La guerra desatada entre Israel y Hamas ya ha entrado en su segundo mes. Mientras el ejército de Israel continúa destruyendo con bombardeos aéreos, artillería y tanques gran parte de las construcciones en la parte norte de la Franja de Gaza. También entra en combates con los milicianos de Hamas que salen cada tanto de los búnkeres subterráneos y, simultáneamente, prosiguen de manera mucho más esporádica los envíos de misiles desde Gaza hacia Israel.
Al mismo tiempo se mantiene a fuego constante, aunque limitado, las escaramuzas entre Israel y las milicias pro iraníes de Hezbolá a lo largo de la frontera norte de Israel y la sur de Líbano.
En este contexto es importante remarcar dos procesos políticos que aparecen ahora mucho más nítidos que al comienzo.
1-La estrategia israelí en Gaza
Inmediatamente después del ataque de Hamas el 7 de octubre que dio comienzo a la guerra la reacción israelí parecía ser una mezcla de defensa y contraofensiva guiada por el afán de venganza, con el objetivo declarado de desmantelar a Hamas y con la práctica de bombardear masivamente Gaza, causando numerosas muertes civiles.
Ahora, tras la invasión terrestre a Gaza, con más de 10.000 palestinos muertos y más de 1.000 desaparecidos bajo los escombros según han informado autoridades sanitarias del enclave, tanto las acciones militares israelíes como las declaraciones de gobernantes y militares dejan muy clara la estrategia adoptada.
Israel ha vaciado y continúa vaciando de habitantes la parte norte de la Franja de Gaza, dejando claro que la vida de quien no sale hacia el sur en los corredores humanitarios que se crean por breves horas correrá gran peligro.
La intención de Israel, también revelada por las declaraciones de algunos de sus gobernantes que han dejado de ser vagas como eran al principio, es controlar militarmente por un tiempo indefinido partes del norte de Gaza vaciadas de sus habitantes, y desde allí llevar a cabo una serie de operaciones militares contra lo que quede de Hamas y de otras organizaciones armadas palestinas, incluyendo bombardeos y futuras invasiones esporádicas al territorio sur de Gaza.
Los ministros más descarados en el gabinete israelí, como el exjefe de los servicios de inteligencia y actual ministro de Agricultura, Avi Dichter, hablan abiertamente de infligir en Gaza una Nakba (en árabe, un desastre, una hecatombe, el concepto que los palestinos usan para referirse a la expulsión masiva de palestinos del territorio donde se erigió Israel en 1948).
Otros, como el primer ministro Benjamin Netanyahu, se cuidan mucho más en sus palabras, aunque este fin de semana a la vez que aseguraba ante la prensa extrajera que “Israel no tiene intención de gobernar Gaza”, en una reunión con autoridades municipales de ciudades y poblados del sur de Israel afectados por el ataque de Hamas, el líder del Likud dijo que Israel no confiará en una fuerza internacional, sino que insistirá en mantener el futuro control militar de Gaza.
Otros voceros políticos influyentes, como Gideon Saar, opositor de Netanyahu, pero que ingresó junto con el general Benny Gantz al gobierno para apoyar el esfuerzo durante la guerra, hablan de “estrechar la Franja”, o sea, mantener presencia militar en algunas partes del territorio de Gaza, dejando estos lugares sin pobladores palestinos.
En otras palabras, la de por sí muy estrecha Franja de Gaza, uno de los lugares más densamente poblados y pobres del planeta, verá a buena parte de su población desplazada de forma permanente -lo que explica la destrucción sistemática de viviendas en algunas localidades y barrios-, por lo que deberán vivir en una situación más compleja y dramática que la anterior a esta guerra.
Contradiciendo las sugerencias del presidente estadounidense, Joe Biden, y sus asesores de que la Franja de Gaza tendría que ser entregada después de finalizado el conflicto temporariamente al control militar de una fuerza internacional como paso intermedio a su restitución al control de la Autoridad Palestina, el que fue arrebatado por Hamas en 2006, Netanyahu insiste en que Israel no permitirá a la Autoridad Palestina asumir el control de Gaza.
Todo esto se refiere a la estrategia, al mediano y largo plazo. Dentro de esa estrategia, explican algunos voceros israelíes, los corredores humanitarios, el ingreso de alimentos y medicamentos desde Egipto, permitirá precisamente a Israel continuar sus operaciones militares por más tiempo evitando una debacle humanitaria total que obligaría al mundo a intervenir de manera más decisiva.
Tampoco se descarta una tregua para facilitar eventuales canjes de prisioneros palestinos con los civiles israelíes que permanecen secuestrados en Gaza. Estas eventuales treguas no son vistas como posibles antesalas a un alto al fuego, sino como intervalos en una guerra que tanto Netanyahu como otros voceros políticos y militares israelíes insisten en anunciar que será prolongada.
Al parecer, únicamente la presión externa podrá modificar esa determinación estratégica.
2-Medidas represivas dentro de Israel
Desde el comienzo de la actual guerra, los ciudadanos árabes de Israel han sufrido actitudes muy agresivas. Los primeros días, ante la zozobra y la súbita inseguridad tras el ataque brutal de Hamas, muchos israelíes reaccionaron exteriorizando sus miedos ante sus conciudadanos árabes.
Luego, y a pesar de la actitud sumamente prudente de las fuerzas políticas que representan a la minoría árabe y de la opinión pública en general, comenzó una verdadera cacería de brujas orquestada por organizaciones de extrema derecha judía y respaldada por la Policía de Israel.
Cientos de profesionales y estudiantes árabes fueron sancionados, en algunos casos despedidos de sus lugares de trabajo, por denuncias con respecto a publicaciones en las redes sociales por supuesta apología al terrorismo de Hamas. En la inmensa mayoría de los casos se trata de acusaciones infundadas, basadas en la tergiversación de textos y símbolos, pero sin embargo muchos de los suspendidos, citados a comisarias, e incluso despedidos, no fueron compensados ni fueron disculpados por los daños ocasionados.
El caso más notorio fue el de un cardiólogo, jefe de la unidad de cateterismo en un hospital israelí, que fue despedido después de que se recibiera una denuncia sobre un posteo suyo en el que supuestamente apoyaba a Hamas.
En realidad, se trataba de un posteo de hace más de un año en el que utilizaba uno de los símbolos religiosos más comunes empleado por los musulmanes -que también usa Hamas- y le agregaba una rama de olivo, que es un símbolo que significa paz, y que Hamas nunca utiliza.
A pesar de la aclaración pública del caso, el médico no fue restituido en su cargo. Y más aún, los casos de hostigamiento a árabes se han agravado desde entonces. Decenas de estudiantes tuvieron que evacuar los dormitorios estudiantiles en los que viven en la ciudad de Netanya ante la amenaza de linchamiento por parte de un grupo violento de ultraderecha.
Mohammed Barake, exdiputado y actual presidente de la comisión que reúne a todos los dirigentes representativos de los sectores árabes que viven en Israel, quiso realizar la semana pasada una asamblea de diálogo árabe-judío en un centro de eventos en la ciudad de Haifa.
La Policía amenazó al dueño del lugar y prohibió el evento. Finalmente, este se realizó virtualmente por Zoom, con la participación de unas 400 personas. En esa ocasión, Barake, sin duda el dirigente más consensual de la población árabe en Israel, dijo que “todo el sufrimiento palestino no justifica el ataque de Hamas del 7 de octubre, y que el ataque del 7 de octubre no justifica los bombardeos de Israel en Gaza”. La prensa hebrea, en su inmensa mayoría, no publicó estas palabras ni hizo referencia a las posiciones muy mesuradas de los dirigentes árabes.
A ningún medio y a casi ningún dirigente político israelí con responsabilidades de gobierno se le ocurrió que ese posicionamiento que condena la matanza de civiles en ambos lados es buen punto de partida para intentar devolver la calma y el diálogo.
La respuesta del gobierno llegó el jueves, cuando, ante la prohibición de realizar marchas y manifestaciones multitudinarias, Barake y un grupo de dirigentes árabes le avisaron a la Policía que iban a alzar carteles de manera pacífica en una vereda en el centro de la ciudad de Nazareth, no más de 50 personas, sin molestar al tránsito ni corear consignas. Poco después la Policía detuvo preventivamente a Barake y a otros cinco dirigentes, y desbarató el acto.
Manifestaciones de grupos de activistas judíos que se movilizaron solidaria y pacíficamente a protestar por el arresto de dirigentes árabes ante comisarias en Tel Aviv y Jerusalén fueron disueltas a golpes por policías que arrestaron a algunos de ellos por varias horas.
Esa misma noche se dio a conocer el arresto de un docente de historia, judío, que había sido despedido unas semanas antes del liceo donde trabajaba en la ciudad de Petah Tikva, en el centro de Israel. Un juez aceptó la solicitud del fiscal y extendió su detención por cuatro días más por el supuesto delito de “expresar intención de traición”, un delito nuevo en el código penal introducido en años recientes por la mayoría parlamentaria de derecha nacionalista.
Las acusaciones concretas son posteos en redes sociales y unas frases que escribió discutiendo con colegas en un grupo de Whatsapp. En todos estos textos el docente no expresó apoyo al terrorismo ni nada parecido, sino que ha dado rostro humano y datos concretos sobre los palestinos muertos por las fuerzas de seguridad israelíes o por colonos y menciona, además, crímenes de guerra cometidos por el ejército de Israel. Paralelamente, han sido detenidos por la policía jóvenes que grafitearon en contra de la actual guerra en muros de distintas ciudades del país.
La represión a la libertad de expresión y la violación de los derechos ciudadanos ha cruzado las barreras étnicas y dentro de Israel ya afecta no sólo a la población árabe, sino también a la izquierda judía crítica con la estrategia israelí en Gaza y con sus brutales prácticas.
Incluso quien escribe estas líneas ya no siente que goza de garantías futuras para su libertad de expresión.