la pulsión visceral animal que está en nuestra naturaleza.