Atravesar la selva del Darién a pie toma entre seis y 12 días, y expone a un enorme riesgo a los migrantes que recorren ese trayecto, en la frontera entre Colombia y Panamá. En el camino hay crecidas de ríos, corrientes fuertes, barro que hace resbaladizo el terreno, y grupos armados que asaltan a quienes se desplazan por esa región.
Esa ruta se ha convertido en una de las más transitadas por los migrantes que se desplazan de América del Sur hacia Estados Unidos. Según la Oficina Internacional para las Migraciones (OIM), en 2021 aumentaron a un máximo histórico de 134.000 los cruces de personas por ese camino.
Liliana Carrizo es integrante de Médicos sin Fronteras (MSF) y trabaja en la región del Darién, donde atiende a las personas que llegan a Panamá atravesando la selva. Consultada por la diaria sobre las características de los migrantes que llegan allí, señala que la mayoría son personas de 35 o 40 años, pero también hay familias con niños y mujeres embarazadas. El año pasado muchos llegaban desde Haití, pero este año creció la cantidad de migrantes provenientes de Venezuela.
Según datos del gobierno de Panamá, entre las 19.000 personas que cruzaron entre enero y abril, 6.951 provenían de Venezuela, 2.195 de Haití, 1.579 de Cuba, y 1.355 de Senegal. “La semana pasada llegaron muchos afganos”, dice Carrizo. “Todos van hacia Estados Unidos. Vienen con un montón de ilusiones de mejorar su vida y terminan pasando unos sufrimientos que ni se imaginaron dentro de la selva”, señala.
Uno de los riesgos que enfrentan quienes hacen ese recorrido es el ataque de grupos armados. “Los asaltan y sufren muchísima violencia en ese asalto. Se quedan muchas veces sin papeles, lo que complica el resto de su trayecto, sin medicación, sin teléfono para comunicarse con sus seres queridos, y lo peor es que se quedan sin comida”, afirma.
Otro peligro al que están expuestos es a la violencia sexual. Según la OIM, la presencia de “bandas criminales” expone “a los migrantes a la violencia, incluido el abuso sexual, la trata de personas y la extorsión”. También Carrizo afirma que “la violencia sexual es un problema importante” en la región.
Ese es uno de los motivos por los que algunas de las personas que logran atravesar la selva requieren asistencia médica. “Hacemos atención primaria. Al principio nuestro enfoque es en violencia sexual porque vemos que es algo que hacía falta abordar. Tratamos de apoyar, sobre todo en profilaxis posexposición, seguir los protocolos y los cuidados para prevención de enfermedades de transmisión sexual, prevención de VIH, de hepatitis B, y hacer el soporte psicológico. Tampoco había mucho abordaje de salud mental”, señala Carrizo.
Desde el comienzo de 2022 hasta mayo, MSF atendió 100 consultas por violencia sexual en la estación de San Vicente, cerca de la frontera. En 2021 se realizaron 328 consultas por esa causa. A su vez, en lo que va del año esa organización atendió a siete pacientes cada día en promedio por problemas asociados con ansiedad, depresión y estrés agudo.
El apoyo psicológico es necesario también por otras situaciones traumáticas que enfrentan las personas en el trayecto, explica la integrante de MSF. “Han ocurrido situaciones como la de ver a personas que han muerto en el camino. Incluso los niños llegan a ver eso. Hay gente que llega en un estado postraumático. Es muy duro continuar el camino. No es que la gente puede cargar un cadáver y llevarlo. El camino es durísimo. Incluso van dejando cosas. Las personas que venían con una gran mochila terminan quedándose con las cosas más esenciales”, señala.
Según el documento “Tendencias recientes de la migración en las Américas”, de la OIM, “entre enero de 2021 y abril de 2022 se registraron 56 muertes y desapariciones de migrantes en el Tapón del Darién [como también se llama a este lugar]. Las cifras disponibles indican que de los 33 que han sido identificados, aproximadamente 40% eran mujeres, 30% hombres y 30% niños”.
“La selva está llena de barro y es un terreno muy resbaloso. Se pasa junto al río y a veces, con esa resbalada, caen personas al río. Las cosas más tristes que oímos fueron casos de niños que caen al río”, señala Carrizo.
Punto de llegada
Para llegar a Panamá desde Colombia, los migrantes pueden pagar 400 dólares para tomar un bote desde Capurganá hasta Carreto, y desde allí cruzar la selva caminando durante dos o tres días hasta llegar a la localidad de Canaán Membrillo, según MSF. La otra posibilidad es hacer todo el trayecto a pie, que es la ruta más peligrosa.
“Durante el inicio del año llegaban más o menos 300 o 400 personas por día, pero hubo un pico entre abril y junio, con varios días en los que llegaron unas 1.000 personas, y realmente no dábamos abasto con las consultas”, dice Carrizo.
También las comunidades locales sienten el impacto del aumento de población en tránsito. “Cuando llegan, los reciben comunidades de acogida que son pequeñitas, y de allí son transportados a las estaciones migratorias, donde nosotros estamos trabajando”, explica.
En las últimas semanas, las protestas en Panamá contra el aumento de los combustibles y las políticas del gobierno llevaron a que se cortaran carreteras. Esos bloqueos y la falta de combustible afectaron también el flujo de migrantes. Desde las comunidades de acogida tenían que trasladarse en piragua hasta Puerto Limón, desde donde llegaban a las estaciones migratorias, explica Carrizo. “Entonces se acumularon hasta 3.500 personas en la comunidad de Canaán Membrillo, que tiene capacidad para recibir a unas 300 a lo sumo”, dice. “Fue un desborde, porque no hay ni sanitarios ni suficiente comida para darle a tanta gente. Ellos reciben a mucha gente pero no están acostumbrados a este cúmulo. Entonces fueron unos días muy tensos”, señala.
“Mucha gente decidió avanzar por el costado del río, y llegaron a las estaciones migratorias extenuados, muertos de hambre, de sed. Fueron unas semanas duras”, agrega. Esa situación ya comenzó a revertirse.
Canaán Membrillo “es apenas una aldea. Allí hay una comunidad nativa que cuando el flujo de migrantes es normal los recibe, les vende comida y los ayuda, porque saben que hay personas que no tienen dinero porque las asaltaron y se quedaron sin nada. Cuando ven gente que la pasó mal también hacen soporte emocional”, dice la integrante de MSF.
La organización expresó su preocupación por la falta de rutas más seguras donde se preserven los derechos de las personas que transitan desde Colombia a Panamá. “Tratamos de apoyar al Ministerio de Salud”, dice Carrizo, “pero a la vez seguir visibilizando que no está bien que tengan estas rutas tan inseguras, que hace falta que Colombia y Panamá traten de garantizar el paso entre los dos países con mecanismos de protección más eficientes que eviten tanta muerte y sufrimiento”.