Lo primero que llamaba la atención en el recital de Rod Stewart era la simbología que desprendía el decorado junto con la vestimenta de los músicos. El inmenso escenario estaba dispuesto frente a la tribuna Olímpica del Estadio Centenario, con las pantallas gigantes de rigor, y su centro era todo de reluciente blanco, con escaleras que lo atravesaban de un lado al otro, como para que bajara una emplumada vedette. La banda completa -son como diez- estaba ataviada del mismo tono amarillote mostaza y se destacaba el cantante, con su saco de lentejuelas brillosas -más estilo jaguar que leopardo- y su pantalón rayado con estrellas doradas atrás -sí, en las nalgas-. Parecía un casino de Las Vegas.
La tribuna no estaba llena: había cerca de 15.000 personas, que en su mayoría eran bien adultas o veteranas; el rango de edad de los que eran jóvenes cuando Stewart metía hits en la radio a cada rato, en la década del 70 y la siguiente. El músico inglés se despachó con una veintena de canciones en poco menos de dos horas, y más de la mitad fueron versiones, porque gran parte de sus hits son canciones de otros que él hizo casi suyas, dándole un barniz más pop -o meloso, o ambos-.
“Encantado de estar de vuelta”, dijo en inglés, luego de un par de canciones, ya que es la tercera vez que pisa el Centenario -la primera, en febrero de 1989, suele ser la más recordada-, y enseguida comentó que la siguiente canción era de esas que los presentes conocen bien: la sentida “The First Cut is the Deepest”, original de su compatriota Cat Stevens, que Stewart grabó para el disco A Night on the Town (1976).
Con 80 años, el rubio todavía mantiene su timbre de gola arenosa que lo hizo tan famoso, aunque obviamente ya no tiene la potencia de antaño; por eso, algunas canciones las interpretó en tonos más bajos. Pero, como le sobra cancha, sabe regular y aprovechar los espacios de la progresión armónica, y también se apoya bastante en sus tres coristas, tan rubias como él. Holly Brewer, Joanne Bacon y Becca Kotte, todas con un timbre de voz similar, tomaron el protagonismo en varios momentos.
Stewart agitó una pierna como para hacer carne lo que estaba cantando: “Forever Young”, uno de sus más grandes éxitos ochenteros, y lo hizo más largo, como para tratar de alcanzar esa eterna juventud. En el medio, la banda bajó varios cambios y pasaron al frente dos violinistas y una bombera (una muchacha con un bombo), para mandarse un compendio de melodías -y ritmos- de aires celtas, de Escocia e Irlanda. Alguien del público comentó que parecía la música que bailan Jack y Rose en aquella recordada escena de Titanic (James Cameron, 1997), en la fiesta de tercera clase.
Las pelotas
Si bien es inglés, a Stewart siempre le tiró Escocia -su padre era de allí- y es fanático del Celtic de Glasgow, equipo que en este mismo recinto, en 1967, perdió la final de la Copa Intercontinental contra Racing de Avellaneda. El logo del club estaba hasta en el bombo del baterista, y el fanatismo se terminó de cerrar cuando Stewart tomó una bufanda del club y se adornó el cuello con ella, para cantar la balada “You're in My Heart (The Final Acclaim)”, que menciona al club, y su estribillo (“you're in my heart, you're in my soul”...) fue compartido por el público.
Con la bufanda todavía puesta, llegó el momento de “Maggie May”, el himno de su disco solista Every Picture Tells a Story (1971), en un plan más rockero y menos folk que la original. Luego se dio un momento especial, cuando el rubio recordó a Christine McVie, la cantante y compositora inglesa fallecida en 2022, que formó parte de la etapa más exitosa y popular de Fleetwood Mac. Así las cosas, se mandó el blues “I’d Rather Go Blind”, de Etta James, que McVie supo grabar con la banda Chicken Shack en 1969 -y Stewart lo haría luego-. Se pudo sentir algunas pinceladas del paisaje berreante que tenía el cantante en sus inicios, con el grupo de Jeff Beck.
No faltó “Downtown Train”, la versión de la canción más popera de Tom Waits -quizás el músico popular yanqui más antipop, en cuanto al estilo estricto-, que Stewart hizo hit en 1989 y que este viernes en el Centenario sonó tan radiable como siempre -solo de saxo incluido-. Luego llegó uno de los tantos cambios de ropa de la noche, y el cantante salió al escenario vestido completamente de un rojo tan furioso que parecía un imán de toros.
La balada “Have I Told You Lately”, de Van Morrison, que fuera un éxito de Stewart en los albores de los 90, fue uno de los momentos más cantados de la noche por el público, y el solo de guitarra eléctroacústica fue uno de los más festejados -todos los instrumentistas de Stewart son bastante utilitarios y pragmáticos-.
“Proud Mary”, la clásica canción de Creedence, pero con el pulso rápido de la que grabó Tina Turner, fue una de las que interpretaron las tres coristas al frente, mientras Stewart desapareció del escenario -para descansar un poco, seguramente-. Después, al igual que en el toque de 1989, Stewart y sus coristas tiraron una buena cantidad de pelotas de fútbol hacia el público (el cantante pegó unos buenos derechazos, pero ningún balón pudo llegar más allá de la platea).
El recital se encaminó al final a puro baile, con su clásica canción disco de 1978, “Da Ya Think I'm Sexy?”, y el público se movió como nunca antes en la noche. Y se siguió agitando con “Stay with Me”, de The Faces, la banda de los setenta que Stewart formó con Ronnie Wood; sin dudas, fue el momento más estrictamente rockero del show.
Luego del baño ochentero de “Some Guys Have All the Luck”, Stewart se puso la gorra -de marinero- y cantó la balada “Sailing”, otra versión que hizo hit en los 70. Entonces, la gente se dejó llevar y empezó a balancear sus celulares como si fueran encendedores. El final fue con la optimista “Love Train”, original de The O'Jays, que dejó al público saliendo entusiasmado del Centenario, en cuyos alrededores ya no quedaba ni uno de los vendedores de gorros negros que decían “Rod Stewart” en el mismo color dorado brilloso que el saco del cantante.