¿El fútbol es una maravilla? Sí, claro que sí, el fútbol es una maravilla. La final del Mundial fue una maravilla, el triunfo argentino fue una maravilla, Lionel Messi es una maravilla, completando el último sello que el expediente del utilitarismo precisaba para que le den el título del mejor jugador del mundo, y al final, también el Mundial, por su construcción histórica con su sedimento emocional y espiritual, y por el presente defendido por los futbolistas manteniendo el fuego en medio de los negocios, de la trampa, de la corrupción.
Argentina consiguió su tercer título mundial tras vencer por penales a Francia, después de haber empatado 3-3 en más de 120 minutos de fútbol. El partido terminó 2-2 después de que Argentina terminara 2-0 arriba el primer tiempo, con goles de Messi y Ángel di María, pero Francia, en trepidante momento, empató en dos minutos con dos goles de Mbappé y se fueron al alargue, en el que en el segundo tiempo anotaron Messi y Mbappé, nuevamente, para que después, en la definición por penales, con otra descollante actuación de Emiliano Dibu Martínez, Argentina se quedara con el triunfo, el título y la copa.
En el Río de la Plata, los 45 millones de argentinos y los tres millones de uruguayos jugamos una final del mundo cada día, desde la primera pelota que corremos en la vereda hasta la última estirada de pata frente a una pantalla o al lado de una radio. Eso es cierto e indiscutible. O sea, sabemos lo que significan estas instancias únicas y repetidas cada día, pero que sólo se dan cada cuatro años y que significan el todo del todo. Eso nos lleva a acompañar estas finales con todo el equipo de emociones, preparado para asumir esta instancia, pero, como el mundo, esos millones de millones, que después Infantino hará bandera con su cifra, pudieron aguantar algo tan emocionante como esta, la final más emocionante de este siglo.
Fue una final maravillosa coronada con el título de Argentina, por Messi, por Scaloni y por el colectivo de futbolistas que fue teniendo distintos destaques, pero que en la final tuvo acciones geniales de Di María y Martínez, y durante buena parte del campeonato tuvo el pleno destaque de Rodrigo de Paul.
El Negro Roberto Fontanarrosa no hubiese escrito algo más hermoso que “19 de diciembre de 1971”, pero, a través de todos sus connacionales, hizo que un poco fuésemos el Viejo Casale. “Me gustaría que alguno de esos turritos me contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras. [...] ¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos, lejos, el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante!”1
Hipótesis de trabajo
Es posible trazar una hipótesis acerca de la preeminencia de lo emocional por sobre lo técnico o lo táctico para los períodos y acciones en que se resuelve quién es el mejor. Este partido pudo haber sido una de las pruebas de estudio.
El primer tiempo fue claramente dominado y ganado por Argentina. Los primeros 20 minutos tuvieron una ligera superioridad albiceleste, que, a través de Messi, enganchando con De Paul por derecha y Di María por izquierda, llevaron el juego casi de manera permanente al campo contrario.
Fue justamente en ese marco de referencia, el minuto 20, cuando un ataque de los albicelestes terminó en los pies de Di María, que con un regate y engaño se metió en el área y desde atrás fue tímidamente empujado por Ousmane Dembélé, por lo que el árbitro pitó inmediatamente penal, que con pasmosa tranquilidad en un momento de altísima tensión cambió por gol Messi.
Francia intentó una tímida reacción, pero el partido siguió siendo de Argentina, que manejaba la pelota con seguridad y tranquilidad mientras los franceses no salían a presionar. En una acción de robo de pelota por presión, que generó un pelotazo galo, nació el segundo gol, con un estupendo contragolpe que arrancó Messi con un pase extraordinario, pasó por Julián Álvarez, Alexis Mac Allister, que entró como 9, y generó un pase gol para Di María, que definió de manera exquisita.
Como en el 86
Demasiadas coincidencias se sumaban al Mundial de Diego Maradona, que, como proyectaba la ilusión de la canción, desde el cielo alentó. Partido 2-0, un equipo que se echa o lo echan muy atrás, y, al final, pimba, te empatan. La incidencia de lo emocional, primando por sobre lo técnico y lo táctico, fue lo que terminó decidiendo el segundo tiempo y, en definitiva, los 90 minutos del partido. De otra manera no nos podríamos haber imaginado el segundo tiempo y el empate francés.
Cuando faltaban poco más de diez minutos para el final del partido, los franceses, que no habían tenido una reacción acorde con el resultado del partido, lograron el empate a través de dos goles de Kylian Mbappé.
Primero hay que saber sufrir
La primera parte del alargue empezó con dominio francés, como siguiendo el embalaje que había conseguido al final del partido, y posteriormente fue Argentina quien empezó a dominar el juego y, además, quien contó con dos oportunidades de gol, las dos de Lautaro Martínez, que no logró definir de manera adecuada, por lo que se fueron a la última parte de la prórroga tal como habían empezado.
El desenlace fue a pura emoción y piernas cascoteadas. Otra vez parecía triunfo argentino, después de que Messi la tocara prácticamente en la raya para el 3-2, pero una jugada aislada de mano le dio el penal a Francia, que Mbappé volvió a cambiar por gol. Aunque, ojo, yendo 3-3 tuvo Francia el cuarto, pero una maravillosa atajada de Dibu al remate de Kolo Muani salvó el partido y el título de mejor del mundo. También tuvo la chance del cuarto gol Argentina a través de Lautaro Martínez, pero su cabezazo fue afuera, y de ahí a los penales.
“No había, en la hinchada, un tipo más feliz que él. Vino con nosotros a la popu y se bancó toda la espera del partido, que fue más larga que la puta que lo parió y después se bancó el partido. Estaba verde, eso sí, y había momentos en que parecía que vos lo pinchabas con un alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo relojeaba a cada momento. Y después del gol yo lo busqué, lo busqué porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando la mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el lado del viejo y lo vi abrazado a un grandote en musculosa, casi trepado arriba del grandote, llorando. Y ahí me dije: si este no se murió aquí, no se muere más. Es inmortal”.
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“19 de diciembre de 1971”, cuento de Roberto Fontanarrosa. ↩