La organización que da título a esta película fue un grupo paramilitar supremacista que funcionó en Estados Unidos entre setiembre de 1983 y diciembre de 1984, fundado por Robert Jay Mathews.
Mathews, que fue criado en el seno de una familia mormona, desde niño se convirtió en miembro de la John Birch Society, otro grupo de derecha estadounidense, fundado en 1958 y activo hasta hoy, que apoya el anticomunismo y el conservadurismo social asociado con políticas libertarias en lo económico. Después decidió (algo para nada llamativo, viendo su contexto) que lo mejor que podía hacer para cimentar las ideas de todos los grupos a los que pertenecía era liderar otra asociación, pero en este caso fuertemente armada, entrenada y diseñada para eventualmente dar un golpe de Estado al gobierno de Estados Unidos (gobierno que, según creían, era intervenido por judíos, quienes, según aseguraban ellos, dominaban el mundo).
Para financiar todo este procedimiento es que Mathews y sus seguidores cometieron una serie de asaltos a mano armada en los estados de Washington e Idaho, armaron varios campos de entrenamiento y ejecutaron una serie de movimientos –el más terriblemente notorio fue el asesinato del locutor radial Alan Berg en junio de 1984– que replicaban los modos y haceres del libro Los diarios de Turner, escrito por William Luther Pierce, donde un ficticio grupo terrorista derroca al gobierno.
Las acciones de Mathews y su grupo no tardaron en llamar la atención del FBI, y la investigación que aconteció en aquel momento es lo que da cuerpo ahora a la nueva película del australiano Justin Kurzel –responsable de varias buenas películas ya, como su versión de Macbeth o The True Story of the Kelly Gang–, que se estrenara muy recientemente en Amazon Prime.
La base del guion, escrito por Zach Baylin, es el libro de no ficción de 1989 The Silent Brotherhood, de Kevin Flynn y Gary Gerhardt, que sirve para desarrollar en paralelo las dos narrativas que dan cuerpo a este contundente thriller. Por un lado tenemos al agotado agente del FBI Terry Husk (bien de bien, como suele estarlo Jude Law), que se traslada a esta zona rural buscando bajar un poco el ritmo –y, eventualmente, retomar su relación con su propia familia– y terminan por llamarle la atención los aparentemente aleatorios asaltos que están ocurriendo por la zona.
Por otro lado vemos cómo Mathews (Nicholas Hoult en otro gran protagónico, y a este paso este muchacho se va a comer el mundo) va organizando su grupo fundamentalista extremo, escindido de otros grupos similares algo más moderados. Recluta miembros, los arma, los entrena y ejecuta los diferentes pasos de su plan.
La aparición de un cadáver involucra a un joven agente de la Policía local (Tye Sheridan) con el agente del FBI y pronto tendremos una investigación que tiene, cinematográficamente, reminiscencias de la que podría ser la madre de este tipo de películas: la Misisipi en llamas de Alan Parker (qué gran película que es y sigue siendo, qué lo tiró).
La narración que propone Kurzel es, entonces, bastante tradicional, pero esto le funciona perfecto para continuar de manera por completo efectiva a medida que la investigación avanza y los modos y métodos de La Orden recrudecen. Cuando llega la acción, es una acción seca y realista, con aires de Michael Mann en su ejecución (aunque Kurzel no es Mann y no llega a sus picos de tensión y efectividad) que dotan de completa verosimilitud todo lo que vemos. Acaso alguna decisión de casting moderno (de esos más preocupados por género y representatividad actual) choca –por tratarse de una historia ambientada en Idaho y en 1984– y descoloca un poco ante una reconstrucción tan ordenada y minuciosa, pero nada que afecte en demasía el resultado.
The Order termina por ser una gran muestra de un tipo de cine clásico, del que ya no hay tantos ejemplos hoy por hoy. Y es una pena, porque es un gran tipo de cine, siempre efectivo, siempre cumplidor.
The Order, 116 minutos, en Prime Video.