El 7 de julio de 1962, la tranquilidad montevideana se sacudió con la noticia: militantes de un grupo de extrema derecha secuestraron a la joven paraguaya Soledad Barrett, la subieron a un auto, le pidieron que gritara “Viva Hitler”, le marcaron esvásticas en los muslos con una navaja y la tiraron en la calle, cerca del Zoológico. Eran las primeras señales de la tormenta que luego se desataría. Para la investigadora Virginia Martínez aquel episodio, que tuvo amplia repercusión mediática y política, es apenas una de las puntas de la madeja. Su último libro, La vida es tempestad, aborda las peripecias de tres generaciones de la familia Barrett (mediante las biografías de Rafael, Álex y Soledad) con un telón de fondo más colectivo: las principales luchas (y traiciones) en la política del siglo XX en Uruguay, Argentina, Brasil y el siempre postergado Paraguay.
Hablar de los Barrett implica, entre otras cosas, hablar de anarquismo. ¿Hay alguna conexión entre tu documental Ácratas (2000) y este trabajo?
No hay una línea de continuidad estricta entre Ácratas y este libro. Pero lo cierto es que muchos anarquistas tienen vidas épicas, interesantes de narrar y que de repente no encontrás en otras zonas de la militancia social o política. Pero no diría que hay una continuidad. Sabía de la historia de Soledad porque es conocida; a partir de ahí empecé a interesarme en su abuelo, Rafael, y fue un gran descubrimiento. Para mí era solamente un nombre, pero cuando empecé a leer su obra y a conocer más sobre su vida, surgió la idea de escribir una historia familiar.
En el libro aparecen muchos Barrett, pero ellos son los dos principales protagonistas.
Digamos que Rafael y Soledad son los platos fuertes. Pero la biografía de Álex, el único hijo de Rafael, también es importante y fue difícil de reconstruir. Porque con Rafael y Soledad tenés variedad y riqueza de fuentes, distintas y complementarias, pero las fuentes sobre Álex son más acotadas. Tuvo una vida intensa, sobrevivió a la guerra del Chaco, a la guerra civil española de 1936, a la dictadura de [Alfredo] Stroessner. Sin embargo, y quizá porque la mayoría de sus compañeros de militancia fueron asesinados, no era una historia tan conocida.
En paralelo a la historia familiar, desarrollás aspectos de la historia política de la región.
Desde que comencé la investigación, tenía claro que quería desarrollar ese formato. Porque es una familia que no se explica sin la historia política. Quería hacer un tránsito de la historia colectiva, que tiene una cronología larga, a la historia individual y familiar. Cuando lo estaba escribiendo me había propuesto que fuera un capítulo y un capítulo, intercalados. Lo respeté en casi todo el libro, salvo en un par de capítulos, porque me lo impidieron razones de información o narración. Pero en el resto pude hacerlo: de la guerra del Chaco a Álex, de la revolución cubana a Soledad, del entrenamiento guerrillero a los hermanos Barrett.
En todas las biografías hay elementos y coincidencias que parecen cinematográficas. ¿Pensaste en hacer una película?
Una amiga con la que estoy trabajando en un proyecto documental, Soledad Castro, me decía que notaba la influencia del cine en el libro. Es cierto que me interesa un tipo de narración que quizás está más vinculada a lo guionístico, que recoge cosas del lenguaje cinematográfico. Antes de escribir sólo hacía documentales, y cuando escribí mi primer libro, Los fusilados de abril [2002], en realidad primero había sido un guion documental. La historia de los Barrett podría ser una película, pero no me imagino haciéndola. Hay una energía que se condensa cuando estás trabajando en una investigación que después no sé si es posible retomar para otros lenguajes. No lo sé.
Hay coincidencias en las historias de vida de los personajes que parecen sí guionadas.
Esas coincidencias en las historias de vida las fui descubriendo en la investigación, y se me iba ocurriendo lo de hacer esas comparaciones. Las formas de actuar del padre y del hijo, por ejemplo, que tienen puntos de contacto. Hay también una construcción deliberada; me interesa que la investigación, además de fiable y exhaustiva, sea narrativamente atractiva. Entonces hago el esfuerzo por encontrar esas líneas de contacto, que no fuerzan la realidad pero sirven para presentar mejor la historia.
En el libro hay mucha información sobre la historia de Paraguay, que a pesar de la cercanía geográfica, parece siempre tan lejano para los uruguayos.
Justo ahora estoy trabajando en un documental sobre Belela Herrera, y fuimos a filmar a Chile, al Estadio Nacional. El guía nos explicaba que por ahí pasaron cientos de presos políticos, de Uruguay, Argentina, Brasil y Chile, pero nunca nombraba a Paraguay. Y al final de la grabación le pedí que lo incorporara, porque del sufrimiento paraguayo, que tanto conmovió a Rafael y que sigue siendo una herida, nadie habla. Para mí fue reparador investigar y contar sobre la historia de Paraguay: la guerra del Chaco, el golpe de Estado de Stroessner, la resistencia y el precio altísimo que pagó el Partido Comunista paraguayo.
También el periplo de los exiliados paraguayos en Montevideo. ¿Qué encontraste al respecto?
Para mí fue todo un descubrimiento. Porque también fue perseguido en Montevideo. El Fulna (Frente Unido de Liberación Nacional), al que pertenecían varios de los Barrett, llegó a tener acá una especie de cuartel general, como después también lo tuvieron [Leonel] Brizola y otros dirigentes perseguidos por la dictadura brasileña. Al analizar lo activa que estuvo toda esa retaguardia en Montevideo, entendés también porqué después fue tan duro el golpe de 1973, en todos los sentidos.
Montevideo jugó un papel geopolítico muy importante esos años.
Muy importante. Basta ver lo decía el propio Philip Agee (autor del libro La CIA por dentro. Diario de un espía, 1975). [La historiadora] Clara Aldrighi también lo ha dicho: para la dictadura brasileña, Montevideo tenía el mismo nivel de peligrosidad que La Habana, y por eso estuvo tan interesada en promover el golpe de Estado en Uruguay, ya desde los 60. En el libro trato de recrear un poco ese ambiente y Montevideo como una especie de eje, incluso para los brasileños que desde acá se iban a entrenar a Cuba.
Después del atentado y su salida del país, Soledad regresó a Montevideo. ¿Qué encontraste de esa etapa?
Hay dos regresos de Soledad. Ella se va en 1962, que es el mismo año del atentado; después, si bien ya no volvió a vivir acá, estuvo dos veces. Una vez cuando regresaba desde Moscú, con documentos falsos, y después estuvo casi un año, esperando instrucciones para integrarse a la guerrilla brasileña. Ya agarra otro Montevideo y ella también está cambiada, ya no milita en la Unión de Jóvenes Comunistas, está más cerca de la gente del Movimiento de Liberación Nacional [MLN].
Pudiste entrevistar a gente que la conoció.
Entrevisté a gente que estuvo con ella en La Habana y a gente que la recibió en ese período (1971-1972). Ahí ella ya estaba semiclandestina, pero todos coinciden en que Soledad no se adaptaba muy bien a las normas de escasa sociabilidad que le imponía esa condición; siempre fue muy sociable y salidora.
Otra vuelta de película: en el libro decís que estuvo escondida en una casa sobre General Prim, la misma donde la habían dejado los secuestradores.
Eso es increíble. Mientras iba encontrando esos datos se lo comentaba a su hija, a Ñasaindy, que tampoco sabía. Ese edificio, en el que vivió antes de irse a Brasil, quedaba a pocos metros del lugar en el que la habían dejado tirada diez años antes.
El caso del secuestro fue importante para la época, se habló mucho de él.
Hasta la televisión cubrió el caso, pero, lamentablemente, no hay archivo de eso. Fue un tema de primera plana y tuvo amplia seguimiento, desde la prensa que le era favorable ―que era la menos, Época y un poco Acción―, hasta el resto de los medios, que ponían en tela de juicio la veracidad del hecho. Lo mismo hacía [Benito] Nardone en la radio. Soledad se convirtió, sí, en un personaje público, que empezó a hablar en los actos y en las asambleas. Hubo en esa época otros casos de ataques de grupos de ultraderecha nacionalista, pero el de ella fue sin duda el más conocido.
¿Y de su etapa en Brasil cuánto avanzás en la investigación?
Cuando empecé a trabajar en el libro, en 2004, había una cantidad de cosas que todavía no se sabían, aparecieron más testimonios. Logré avanzar bastante a partir del testimonio de su hermano Jorge, que es un sobreviviente, también secuestrado por la traición del cabo Anselmo, pareja de Soledad y militante de la misma organización política. Se ha dicho que cuando a ella la secuestran estaba embarazada de su pareja, que también fue su verdugo; pongo en tela de juicio lo del embarazo. También avanzo sobre los motivos por los que viajó a Brasil, que ayudan a comprender al personaje. Soledad no dejó de ser una promesa. No fue una dirigente, no participó directamente en acciones armadas; fue, sí, una muchacha comprometida con su tiempo, que se entrenó en Moscú y en Cuba para ir a luchar, a la que mataron antes de disparar un tiro.
¿A la familia le interesaba reivindicar su figura?
Trabajé mucho con Rafael Barrett Viedma, que vive en Montevideo. Él tenía mucho interés y llegó a escribir algunos materiales, que aparecen citados en el libro. Hay una intención de la familia por recuperar la historia sin mitología, porque ellos han pensado mucho sobre su pasado, su historia como paraguayos y como luchadores. Alberto, que es el hermano mayor que vive en Buenos Aires, también estuvo en Cuba, donde llegaron a entrenarse cinco hermanos Barrett. Ellos dos siempre tuvieron un interés especial por la seriedad de la información y por desmontar la mitología fácil en torno a su hermana. Les vi mucho rigor en eso.
¿La investigación hace algún aporte en materia judicial? ¿Hay alguna causa abierta?
Soledad técnicamente es una desaparecida, nunca apareció su cuerpo. Y en Brasil no hay represores juzgados ni presos. Lo que sí hubo fue un acto de reparación del Estado, de declararla amnistiada, también a su marido, el padre de Ñasandy, su hija, y hubo una reparación económica. Pero nadie ha estado ni siquiera un minuto en un juzgado ni en una celda por la muerte de Soledad. Tampoco se recuperó el cuerpo de su marido, José María Ferreira de Araújo (asesinado por represores paulistas), aunque sí se ubicó el cementerio donde habría sido enterrado. Fue la política de toda la dictadura brasileña: los mataban, sobre todo a los que se habían entrenado en Cuba, y los enterraban como NN en algún cementerio.
En Brasil los reclamos por verdad y justicia no tuvieron tanta fuerza como en Uruguay y Argentina.
Eso explica que pueda pasar algo como lo de Jair Bolsonaro [que reivindicó a los torturadores de Dilma Rousseff durante el impeachment], que acá sería algo imperdonable, porque no hay un espacio de legitimidad para esos discursos; le hubiera arruinado la carrera política. Brasil tiene sí, el trabajo con los archivos, que es positivo para las investigaciones. Pero es cierto que no es una causa con mucha adhesión; en Brasil no existe algo como una marcha del 20 de mayo.
Es el caso del cabo Anselmo, es difícil no hacer una comparación con Amodio Pérez. ¿Son casos tan parecidos?
En ambos casos se ha debatido si estaban infiltrados desde el comienzo o si el cambio de bando es una consecuencia de quebrarse en la tortura. Para las organizaciones, siempre es más fácil pensar que es un inflitrado desde el comienzo, porque entonces es un agente externo y en cierta forma no se culpabiliza a la organización. No tengo elementos para sacar una conclusión respecto del cabo Anselmo, expongo los argumentos de un lado y del otro. Una diferencia es que Amodio fue un hombre de mucha importancia en la estructura del MLN; el cabo Anselmo fue famoso pero nunca fue un cuadro importante. Sí tienen en común que vivieron en las sombras durante muchos años y que en determinado momento reaparecieron para dar sus testimonios. También tienen en común que han reescrito sus pasados en varias oportunidades y según su conveniencia.
Carlos Rojo, una ficha
Carlos Rojo nació en Artigas como Pedro Andrade Arregui en octubre de 1938. A comienzos de los 60 se instaló en Buenos Aires; se vinculó al grupo derechista católico Tacuara y formó un movimiento de respaldo al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. En Uruguay, Inteligencia y Enlace lo tenía fichado como “artista y cantante”, con supuestas incursiones en Colombia, México y Cuba; lo que está más claro es que presidió una “Unión Panamericana de Artistas”, que en Montevideo publicaba textos con mensajes anticomunistas y antisemitas en el periódico derechista La Escoba, cuyo centro de operaciones era la imprenta Covadonga. Mantenía vínculos con las principales organizaciones de la derecha uruguaya de la época: el Movimiento Estudiantil para la Defensa de la Libertad, el Frente Estudiantil de Acción Nacional y el Movimiento Progresista.
El libro de Martínez profundiza sobre este personaje y su responsabilidad en el ataque contra Soledad Barrett. “No es que aporte un documento que prueba su participación, pero ella lo reconoce a él como la persona que la había vigilado el día anterior. Y termina de quedar claro que el tipo estaba comprometido en actividades delictivas y que era un referente de la extrema derecha uruguaya”, resume la autora de la investigación.
Pero la historia no termina ahí. Casi al final del libro, Martínez le sigue la pista porteña al personaje durante los 70 y 80. Primero, con el apodo “El Tigre”, retomó sus contactos con la derecha peronista y fundó una Entidad Patriótica de Asistencia Social, afín al golpista Juan Carlos Onganía. Después pasó al rubro inmobiliario: junto a una banda de patoteros desalojaba a inquilinos morosos en las pensiones del barrio La Boca. Con los años, el “gordito charlatán” ―así lo describen sus vecinos porteños― decidió enterrar a “El Tigre” y ensayar un nuevo cambio de hábito: se transformó así en el padre Pedro del Sagrado Corazón de Jesús. Durante los años locos del menemismo fue “consejero espiritual” de la primera dama, Zulema Yoma, y bautizó en su “Iglesia Ortodoxa Siriana” a la hija de Reina Reech y Nicolás Repetto. Los negocios oscuros de la llamada “Fundación Hogares de Padre Pedro” fueron investigados en diferentes segmentos periodísticos (en Youtube, por ejemplo, se encuentra fácilmente uno de Memoria, el programa que conducía Chiche Gelblung); también enfrentó denuncias por corrupción de menores y contagio venéreo, ejercicio ilegal de la medicina, robo de autos y defraudación, entre otras causas. Según un sitio dedicado a sacerdotes disidentes, que aparece citado en el libro, el artiguense Pedro Alvaro Andrade Arregui falleció en la madrugada del 27 de octubre de 2003.