A las cuatro de la tarde de un jueves caluroso, un teatro puede ser la salvación de cualquier transeúnte. Curiosos locales y turistas asoman la nariz y hablan casi en secreto sobre el teatro El Galpón, como edificio histórico y cuna de grandes artistas, junto a un rayo de sol que invade la sombra con aire acondicionado. Inadvertidamente, la célebre actriz Myriam Gleijer cruza las puertas de la entrada con una sonrisa. A su paso de dueña de casa saluda al encargado de la librería, a la muchacha detrás de la cafetería y a los administrativos del segundo piso. “Te llevo las cosas para el ensayo”, le propone el hombre de anteojos que atiende la boletería, y se queda con la elegante cartera verde esmeralda de la actriz mientras ella propone un lugar para esta charla con la diaria, evaluando la potencia de la luz y la tranquilidad sonora del espacio elegido.
Más tarde, en un paseo guiado por la sala principal, César Campodónico, la vida se muestra detenida y desarmada. Mesas, sillas y otros artefactos hogareños aguardan su momento de estreno, en una enredadera negra que cubre las paredes y el techo del escenario. “Él es Sergio, un gran compañero”, dice Gleijer al tiempo que señala al hombre solitario que limpia el lugar con agua y escoba. “No exageres”, vuelve con eco. “Sergio es uno de los integrantes de la Brigada Di Pascua, que hacen esas pinturas tan notables”, apunta la ciudadana ilustre en referencia al grupo de muralistas que pintó el fondo exterior del teatro.
Luego recuerda la compra del predio: “Esto era como un foso grande donde estuvo el Gran Palace. Corría el año 64 y la cosa ya estaba difícil en lo económico. Yo era parte de la escuela de actuación y trabajábamos todos. Hicimos una campaña gigante para recaudar fondos, nos ayudó la gente del sindicato de la construcción, otros grupos teatrales, organizábamos ferias y venían Ruben Rada y Zitarrosa a cantar. Construimos todo a pulmón, pero fue una hazaña de todo el pueblo”, dice y suspira.
De vuelta a su rutina actual, se cuestiona –sólo por un segundo– su semana sin días libres, entre ensayos y lecturas de guion, como el que recibió hace unos días para participar en una película uruguaya. Luego sigue escroleando en su teléfono hasta encontrar las mejores fotos de la obra Las dos en punto (de Esther F Carrodeguas, con dirección de Graciela Escuder), la que ahora ocupa la cartelera principal de El Galpón.
Ahora mismo también estás ensayando una nueva obra ¿Qué podés adelantar?
Se llama La reina de la belleza de Leenane y tiene la dirección de Santiago Sanguinetti. Es de Martin McDonagh, un inglés de familia irlandesa, dramaturgo, guionista y director de cine. Hizo una película maravillosa que se llama El espíritu de la isla, y esta es su primera obra de teatro.
Somos cuatro personajes hermosos que abordan el problema de los cuidados de la gente mayor, lo que significa para estas personas y para quienes tienen que cuidarlas y atravesar esa etapa. La trama, además, tiene la relación tortuosa de una madre y una hija y cuenta lo que pasa cuando se generan vínculos de mucha dependencia. Es una historia fuerte, con mucha ironía, en la que se ve cómo se estropea una vida.
Ya habías trabajado con Santiago Sanguinetti en su obra Bakunin sauna. ¿Cómo te resulta trabajar con él?
Me encanta. Lo de Santiago siempre va ligado a una crítica ácida a nivel político y amorosa al mismo tiempo.
Vos sintonizás con algo de eso, ¿no?
Sintonizo mucho con la gente joven. Y pienso que, si bien yo he vivido una etapa más romántica desde el punto de vista político, con otras esperanzas de otro mundo, para mantener una mirada crítica de las cosas, sin olvidar nunca el pasado, hay que estar muy conectado con el presente y prestar atención a la mirada de esos jóvenes que ven cómo este mundo se ha transformado en algo terrible y tratan de procesar lo que les va pasando. A veces nos quedamos con lo que vivimos y terminamos juzgando a los jóvenes sin pensarlo demasiado.
Del teatro de Sanguinetti se dice, por ejemplo, que es posmoderno o rupturista, en contraposición con otro teatro más tradicional. ¿Para vos es válida esa distinción, o es teatro y punto?
Y es verdad que es rupturista, porque es otra forma de expresión más joven, más lanzada, más enérgica, más crítica y más satírica de este mundo terrible en el que estamos viviendo. Entonces, ¿cómo los jóvenes lo van a ver de otra manera?
En ese sentido, decías que viviste una época más romántica.
Sí, esperanzadora. A mí me tocó atravesar toda la época de la dictadura y de la apertura democrática. Luchábamos por un mundo mejor, con el que todavía sueño, por supuesto.
Eso te quería preguntar. Por tu esperanza actual.
En este mundo globalizado, donde estamos tan determinados por otros países y por otras fuerzas, hay que salir a buscar caminos diferentes de los que ya probamos. Pero no queda más remedio que seguir transitando para encontrar un mundo mejor para el hombre.
Myriam Gleijer, durante la obra Las dos en punto, junto a Alicia Alfonso.
Foto: Alejandro Persichetti, difusión
¿Seguís pensando que el teatro tiene una potencia transformadora?
El teatro, de alguna manera, siempre tiene que ser una exposición del mundo y del ser humano, de las relaciones humanas, para que el público vea diferentes realidades, reflexione y elija qué mundo quiere. La función de la cultura es la de ayudar al hombre para que siga teniendo pensamiento propio. En este mundo dominado por nuevas tecnologías y por medios que quieren dirigir y apagar el pensamiento propio, el teatro puede rescatar el sentido de elección del ser humano, a través del pensamiento y del sentimiento, y también a través de la belleza que trae el arte.
Yo dediqué muchos años a dar clases, recorrí toda la república, y aunque quieran matar a la cultura, como ya lo han intentado, la necesidad de expresión de la gente siempre resulta más fuerte.
¿Qué expectativas tenés del gobierno que está a punto de asumir en relación con la cultura?
Tengo esperanzas, y lo digo como integrante del colectivo del teatro independiente, con todo lo que hemos luchado para sostener, como titanes, nuestras salas y los grupos de teatro, que cumplieron 70 años de existencia –nuestra sala ya tiene 75–; tengo claro que el teatro independiente necesita un apoyo evidente, como pasa en otros países del mundo.
Tenemos aprobada la Ley de Promoción del Teatro Independiente. Fue votada por todos los partidos y fue trancada por este gobierno que acaba de pasar, pero todavía precisa su reglamentación. Así que estoy casi segura de que este próximo gobierno la va a concretar, sobre todo teniendo en cuenta que dentro de su programa de gobierno la cultura es un elemento fundamental.
Ahora estás haciendo Las dos en punto. ¿De qué se trata?
La obra está inspirada en un hecho real. La estamos haciendo con Alicia Alfonso, que es un encanto de actriz. Somos dos mujeres que en España se llamaban Las Marías. Ellas tienen una estatua de tamaño real en la Alameda de Santiago de Compostela.
Estas mujeres vivieron en la época de la República Española. Fueron parte de una familia muy grande, como de 13 hermanos, integrantes de la central de trabajadores española.
Cuando viene la guerra civil española y la época de [Francisco] Franco, los hermanos tienen que escaparse porque los van a meter presos, y quedan las mujeres en la casa.
En esa época, cuando los militares iban a buscar a los padres o a los hermanos a las casas, a las mujeres las pelaban, las vejaban, las hacían salir semidesnudas a la calle para humillarlas. Estos personajes de la obra, que son las últimas dos hermanas que quedan, salvo una que logró irse a otro lugar, son Las Marías. Ellas se quedan sin trabajo porque la gente, por miedo, no se anima ni a hablarles, quedan encerradas en sus casas, pidiendo por favor y explicando que no tienen la culpa de nada y, de alguna manera, aparentando un estado de locura que luego, con el tiempo y los años, se transforma en una mezcla de locura real.
Entonces, en una forma de rebeldía, deciden salir las dos a pasear a la calle con ropas de colores, en esa España gris y franquista. Esas mujeres rebeldes, que mantienen esa especie de locura, pueden emparentarse con todo el mundo; con la gente que termina viviendo en la calle, por ejemplo, que son personajes característicos de nuestra ciudad, con sus problemas psicológicos, con sus historias detrás. Entonces, la obra se vincula también con la actualidad y es un homenaje a esos personajes, que además son mujeres.
La historia siempre habla más de los hombres; las historias de las mujeres, esas que han sufrido mucho, tanto en la dictadura como en otros momentos, las que han caído presas acá como las que han tenido sus maridos presos, sus hijos presos o desaparecidos, y han tenido que sostener el hogar, siempre han quedado relegadas.
Quienes te conocen bien destacan tu constante energía. ¿Identificás qué cosa te permitió salir adelante en los momentos más difíciles de tu vida?
Mis padres nacieron en Polonia, eran judíos polacos. En los años 30, allá, incluso en forma amateur, en un pueblito de Europa, hacían teatro. Mi madre actuaba y mi padre dirigió un grupito de teatro.
Vengo de una familia de inmigrantes que ha luchado mucho acá, que apoyaron [a los republicanos en] la guerra civil española en su época, la guerra contra el nazismo.
Además, de chica nos llevaban a ver espectáculos siempre. De alguna manera, somos una familia de artistas.
Foto: Gianni Schiaffarino
¿El teatro fortalece?
El arte me ha salvado siempre de todos los sinsabores. Durante la dictadura, yo salí de estar presa e inmediatamente empecé a hacer teatro. Recorrí todos los teatros, porque los otros compañeros de la compañía se pudieron ir. Quedamos solo mi exmarido [el actor Luis Fourcade] y yo presos.
Yo entré presa por el Galpón, por la obra Libertad, libertad, pero luego volví a caer porque había ayudado a un dirigente sindical al que le daba de comer en mi casa.
A mí me tocaron 24 meses, de los que cumplí un año y medio. A los 13 meses me dieron libertad condicional. Estuve en el Regimiento de Caballería 6, en el 300 Carlos, en la parte de tortura, en el Quinto de Artillería y luego en Punta de Rieles.
¿Te acordás del día en que saliste?
Sí, claro. Un día me sacaron, creyendo que me iban a liberar, y me pusieron una capucha para encerrarme de vuelta en otro lugar. El día que me largaron me dijeron: “Bueno... sale”. Tenía que llamar a alguien por teléfono para avisar. Me fue a buscar mi padre.
Él, que ya era grande, fue sin el auto porque le daba miedo manejar por lo nervioso que estaba. De ahí, donde estaba detenida, teníamos que ir a Instrucciones y Mendoza, a un cuartel donde tenía que presentarme. Entonces cuando salimos me dice: “Vamos a buscar un taxi”. Estábamos esperando en una esquina y yo le digo: “Mirá, ¡ahí viene el 149”, y salí corriendo a parar el ómnibus mientras mi padre me decía: “Vos estás loca”. Alcanzamos el ómnibus y nos subimos, y me vine feliz en el 149.
Cuando llegamos a casa, les pedí a mis padres que me dejaran salir a mi sola. Vivíamos en Pocitos, en el apartamento donde vivo ahora. Me fui a la rambla, era invierno, bajé a la arena, estaba todo vacío, y me puse a cantar a grito pelado con una alegría de libertad, mirando el mar, corriendo en la arena. No me olvido de ese momento. No me lo olvido. Fue muy bello, dentro de todos los momentos bellos de la vida.
En plena pandemia participaste en la serie audiovisual Temporario, producida por El Galpón. ¿Qué te dejó esa experiencia?
En el teatro independiente somos quijotes. En la pandemia, con los teatros cerrados, sin mucho que hacer y con la gente parada, se nos ocurrió transformar el escenario en un set de televisión. Todo el escenario era un apartamento. Y ahí transcurrían distintas historias, escritas por distintos guionistas.
Entre los episodios en los que participaste hay uno que se llama “La primera” y lo protagonizás junto a Luis Fourcade.
Mi exmarido, que es familia desde hace muchos años. Tuvimos 34 años de matrimonio y ahora 24 años de separación. Él tuvo otra pareja y ahora somos amigos. Somos amigos y familia.
Ese fue un lindo episodio de Temporario, con guion y dirección de Federico Borgia. Se cuenta el encuentro casual de una pareja mayor, con mucho humor, con mucha ternura.
En ese capítulo de Temporario tu personaje fuma marihuana. ¿Vos probaste alguna vez?
Mi hijo [Gabriel Pérez, realizador audiovisual y docente de la Escuela de Cine del Uruguay] no fuma. De jovencito, en alguna fiesta, de repente, un cigarrito. Hablando con él, años atrás, un día me dice: “Mamá: ¿nunca probaste marihuana?”. Le dije: “Nunca”. Me recomendó que probara y yo le respondí que estaba loco. Las cosas que yo no domino me asustan.
Bueno, resulta que apareció un cigarrito, ¿qué te puedo decir? Como de dos centímetros y medio y medio centímetro de ancho. Lo agarró con una pipita y lo fumé con él, y me puse a reír de una manera que no te puedo explicar. Me dio por ahí, y es lo único que fumé en mi vida.
Te digo más: yo nunca fumé salvo cuando estuve en el Quinto de Artillería. Hacía tanto frío en esos calabozos y pasábamos tan mal comidos, que alguna vez fumé para sentir un calorcito en el pecho.
¿Cualquiera puede actuar? ¿Hay que tener un don especial?
No sé si para seguir una carrera extensa, pero siempre se puede estimular a que cada uno intente expresarse desde su interior. El teatro es una forma de expresión de las relaciones humanas y de todos los elementos de la cultura. Además, te enseña a valorar y a respetar las diferencias en el ser humano. Tú no podés hacer un personaje, aunque sea terrible, sin encontrarle su humanidad. El ser humano no es perfecto, pero no es malo del todo ni bueno del todo; tiene sus claroscuros. Si uno transita un personaje sin juzgarlo, seguramente va a aprender algo sobre la convivencia.
Las dos en punto. Sábado a las 21.00 y domingo a las 19.30 en la sala Atahualpa de El Galpón (18 de Julio 1618). Entradas generales a $ 600. Hay 2x1 para Comunidad la diaria.