La firma del Tratado de Tordesillas

El 7 de junio de 1494 se reunieron en esa localidad valenciana los representantes de Fernando II e Isabel I, reyes de Castilla y Aragón, y los de Juan II de Portugal para firmar un acuerdo que dividiera las posesiones de ultramar de cada uno de los reinos. Isabel II participó como facilitadora y garante, y a pesar de su juventud (en aquel entonces tenía apenas 43 años), logró que el encuentro se desarrollara en medio de un clima pacífico y constructivo. Pero para la delegación uruguaya, comandada por Julio María Sanguinetti, hubo momentos de zozobra. El plan inicial era que Uruguay formara parte del Imperio español, pero un error en el trazado de la línea demarcatoria lo había dejado en manos de los portugueses. Sanguinetti y los suyos consideraron que aquello era inaceptable, ya que en Montevideo y las principales ciudades del interior los carteles de “Ceda el paso” ya estaban escritos en español. Una intervención oportuna de Isabel II logró destrabar la situación, y como forma de agradecimiento, Sanguinetti le regaló a la monarca un libro suyo titulado El populismo indigenista en la América precolombina.

El éxodo del Pueblo Oriental

José Gervasio Artigas no tenía un buen concepto de las monarquías en general, pero sentía una especial aversión por Isabel II, a quien responsabilizaba por los problemas de pareja entre Carlos y Lady Di. Artigas afirmó en público varias veces que aquella “vieja de mierda” había sido la verdadera culpable de la muerte de Diana de Gales. En cierta ocasión, además, le dijo a Dámaso Antonio Larrañaga que Elton John era “un falluto”, ya que, a pesar de su amistad con Diana, tras la muerte de esta mantuvo una excelente relación con la reina británica. Isabel II estaba al tanto de estos episodios, así que, cuando Artigas se vio forzado a marchar hacia Salto Chico, decidió tomar revancha. Le envió un telegrama que contenía simplemente una palabra: “corriste”. Afortunadamente el mensaje original estaba en inglés, lengua que Artigas no dominaba, así que el incidente no terminó en una declaración de guerra.

Salsipuedes

Isabel II fue una de las principales impulsoras de la creación de Uruguay como nación independiente, al punto que siempre se refirió a Lord Ponsonby como “mi pollo”. Luego de la Jura de la Constitución de 1830, Isabel II no se desentendió del pequeño y reluciente país, sino que se mantuvo involucrada con su suerte. Preocupada por los serios problemas que estaban teniendo los uruguayos para integrar a los charrúas, la reina decidió escribirle una carta al presidente Fructuoso Rivera, en la que le recomendaba “tomar medidas enérgicas”. “Excelentísimo señor Rivera, esto se lo digo de jefe de Estado a jefe de Estado: hay gente con la que ni vale la pena discutir”. Isabel II le proponía a Rivera construir una reserva para los charrúas y mantenerlos aislados del resto de la sociedad. “Su Majestad, con todo respeto: esto no es Inglaterra. Estos tipos ni siquiera se lavan los dientes”, le respondió Rivera, apenas unos días antes de emprender la ofensiva final contra los charrúas.

Peñarol

En 1913, los propietarios de la Central Uruguay Railway Company decidieron que su conflictiva rama futbolística debía separarse del resto del club de los ferroviarios. Cuando la reina Isabel II se enteró, llamó de inmediato al embajador británico en Montevideo para expresarle su más firme rechazo a tal determinación, ya que era hincha fanática del equipo de fútbol mirasol y seguía religiosamente las transmisiones radiales de Tenfield que llegaban a Londres. Pero los dueños de la empresa británica de ferrocarriles le explicaron al embajador que la rama del fútbol del club se estaba volviendo algo incontrolable. Isabel II aceptó entonces la decisión de los empresarios, aunque nunca se recuperó de ese golpe. “Hay dos pérdidas para el Imperio de las que jamás me pude recuperar. Las colonias británicas de Norteamérica y Peñarol”, dijo en una entrevista con Julio Ríos.