La dinastía Joseon. Todo cinéfilo con algo de curiosidad ya maneja este período histórico coreano a la perfección, dada la enorme cantidad de ficciones que los asiáticos ambientan en él, pero –en beneficio de la duda– contemos que la dinastía Joseon (o Chosŏn o Chosun) fue un reino que duró la friolera de cinco siglos, fundado por Taejo de Joseon en julio de 1392 y fue reemplazado por el Imperio de Corea en octubre de 1897.
Por lo tanto, no es de extrañar que cuando de cine histórico se trata, los coreanos escojan algún momento de tan longevo período. En el caso de la película Invasión, insurrección, el momento es a fines del siglo XVI, cuando se sucedieron las primeras –de muchas– invasiones japonesas sobre territorio coreano. Esa es la invasión que da medio título a la película.
Nuestros protagonistas son dos: Cheon Yeong (Gang Dong-won), esclavo desde niño con una capacidad infinita para las artes marciales, y Jong Ryeo (Park Jung-min), dueño del anterior también desde niño y heredero de una de las casas más poderosas del reino. El primero debería estar al servicio del segundo (y del resto de su familia, por decir que su primer trabajo es “soportar” dolor en lugar de su patrón), pero se da una inédita amistad entre ambos niños, que se prolonga durante años de mutuo entrenamiento en las artes de combate.
Para cuando el joven Jong Ryeo tiene que ir a la capital para dar una prueba como gran maestro, es Cheon Yeong quien asume su lugar, en el entendido de que con semejante favor se gana a su vez su propia libertad. Por supuesto, no sale bien y es el primero de varios equívocos que van a enemistar a los improbables amigos. No ayuda que, como decíamos, vienen los japoneses, invaden y ocupan Corea por más de seis años.
Los ricos como Jong Ryeo huyen con el emperador, mientras que los pobres como Cheon Yeong aguantan y combaten al invasor. Y, después de tanto combatir, no tardan en preguntarse: ¿no mereceremos acaso algo mejor que ser esclavos? Esa es la parte de insurrección de la otra mitad del título.
Así, los antiguos amigos, ahora enfrentados –con el sazón que da como tercer vértice un sádico oficial japonés (Jung Sung-il)–, se jugarán el todo por el todo, tanto por ellos mismos como por el destino de su país.
El resultado, tal y como nos tienen acostumbrados los coreanos, es excelente. Una gran aventura bélica de ribetes épicos (y qué difícil resulta la épica si no se tiene semejante convencimiento), con personajes atractivos, grandes combates y emoción a raudales. El guion cuenta nada menos que con Park Chan-wook (Oldboy) y construye una gesta tremenda, que se prolonga durante varios años, salta de un personaje a otro y maravilla siempre.
Tanto por su producción como por su realización, la película no decepciona jamás, ni como pieza histórica, ni como obra cinematográfica. Los coreanos son insuperables en esta clase de cine que encontramos muy fácilmente en Netflix, lo que es una inmensa fortuna.
Invasión, insurrección. 126 minutos. En Netflix.