En la noche entre el jueves y el viernes se atascaron las negociaciones sobre la liberación de rehenes israelíes a cambio de presos palestinos y de la prolongación de la tregua humanitaria que había sido lograda por la mediación de Qatar, Egipto y Estados Unidos. El viernes, temprano en la mañana, se reanudó el fuego.
En lo que parece ser el inicio de una nueva ronda bélica en esta guerra iniciada el 7 de octubre por el ataque de Hamas, es adecuado intentar un resumen de lo ocurrido hasta ahora.
Primero, la magnitud de las pérdidas humanas supera desde varios puntos de vista todos los precedentes conocidos en el marco del conflicto israelí-palestino. Las muertes palestinas rondan las 15.000 personas de acuerdo con fuentes relativamente confiables, mientras que los muertos israelíes son alrededor de 1.400 y hay más de 100 muertos de otras nacionalidades. Hay un número impreciso de palestinos cuyos cuerpos no han podido ser recogidos bajo las ruinas de edificios y no entran todavía en la trágica cuenta de vidas perdidas.
Entre los palestinos es difícil distinguir entre los muertos civiles y los milicianos de Hamas u otras organizaciones, pero está claro que más de 10.000 niños y mujeres muertos no eran militantes armados.
Entre los israelíes, más de 1.200 personas murieron en el suroeste del país en el ataque del 7 de octubre. El número de civiles israelíes asesinados se calcula en unas 800 personas, y es la mayor cantidad de civiles israelíes muertos en una guerra en la historia de este país.
En los cuatro años que duró la segunda intifada, que incluyó numerosos atentados suicidas en ciudades israelíes, hubo un poco más de 700 muertos. En guerras anteriores, la inmensa mayoría de los caídos israelíes fueron soldados y miembros de organizaciones armadas.
Pero el ataque de Hamas fue sin precedentes no sólo desde ese punto de vista. Por primera vez desde la guerra de 1948, en cuyo curso se instauró el Estado de Israel, una fuerza armada palestina ocupó militarmente por casi un día entero una porción considerable de territorio israelí. En algunos puntos específicos las fuerzas de seguridad de Israel tardaron hasta 48 horas en restablecer su dominio territorial. Si bien varios cientos de milicianos de Hamas cayeron en combate o fueron hechos prisioneros (más de 1.400 entre las dos categorías juntas), varios miles ingresaron a Israel en el ataque y retornaron a Gaza tras secuestrar a unos 240 rehenes, cerca de 200 ciudadanos israelíes y el resto trabajadores extranjeros, en su mayoría agricultores tailandeses.
También desde el punto de vista de las atrocidades cometidas el ataque del 7 de octubre es uno de los más crueles en la historia de un conflicto en el que no han faltado atrocidades de ambos lados. Hay pocos testimonios de testigos sobrevivientes, pero existen numerosas evidencias forenses de agresiones sexuales y otras prácticas de violencia extrema contra víctimas civiles desarmadas. Por otro lado, y a pesar de un siniestro historial de bombardeos israelíes contra las poblaciones palestinas en Gaza, las cantidades de explosivos usadas por Israel en esta guerra, así como la intensidad de los bombardeos aéreos, de artillería y desde el mar, han superado todo lo conocido, elevando el número de víctimas y la magnitud de la destrucción en el norte de la Franja de Gaza a niveles sin precedentes.
Una estimación israelí durante la tregua hablaba de que la mitad de las viviendas en el norte de la Franja de Gaza estaban destruidas o dañadas, de manera que no están en condiciones de ser habitadas.
La situación dramática de más de un millón de palestinos que fueron forzados a desplazarse de sus hogares del norte hacia el sur de Gaza puede agravarse aún más con los bombardeos israelíes ahora centrados en la parte este de Jan Yunis, la ciudad más importante del sur de la franja.
Decenas de miles de personas abandonaron sus hogares el primer día de la reanudación de la guerra, después que el Ejército israelí distribuyera volantes advirtiendo que corría peligro la vida de quien se quedara en tres barrios específicos.
La destrucción de viviendas fue total en áreas a las que, por lo visto, Israel planea no permitir el regreso de su población en el norte y en el este de la franja. Aparentemente el gobierno de Benjamin Netanyahu planea convertir esa zona en un cinturón despoblado para “dar seguridad” a los poblados israelíes afectados por el ataque del 7 de octubre.
Con otras proporciones, también población israelí ha sufrido un desplazamiento forzado en magnitudes desconocidas, que únicamente tienen antecedentes en la guerra de 1948. Se calcula que cerca de 200.000 israelíes fueron desplazados de las poblaciones atacadas por Hamas el 7 de octubre y de otros poblados muy próximos a Gaza que vienen recibiendo fuego de morteros más o menos constante desde el inicio de la guerra. Varios miles se desplazaron de los barrios viejos de la ciudad de Ashkelon, ubicada pocos kilómetros al norte de Gaza, sobre la costa del mar Mediterráneo, cuyos edificios carecen de habitaciones blindadas para hacer frente a los misiles que caen con mucho mayor frecuencia que en la zona central del país. También hay varios miles de israelíes evacuados de poblados próximos a la frontera norte con Líbano, donde las escaramuzas con Hezbolá vienen siendo casi diarias y sólo menguaron mientras duró la tregua en Gaza.
Es importante resumir algunos elementos y consecuencias del ataque iniciado por Hamas el 7 de octubre.
Primero, puede ser considerado un notable éxito militar. Desde el punto de vista israelí, fue un fiasco que ha derrumbado las concepciones de defensa basada en la superioridad tecnológica y material. Puso en evidencia tanto los prejuicios de superioridad que llevaron a subestimar las capacidades de Hamas como los efectos de la desarticulación y el desgaste de muchos mecanismos del estado en Israel, tras varias décadas de privatizaciones y años de polarización política e incapacidad de actualizar políticas de Estado. Significó un sacudón enorme a la sensación de seguridad de los israelíes. Algunas consecuencias son imaginables y otras incalculables todavía. Las más evidentes a corto plazo son la ola de israelíes que se arman para protegerse, el amplio consenso que considera que la guerra con Gaza es la respuesta necesaria e inevitable, el impulso renovado de concepciones nacionalistas extremas, incluso entre muchas personas que detestan a los partidos de derecha israelí y eran votantes de sectores de centro o de centroizquierda.
Desde el punto de vista palestino, el inicio de esta guerra por Hamas tiene significados contradictorios.
Por un lado, el éxito militar del 7 de octubre implica un precedente que prestigiará a Hamas en tanto la convierte en la organización de resistencia armada palestina que ha logrado lo que ninguna antes había logrado frente a un enemigo con absoluta superioridad tecnológica y material.
Por el otro, las consecuencias inmediatas parecen ser catastróficas. Sin saber cuánto Hamas y otras organizaciones podrán resistir la invasión israelí de Gaza, la inmensa mayoría de la población ya ha pagado un precio tremendo, y la exitosa aventura bélica puede significar la destrucción de buena parte de la organización de resistencia islámica y de sus bases sociales.
Tampoco se puede desdeñar el daño moral que las atrocidades cometidas por los comandos de Hamas contra la población civil israelí indefensa causan a la lucha palestina, lucha justificada y entendible desde otros puntos de vista. Este daño moral se siente menos en el debate palestino mientras Israel bombardea y multiplica sus propias barbaridades.
En ambas sociedades el debate moral está siendo relegado por consensos embrutecidos por la furia ante las atrocidades del enemigo, por el ansia de venganza y por el bombardeo propagandístico y la desinformación generalizada.
Sin embargo, es un debate que quedará pendiente y se irá agudizando cuando surjan treguas o ceses del fuego más significativos que el de la semana pasada. Por ahora, una tarea mucho más urgente es alcanzar un alto el fuego que no sea una mera tregua, para dar paso a la política y a la recuperación humanitaria y, sobre todas las cosas, que evite que la continuidad de los bombardeos y desplazamientos de personas en Gaza se conviertan en un genocidio.
Pase lo que pase ahora en esta guerra atroz, la cuestión palestina tendrá que ser abordada seriamente en cualquier reordenamiento político de la región. En este punto se bifurcan seriamente los caminos del gobierno actual de Israel y de Estados Unidos.
Desde el punto de vista geopolítico, el ataque de Hamas y la guerra desencadenada han tirado por tierra, al menos temporalmente, el plan de Estados Unidos de normalizar las relaciones entre Arabia Saudita e Israel sin dar avances significativos en la cuestión palestina. Pase lo que pase ahora en esta guerra atroz, la cuestión palestina tendrá que ser abordada seriamente en cualquier reordenamiento político de la región. En este punto se bifurcan seriamente los caminos del gobierno actual de Israel y de Estados Unidos.
Mientras que Netanyahu y sus aliados insisten con no aceptar negociaciones de paz con la Autoridad Palestina que preside Mahmud Abbas y no ofrecer ningún tipo de perspectiva de soberanía palestina futura, el presidente estadounidense, Joe Biden, insiste con la solución de los dos estados y la vinculación de Gaza con Cisjordania en un necesario acuerdo futuro.
Por ahora, Egipto valientemente ha frenado las ilusiones de los sectores mesiánicos en el gobierno de Israel, ilusiones que de repente encontraron eco en políticos de centro, de vaciar parcial o totalmente la Franja de Gaza, empujando a los palestinos al desierto del Sinaí en lo que sería una nueva Nakba (como se conoce al desastre del desplazamiento de cientos de miles de palestinos de sus hogares y fuera de las fronteras de Palestina por parte del naciente estado de Israel entre 1948 y 1951).
Egipto dijo que no abriría sus fronteras a desplazados de Gaza. Lo hizo con el respaldo de Jordania y de otros países árabes considerados prooccidentales, lo cual obligó a Estados Unidos a poner algunas limitaciones a la acción bélica israelí.
El gobierno egipcio actuó de esa manera por sus propios intereses de supervivencia política y por su propia gobernabilidad desafiada en la península del Sinaí por organizaciones armadas islamistas. Asimilando que el destierro al Sinaí quedó descartado como “solución”, ahora urge frenar el desplazamiento de personas en Gaza, ya que la situación humanitaria es desesperante.
El argumento estadounidense de que el ingreso diario de convoys con alimentos y medicamentos a Gaza, en un corredor humanitario, permitirá a Israel sostener una guerra prolongada contra Hamas parece desconectado de la cruda realidad si se tiene en cuenta dónde y por cuánto tiempo más de un millón de palestinos desplazados de sus hogares tendrán que vivir y bajo qué condiciones.
Por otro lado, el peligro de una guerra regional que en los primeros días llevó a Estados Unidos a desplegar portaaviones en el mar Mediterráneo amenazando con intervenir si Hezbolá, Siria u otras milicias proiraníes se sumaban masivamente a la guerra parece ya conjurado.
Hezbolá mantiene una actitud de solidaridad armada con Hamas que implica mantener escaramuzas diarias con fuerzas israelíes a lo largo de la frontera, sacrificando de esta manera una cantidad limitada de efectivos con daño mutuo limitado, lo que obliga a un despliegue militar israelí que impide concentrar en Gaza todo su potencial militar.
Por ahora, tanto Hezbolá como Israel evitaron una escalada. El enfrentamiento generalizado se evita, se pospone. En Israel se señala que tras el aprendizaje del 7 de octubre Israel no puede aceptar la existencia de fuerzas de Hezbolá en poblados y puestos fronterizos, por lo que actuará militar y políticamente para forzar una retirada de la organización islamista hacia varios kilómetros de la frontera, lo que permitirá el regreso de miles de ciudadanos israelíes a sus viviendas fronterizas.
Para evitar que eso derive en una guerra continuadora de la actual, en la que Israel tendría que afrontar un poder de fuego de misiles muy superior al que afronta actualmente desde Gaza, será necesario algún tipo de acuerdo regional que por el momento parece muy difícil de alcanzarse, ya que implicaría incluir a Hezbolá y a las fuerzas regionales que están alineadas con Irán. Este resumen parcial no ha incluido una serie de procesos, eventos y consecuencias que es importante incorporar en un análisis de esta guerra.
No nos referimos al drama de los rehenes israelíes en Gaza, a las liberaciones y a las personas que aún permanecen secuestradas, ni a los detenidos y presos palestinos, a los liberados en los canjes y los recién detenidos en nuevas redadas.
En Cisjordania la guerra de baja intensidad de los colonos israelíes contra campesinos palestinos prosigue, con acciones armadas israelíes y palestinas casi a diario. En Israel la intolerancia política es tan vehemente como el consenso mayoritario a favor de la guerra. La guerra tiene consecuencias y ramificaciones también en Yemen, en el mar Rojo y en el golfo. Y ni hablar de la negativa polarización que tiene esta guerra en las opiniones públicas en varias regiones del mundo, una polarización peligrosamente abonada por la tendencia a la simplificación en las redes sociales, lo que favorece el antisemitismo, la islamofobia, la difusión de falsedades por parte de propagandistas diversos y las constantes manipulaciones de los medios de comunicación masiva.