Durante años, el concepto de lo “viral” estuvo reservado al ámbito médico, en todo lo relacionado a esos microorganismos que causan enfermedades. Más tarde llegarían los virus de computadoras, que se esparcen con la rapidez con la que nuestras madres abren cualquier archivo que les manden por mail, sin preguntarse por qué el texto que los acompaña está escrito en un pésimo español.

Con el desarrollo de las redes sociales, descubrimos una nueva clase de “contenido viral”: aquel que nos llama tanto la atención que decidimos compartirlo con nuestros contactos dando un simple clic. Puede tratarse de un video de gatitos, una foto retocada del vicepresidente de turno o un chiste de humor gráfico.

Hace unos años era imposible pasar cinco minutos en Facebook sin ver un dibujo del chileno Alberto Montt, con sus simples pero graciosos juegos de palabras, o sus eternos conflictos entre Dios y el Diablo. Y últimamente es difícil no toparse con alguno de los cuadros de humor que Tute publica diariamente en el periódico argentino La Nación.

No se trata de un novato; pese a estar por cumplir sus primeros 43 años, Juan Matías Loiseau, Tute, mantiene ese espacio desde el milenio pasado y lleva más de dos décadas trabajando en las publicaciones más diversas.

Con él conversamos de este mundo acelerado e inmediato, que supo encontrar en su humor rápido y efectivo algo digno de ser viralizado. “Internet se convirtió en una gran vidriera internacional. Para los que empezamos a trabajar en esto antes de las computadoras, fue un gran cambio, una revolución”, dice.

“Subir un dibujo y tener respuesta del lector automáticamente es muy estimulante. Antes, uno hacía el cuadro de humor, se tomaba el colectivo para ir al diario, entregaba en mano el dibujo, y había que esperar a la Feria del Libro para saber qué repercusión había tenido ―y sólo en tu país―”.

Genealogía de lujo

Retrocedamos el reloj hasta su tierna infancia. El padre de Juan Matías era Carlos Loiseau, conocido como Caoli (1948―2012), creador del recordado personaje Clemente y uno de los grandes exponentes del humor gráfico argentino en la década del 70 y el 80.

“Para mí, dibujar era natural. Todos a mi alrededor lo hacían. Mi madre es artista plástica, veía dibujar a mi papá todos los días, y viajábamos con los amigos de mi viejo y ellos también dibujaban. Así que estaba muy estimulado por todas partes”, aclara Tute.

Esos amigos de su padre eran figuras notables del dibujo, alrededor de quienes él creció. “En la Feria del Libro, solía ponerme al lado del Negro Fontanarrosa ―que era como un tío― a dibujar mientras él firmaba libros. Tengo dibujos de todos de aquellos años, de Quino, Rep, Maicas, Langer, Fontanarrosa, Ferro, Viuti, Tabaré, Bróccoli... Con el tiempo los fui dimensionando como artistas y se convirtieron en referentes para mí. Aprendí mucho viéndolos dibujar, leyendo sus libros”, rememora.

El pasaje de dibujar a “hacer viñetas” llegó en la adolescencia. “Una noche, recuerdo, me dispuse por primera vez a hacer un chiste. Un chiste que funcionara más allá de mi grupo de amigos, del código en común que teníamos. Un chiste que pudiera entender todo el mundo. Fue un gran desafío, no sabía si estaba preparado para eso. Sentía que del resultado de esa noche dependía mi destino de humorista gráfico. Afortunadamente, esa noche salieron muchas ideas y dibujé hasta que se hizo de día”. Podría decirse que desde entonces jamás se detuvo.

Y mientras que otros adolescentes tienen un momento en el que reniegan de todo lo que está relacionado con sus padres, Tute hizo lo contrario. “Curiosamente, mi rebeldía consistió en dejar diseño gráfico, carrera que me había aconsejado estudiar mi papá, y dedicarme al humor gráfico. Mis entregas de diseño eran todas dibujadas. Los profesores al principio estaban encantados con mis dibujos, pero después ya me pedían que entregara cosas más estructuradas. Largué y me metí en la escuela de [Carlos] Garaycochea, y al poco tiempo ya estaba trabajando en revistas y periódicos”.

En sus comienzos, el estilo de dibujo tenía una influencia muy fuerte de Caloi, algo que el artista reconoce. “Un día mi mamá no pudo distinguir si un dibujo que le mostré era mío o de mi papá. Ahí decidí despegarme de él. Primero intenté hacerlo violentamente, de un día para el otro. Y lo logré; ya no se parecía al de él, pero tampoco me sentía identificado. Así que decidí tomar el camino más largo, el de hacerlo naturalmente, de a poco. Y así fue. Creo que a medida que uno va encontrando su propia personalidad, sus propios gustos, va encontrando su propia identidad también en el dibujo”.

¿Esa “liberación” fue de la mano con una liberación de su trazo? Tute cree que sí: “Me di cuenta de que me sentía más identificado con esa línea más suelta y desprejuiciada de los bocetos que con el trazo de un original, con lápiz previo, pasado a tinta, etcétera. De a poco, mis bocetos se fueron convirtiendo en mis originales, con tachaduras y todo”.

Esas tachaduras se pueden ver, fundamentalmente, en los dibujos que publica en la edición dominical de La Nación, o en libros como El amor es un perro verde (Sudamericana, 2016), en el que su trazo parece estar más preocupado por llegar al final de la historia que por hacer líneas rectas o imágenes limpias.

“Mis páginas dominicales son bocetos. Me gusta que así sean, porque creo que conservan algo irrepetible que es el impulso, la frescura y la potencia gestual de lo dibujado casi inconscientemente. A veces las empiezo sin idea previa o con una punta de idea, y me dejo llevar”, explica.

A la hora de las herramientas de trabajo, combina lo clásico con las nuevas tecnologías. “Hago un mix. Dibujo con marcador sobre papel y aplico el color en la compu, con Photoshop. Y si hay algo para retocar, lo hago con la [tableta] Wacom”.

Freud y Cupido

Tanto en las viñetas únicas como en las historietas de Tute hay un tema que parece dominarlo todo: el amor. Alcanza con hojear Tenemos que hablar (Lumen, 2017) para toparse con parejas enamoradas, parejas a punto de separarse, amores correspondidos... y de los otros. La mayoría de las páginas del libro tienen como protagonistas a dos personas intercambiando, con humor, información sobre lo que sienten acerca del otro. Son estas las piezas que más se viralizan en las redes sociales, quizá por ser las más universales.

Por suerte para sus intereses, este asunto no parece agotarse: “Evidentemente, el tema del amor y todos sus derivados es infinito. Siempre hay un punto nuevo, una conducta por explorar. Me interesa el análisis de nuestras conductas en general y, en referencia al amor, en particular”.

Otro elemento recurrente en su obra es el diván. En Argentina, y sobre todo en Buenos Aires, el psicoanálisis tiene un peso cultural muy fuerte, y esa masividad da su frutos a la hora de hacer humor: “Hice análisis muchos años ―y sigo haciéndolo―. Me interesa como herramienta para entender nuestras conductas individuales y colectivas. Argentina es el país con mayor número de psicoanalistas. Es una técnica muy difundida. Ha llegado a un nivel de popularidad que me permite hacer humor con el tema sin problemas. Como con el fútbol: todos saben lo que es un córner o un tiro libre. Bueno, todos saben qué es el Edipo, aunque nunca hayan hecho análisis”.

El motor es el deseo

Tute es un autor prolífico. Además de los libros mencionados, en Uruguay puede conseguirse Tutelandia (Sudamericana, 2015), edición en formato apaisado que contiene sus tiras homónimas. Si ampliamos los horizontes, podemos encontrar su trabajo en la recopilación Nuevos humoristas argentinos (Ediciones de la Flor, 1996) y en numerosos volúmenes editados en Sudamérica y Europa durante los últimos diez años. ¿Cómo se logra mantener la motivación en el oficio después de tanto tiempo?

“Con desafíos. Con la búsqueda permanente de nuevos caminos. Incluso por fuera del humor gráfico. En algún momento hice cine, poesía, tangos. El año pasado hice un programa de tele de entrevistas a artistas populares. Ahora grabé un disco ―Canciones sibujadas― con canciones mías interpretadas por distintos cantantes ―Ricardo Mollo, Lisandro Aristimuño, Víctor Heredia, Kevin Johansen, entre otros― y con videoclips animados. Hice una novela gráfica, estoy dibujando un libro autobiográfico... El motor siempre es el deseo”.

No les teme a los presagios de aquellos que hablan del fin de los diarios impresos: “Si algún día desaparecen, el humor gráfico se tornará digital o lo que sea. Es un oficio necesario, que acompaña a la gente. Como la literatura, el cine... Es un arte popular que se adapta a los tiempos que corren. Hoy coexiste en la prensa gráfica y en las redes digitales en todo el mundo”.

Ser un profesional del humor gráfico no significa que haya dejado de ser un lector. “Aprendí a leer con Mafalda. Hoy leo, además de humor, novela gráfica, libros autobiográficos...”. Y entre los autores que recomienda hay un nombre familiar. “Troche me gusta mucho y es uruguayo”, dice, mencionando entre otros de sus favoritos a la ecuatoriana Power Paola, Diego Parés, Max Aguirre, Juanjo Sáez y al brasileño Adão Iturrusgarai.

Agenda infinita

Montevideo Comics se lleva a cabo hoy y mañana de 12.00 a 22.00 en el Auditorio del SODRE (Andes y Mercedes) y en el Centro Cultural de España (Rincón 629). Tute dará su charla el sábado a las 19.20, presentado por el argentino Andrés Accorsi. Luego estará firmando su vasta obra en el stand oficial del evento. Otros ilustres que estarán presentes en el mayor evento de cómics y afines son David Lloyd, dibujante de la famosa V de Vendetta (que habló con la diaria esta semana: http://ladiaria.com.uy/AI0Z) y el guionista Charles Soule, destacado en la escena actual estadounidense del cómic de superhéroes. Las actividades no se agotan en las decenas de visitas extranjeras: hay proyecciones de películas, talleres, concursos de disfraces, demos de videojuegos, exposiciones, venta de merchandising, regalos, conferencias. La agenda es enorme, pero por suerte está en www.montevideocomics.com.uy La entrada para un solo día sale $ 380 (baja a $ 270 si se va con disfraz), el abono por el fin de semana sale $580, y los menores de nueve años inclusive entran gratis.