Ser una persona “crónicamente en línea” y dedicarles demasiado tiempo a las redes sociales es perjudicial para la salud. Entre las pocas ventajas que tiene está el conocer antes que el resto del mundo a una gran cantidad de humanos delirantes que terminan siendo motivo de burla o motor de la destrucción planetaria. O las dos cosas, en el caso de Elon Musk.
Uno de estos personajes que entraron rápidamente en el radar de las redes sociales y luego fue noticia en el mundo real fue el empresario Bryan Johnson. De buenas a primeras, entre coqueteos de Musk con la ultraderecha y videos de gatitos, apareció un multimillonario que en su obsesión con la vida eterna se hacía transfusiones de la sangre de su hijo. O algo así; recuerden que en Twitter (jamás la llamaré por otro nombre) a los cinco segundos ya apareció otra señal del fin del mundo con la que distraerse.
Cada vez pasa menos tiempo entre el hecho y su crónica, así que las hazañas de este hombre ya se transformaron en un documental de Netflix titulado No mueras: el hombre que quiere vivir para siempre (en inglés Don’t Die: The Man Who Wants to Live Forever). En menos de una hora y media, el director Chris Smith nos invita a conocer a una persona tan aburrida como sus hábitos, pero se las arregla para que al menos la anécdota sea interesante.
Johnson no solamente quiere mantenerse en forma; su objetivo es revertir el envejecimiento. Para eso dispone de dinero, tiempo libre y un tercer ingrediente: un grupo de sicofantes que le siguen la corriente. Claro que el tercer ingrediente necesita del primero para existir.
Smith no necesita hacer que Johnson pise el palito para que su locura desbarranque. Alcanza con verlo tomar decenas de pastillas al día, practicar ejercicio por demasiadas horas y tratar al único hijo que le sigue la corriente como un banco de órganos ambulante. Este emprendedor que hizo fortunas en el mundo de los pagos online dejó su religión y la familia (una cosa como consecuencia de la otra) y con la fortuna recibida por haber vendido su empresa se embarcó en esta lucha contra el tiempo, contra la realidad y contra el sentido común.
No es un personaje tan extravagante como el rey de los tigres o la loca de los chimpancés. Pero de todas maneras es atractivo ver a este caso de estudio de la psicología recorriendo el mundo y sometiéndose a toda clase de terapias alternativas para después alardear, por ejemplo, de tener el ano de una persona de 18 años. Si sumamos el tiempo que le dedica a cada una de las actividades relacionadas con su sueño, aunque viva hasta los 200 años tendrá menos tiempo vivido que un adulto promedio.
Cuando estamos convencidos de que es un simple caso de “el que tiene plata hace lo que quiere”, se introduce una interrogante. ¿Será que este tipo solamente expone sus rutinas ridículas y su dieta imposible para después vendernos toda clase de productos mágicos? Venderlos, los vende. La pregunta es si llegaron luego del plan de rejuvenecimiento o siempre estuvieron en el horizonte.
Lo triste no es que un egresado de la Universidad Nacional de Singapur le saque plata a quien no la necesita; el problema es que Bryan termina involucrando a otras personas en su disfunción, como su pobre hijo proveedor de plasma y la ayudante que lo sigue a todas partes.
El documental cierra su arco con la partida (¿huida?) de su hijo a la universidad. No se hubiera tolerado mucho más de ese estilo de vida que en cualquier momento se revelará como una bomba de tiempo. A diferencia de otras historias que Netflix convierte en docuseries, aquí tenemos 88 minutos bien ajustaditos para conocer a Bryan Johnson y rápidamente olvidarnos de él hasta que vuelva a convertirse en el personaje del día en las redes. Quizás por eso mismo que él tanto está esquivando.
No mueras: el hombre que quiere vivir para siempre. 88 minutos. En Netflix.