A comienzos de julio de 2018, Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones de manera aplastante y en diciembre de ese año asumió el gobierno. Con su proyecto político denominado la Cuarta Transformación, López Obrador ha cambiado la relación de fuerzas políticas que antes tenía por protagonistas a los tres partidos tradicionales: el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD). La apelación a la Cuarta Transformación no deja de ser ambiciosa: la primera refiere a la independencia mexicana; la segunda, a la Guerra de Reforma (modernización liberal durante el siglo XIX); y la tercera, a la Revolución Mexicana, iniciada a comienzos del siglo XX.
El proyecto de López Obrador, quien ha conservado altos índices de popularidad durante toda su administración, continuará en el próximo mandato, siempre y cuando gane las elecciones la candidata del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), fundado por él hace una década. Por el momento, el plan parece estar funcionando.
Las elecciones generales se llevarán a cabo en México el 2 de junio de 2024. Ya está claro que el país será gobernado por primera vez por una presidenta durante los próximos seis años. Si no hay sorpresas, la nueva mandataria será, según todas las encuestas, Claudia Sheinbaum Pardo, que se postulará por la coalición actual de gobierno integrada por Morena, el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Verde Ecologista de México (cuyo nombre puede llevar a confusión, dado que es un partido fuertemente pragmático). Sheinbaum fue nominada como candidata a comienzos de setiembre sobre la base de los resultados de cinco encuestas, lo que ha generado una ruptura con el excanciller Marcelo Ebrard, quien también aspiró a la candidatura y no aceptó los resultados de este ejercicio.
Pero también la heterogénea alianza de los tres partidos opositores nucleada en el Frente Amplio por México –el otrora todopoderoso PRI, que gobernó de manera autoritaria durante 70 años, el conservador PAN, que lo sucedió durante dos presidencias, y el socialdemócrata PRD– eligió a una candidata que en sólo dos meses logró sacudir la antes predecible dinámica política: la senadora Xóchitl Gálvez Ruiz, integrante de la bancada del PAN sin ser militante de este partido, logró ser conocida a escala nacional sólo a partir de sus confrontaciones públicas con el presidente, quien la atacó repetidamente en sus conferencias de prensa matutinas.
Gálvez logró concitar la atención general, con el apoyo de una audaz campaña que terminó de posicionarla como presidenciable. Su creciente popularidad llevó entonces a los líderes partidarios de la oposición a interrumpir rápidamente el proceso de selección de candidatos en curso, que inicialmente consistía en la presentación de 150.000 firmas, una encuesta a nivel nacional y, finalmente, elecciones internas, antes de que se completara la encuesta. A los dos candidatos restantes del PAN y del PRI no les quedó más remedio que poner al mal tiempo buena cara y aceptar a Gálvez.
Distintos recorridos
Xóchitl Gálvez se presenta como una mujer de ascendencia indígena y orígenes humildes, así como ingeniera informática y empresaria. A primera vista, su procedencia, su currículum, sus formas provincianas y su carisma parecerían encajar mejor en la narrativa de Morena que los de la propia Sheinbaum. Durante el gobierno conservador de Vicente Fox (2000-2006), Gálvez lideró la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, fue luego candidata a gobernadora de su estado, Hidalgo, y después jefa delegacional en una alcaldía de la Ciudad de México.
En una entrevista en setiembre pasado, calificó su posición política como de “centro, centroizquierda” (el PAN se ubica en la derecha), y sobre todo pragmática: “Lo que me ha traído hasta aquí es tener una personalidad propia, ser disruptiva, outsider”, señaló. Pero mientras Sheinbaum puede aprovechar la popularidad del presidente y representa la continuidad de su programa, la Cuarta Transformación, ni Gálvez ni su coalición han presentado todavía una línea de contenidos que vaya más allá de las críticas al gobierno y al presidente, además de algunos lugares comunes.
Aun así, Gálvez ha transformado la desolación predominante dentro de su coalición en un cauteloso optimismo. Según todas las encuestas, será muy difícil que Gálvez pueda alcanzar a Sheinbaum. Pero podría lograr que los partidos de la oposición aumenten su presencia en el Congreso y frustren así las esperanzas de la coalición gobernante de obtener una mayoría calificada para modificar la Constitución. Con todo, no sólo la campaña electoral es larga y podría producir más sorpresas, sino que el resultado de las elecciones también dependerá de que otro partido de la oposición, Movimiento Ciudadano, defina su candidatura.
Claudia Sheinbaum fue hasta hace poco jefa de Gobierno de la Ciudad de México, como también lo habían sido López Obrador y su competidor interno por la candidatura, el excanciller Marcelo Ebrard. A partir de finales de la década de 1990, bajo la hegemonía del entonces dinámico PRD, ese cargo se convirtió en un catalizador de la izquierda moderna con efectos en todo el país. Sheinbaum fue secretaria de Medio Ambiente en la Ciudad de México durante el gobierno de AMLO, luego formó parte de su equipo de campaña en las elecciones presidenciales de 2006, tras lo cual regresó a la universidad y participó en la fundación de Morena tras las elecciones de 2012. En 2018 se convirtió en la primera mujer en ganar las elecciones en la Ciudad de México mientras que López Obrador asumía la presidencia.
La postulante de Morena proviene de la clase media y tiene un vasto currículum académico. Es física y se doctoró en Tecnología Energética tras una estadía de investigación en Berkeley. Fue investigadora del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se interesó tempranamente por las cuestiones del cambio climático. Hizo dos posgrados en temas de desarrollo sostenible, fue miembro del Grupo de Expertos sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas y asesora de la dirección de la Comisión Federal de Electricidad.
A menudo se le ha echado en cara cierta falta de carisma, especialmente en comparación con el presidente. Sin embargo, esto no parece ser relevante para las elecciones que se avecinan. Más importante, parece, es que se la considere una digna heredera de López Obrador, a quien ha seguido políticamente durante un cuarto de siglo. La candidata también tiene un fuerte respaldo en Morena y ha demostrado su valía a pesar de las pérdidas de su partido en las elecciones distritales de 2021 en la Ciudad de México. Todas las encuestas daban por seguro desde el principio que ella se impondría en la selección de candidatos de la coalición gubernamental. Desde el punto de vista del partido y sus miembros, pero también de la mayoría de quienes quieren una continuidad de la política de López Obrador, ella era la mejor candidata, a juzgar por sus antecedentes.
Continuidad y cambios
El retiro del presidente, que ha marcado la agenda política como ningún otro desde principios de siglo, dejará un vacío que Sheinbaum tendrá que llenar, pero a la vez ampliará su margen de maniobra. Los desafíos son varios. Debe conservar a los seguidores más fervientes del presidente, a quien no puede reemplazar como líder carismático y de cuya popularidad depende. Para ello, debe prometer de manera creíble una continuidad de los seis años del gobierno de López Obrador, aprobados por la mayoría de la población. Esto atañe particularmente a la continuidad de los programas sociales. El establecimiento de un sistema de salud universal y otros planes, o la pensión básica, que aumentará 25% durante el último año de gobierno, pronto ya no podrán financiarse con la recaudación tributaria, en un país cuyos ingresos fiscales no llegan a 15% del PIB, incluso a pesar de que estos han aumentado significativamente debido a una recaudación de impuestos más rigurosa, en especial entre las grandes empresas. Pero hasta ahora el presidente ha descartado tanto la reforma fiscal como un mayor endeudamiento. En vista de las elecciones, algo ha empezado a moverse. Se prevé que el presupuesto tendrá un déficit de 3,3% en 2023 y que la deuda crecerá hasta 49% del PIB.
En diversas entrevistas, Sheinbaum ha hecho hincapié en la necesaria transformación de la producción energética hacia las energías renovables. Hasta ahora, la idea de dejar atrás una política energética basada principalmente en el petróleo ha sido tabú. El gobierno persigue el objetivo de la soberanía energética apuntalando a la petrolera estatal Pemex, que no ha sido rentable durante décadas, y a la también estatal Comisión Federal de Electricidad (CFE), responsable de la producción y el transporte de energía eléctrica.
Esta política ha llevado a una disputa creciente dentro del acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Después de consultas infructuosas, Estados Unidos se dispone a activar el mecanismo de resolución de disputas del acuerdo debido a la discriminación contra las inversiones extranjeras en energías renovables. Si México pierde en esta disputa, el país podría enfrentar reclamaciones por miles de millones de dólares.
Adicionalmente, la política de austeridad de López Obrador tuvo un impacto muy fuerte en los institutos de investigación y las universidades. Debido a sus recurrentes críticas a la política de gobierno, el presidente confrontó con ellos poniéndolos, sin vacilar, en la misma bolsa que sus adversarios conservadores, las élites corruptas y los neoliberales, así como las organizaciones no gubernamentales (ONG), incluidos los colectivos feministas, que, según López Obrador, se habrían unido contra la pérdida de sus privilegios. En contraste, Sheinbaum resalta la importancia de la investigación y el desarrollo, y mitiga el perfil “conservador” del presidente. Recientemente, el hecho de ser mujer de descendencia judía le atrajo ataques antisemitas, uno de los cuales fue retuiteado por el expresidente Vicente Fox, quien la consideró “judía y extranjera”, por lo que luego tuvo que salir a pedir disculpas ante las críticas recibidas.
Por último, pero no menos importante, Sheinbaum heredaría la conflictiva relación de López Obrador con las instituciones y su estilo de gobierno confrontativo y polarizador. López Obrador sostiene que su gobierno de la Cuarta Transformación representa genuinamente los intereses del pueblo frente a las élites. Por lo tanto, sus críticos no sólo lo acusan de populista, sino también de que, teniendo en cuenta la historia de México, está procurando restaurar un autoritarismo al buscar reducir la autonomía de las instituciones que fueron creadas desde finales de la década de 1990 precisamente como limitantes del Poder Ejecutivo y generadoras de transparencia, en el marco del proceso de democratización tras las siete décadas de hegemonía priísta.
Sheinbaum deberá prometer continuidad y al mismo tiempo preparar cambios, y tendrá que competir contra Gálvez, que también anuncia ambas cosas. Pero tiene buenas posibilidades. Mientras que la continua popularidad de López Obrador, el buen balance económico y social general del gobierno y el apoyo de Morena son un activo para Sheinbaum, para Gálvez los partidos de su coalición son más bien un lastre.
Esto atañe no tanto al PRD, que hoy por hoy necesita a la coalición con sus antiguos adversarios para volver a tener representantes en el Poder Legislativo, sino principalmente al PAN y al PRI como expartidos de gobierno y hoy fuertemente desprestigiados. La experiencia histórica de que sus políticas siempre han respondido a los intereses de unos pocos ha construido la credibilidad de López Obrador como un presidente que, por primera vez, defiende a la mayoría de la población no privilegiada. Y el mandatario no ha dejado pasar una sola oportunidad en los últimos años de consolidar públicamente esta conexión con “los de abajo”. A pesar de críticas justificadas, como el fracaso en la reducción de la violencia y el crimen, la militarización o los intentos de acorralar a algunas instituciones autónomas, la mayoría de la población sigue viéndolo como una oportunidad de cambio. Y esa mayoría parece dispuesta a depositar esa confianza en su sucesora.
Yesko Quiroga es director de la oficina de la Fundación Friedrich-Ebert en México. Este artículo fue publicado originalmente en español por Nueva Sociedad, traducido por Carlos Díaz Roca de su versión en inglés, publicada por IPG Journal.