El lunes, cuando llegó a la ciudad de Rosario donde lideró uno de los últimos actos de su campaña frente al Monumento a la Bandera de la ciudad santafesina, Javier Milei fue recibido en el aeropuerto por un grupo de seguidores que cantaban el clásico “La casta tiene miedo”.

El candidato, luciendo su ya clásica campera deportiva azul y negra, se entusiasmó con la recepción, se unió animadamente a sus simpatizantes, y cuando se le cruzó un periodista que quiso hacerle una pregunta, lo empujó violentamente. “Esto es para la gente, no es para vos”, le dijo y siguió de largo.

Esa escena volvió a mostrar al Milei original, a la versión más auténtica del economista libertario, que se abrió camino hacia la política en base a gritos e insultos, siempre con la mira puesta en sus principales antagonistas discursivos: la casta política y el órgano del que se vale esta categoría de individuos para esquilmar el bolsillo de los ciudadanos comunes, el Estado.

A pocas horas de la segunda vuelta, la posibilidad de que el candidato que propuso dolarizar la economía, cerrar el Banco Central, facilitar la venta de órganos y la libre portación de armas, derogar el aborto, cerrar numerosos ministerios y poner en revisión cuestiones tales como los crímenes cometidos por los militares durante la última dictadura sea el ganador de las elecciones está latente.

La bronca, la rabia, el enorme rechazo de una parte significativa de la sociedad argentina hacia los sectores políticos tradicionales fue cautivada por el personaje que mediante numerosas apariciones como panelista en programas de televisión fue pasando de ser una persona famosa a un potencial candidato a la presidencia.

El salto de los sets televisivos a la arena política fue rápido, pero El León, uno de los apodos que recibió gracias a su nutrida melena, uno de sus sellos particulares, fue severamente domesticado en su camino aún incierto hacia la Casa Rosada. Prudentemente, pasó a formar parte de la casta que dice rechazar.

El promotor último de este disciplinamiento fue el expresidente Mauricio Macri, alguien a quien Milei siempre dijo respetar y que al parecer en los hechos lo hace. Después de que el postulante de La Libertad Avanza quedara segundo en la primera vuelta del 22 de octubre, Macri actuó con rapidez. Al día siguiente, citó en su casa de Acassuso, en la zona de San Isidro, a Milei y también a Patricia Bullrich, la candidata de Juntos por el Cambio, tercera en dichos comicios y por lo tanto fuera del balotaje.

Tras un diálogo breve en el que acordaron dejar atrás los resquemores de la campaña, en la que tuvieron cruces durísimos, Milei y Bullrich se dieron la mano bajo la mirada complaciente de Macri, quien le ordenó a su flamante ahijado político moderación.

La imagen de locura, las salidas violentas, las cataratas de insultos, dieron sus frutos, pero ahora era momento de encarar la recta final de la campaña de otra manera. Como parte del acuerdo, Macri aportaría el aparato de su sector político y el expertise en el manejo de la cuestión pública que Milei y su equipo no tienen.

Había llegado el momento de guardar la motosierra con la que se promocionó con vehemencia en la campaña previa a la primera vuelta, augurando un drástico recorte del gasto público.

Así, la versión moderada de Milei llegó al debate con su adversario, Sergio Massa, y en su afán de no pasar por loco, de permanecer ubicado, quedó expuesta su ineptitud y su escaso conocimiento del funcionamiento del Estado.

La distancia política entre uno y otro, más allá de cualquier valoración, fue evidente, pero esa instancia de intercambio entre los candidatos no parece haber sido definitoria, ni mucho menos, y Milei mantiene intactas sus posibilidades de asumir la presidencia argentina el 10 de diciembre.

El trauma explicado

Buena parte de la biografía de Javier Milei la relató él mismo en las tertulias televisivas, en las que se presentaba como un economista con un perfil disruptivo y seductor.

Además de contar que en el final de su juventud tuvo un breve pasaje como arquero en Chacarita Juniors y que también por esos años fue vocalista de una banda de rock tributo a los Rolling Stones llamada Everest, Milei también habló abiertamente ante centenares de miles de televidentes sobre los abusos físicos y también psicológicos a los que fue sometido por su padre, Norberto, un empresario del transporte con quien durante muchos años no tuvo relación, al igual que con su madre, a quien considera cómplice de lo que padeció.

Nacido en octubre de 1970, fue durante su infancia y adolescencia, asaz infeliz, en la que el candidato consolidó un vínculo indestructible con su hermana Karina, cómplice de sus peores momentos y que con el paso de los años se convirtió en El Jefe, su principal asesora y la encargada de su campaña. “Sin ella nada de esto sería posible” dijo el candidato en una de sus últimas apariciones mediáticas.

La irrupción de Milei en el escenario político ha sido y sigue siendo profundamente estudiada por diferentes analistas. Por más diversos que sean los ángulos desde los cuales se observe este fenómeno, todos coinciden en que su surgimiento como una figura política relevante se explica, entre otros factores, por un contexto mundial amable con el advenimiento de partidos y candidatos de extrema derecha y, en este caso particular, además, fuertemente apoyado en la pandemia de coronavirus.

El desasosiego, la sensación de debilidad que sintieron muchos individuos durante ese período, que en Argentina, como en pocos lugares del mundo, conllevó un confinamiento extremo, fomentó el surgimiento de una figura que apoyó su discurso en pilares muy vagos y poco desarrollados, pero que logró sintonizar con varios segmentos de la población.

“Las ideas de la libertad”, según Milei, son un conjunto de postulados económicos teóricos que abrevan en la Escuela Austríaca, una corriente de pensamiento económica liberal que pone al individualismo como centro. Siguiendo esta ideología, jamás aplicada en ningún lugar del mundo, Milei se apoya para proponer que el mercado sea quien regule las relaciones sociales, dejando de lado al Estado en casi todos los planos.

El candidato, dentro de su proyecto, que más que político es filosófico, propone tres generaciones de reformas. En su versión final, el ideal mileísta sería algo así como una versión extrema del menemismo, pero exacerbado en sus aspectos económicos y carente de sus contornos políticos.

Otro aspecto que no se puede obviar al hablar de Milei es su extrañeza. Todo lo que rodea a Milei es raro, perturbador en algunos casos, y precisa ser explicado. Por ejemplo, la relación con sus “hijitos de cuatro patas”, sus perros, clones de Conan, su fiel compañero canino, que murió hace ya varios años, pero al que Milei siempre se refiere como si estuviera vivo.

Las versiones son difusas, él no habla de estos temas públicamente, pero en el cóctel esotérico no falta la figura de un brujo que habría operado de médium y llegado a contactar al candidato con el propio Dios, quien le encomendó la tarea de ser el presidente argentino.

En este camino, fuertemente apoyado e influenciado por los españoles de Vox, quienes mantuvieron más de un encuentro con él en Buenos Aires en los últimos años, Milei fue conformando un equipo, que tiene como candidata a la vicepresidencia a Victoria Villarruel, una abogada defensora de los represores de la dictadura, mucho más terrenal y hábil políticamente hablando que su compañero de fórmula, y que aboga por “una memoria completa”.