Jess González es politóloga y se define como “feminista decolonial”. A los 31 años, fue la primera diputada afrolatinoamericana en asumir una banca en el parlamento catalán, en 2021, por En Comú Podem. Conversó con la diaria sobre su trayectoria política, sobre las políticas migratorias y sobre la nueva realidad de su país tras la asunción del presidente Gustavo Petro.

¿Cómo se lleva con el rótulo de ser la primera diputada afrolatinoamericana del parlamento catalán?

El rótulo es agridulce. Cuando dices “soy la primera diputada afrolatina del parlamento catalán”, lo primero que piensas es qué habrá pasado para que no haya habido antes. Estamos en una sociedad muy diversa culturalmente; la migración no es una realidad de antes de ayer y dice mucho de las instituciones que no estemos más representadas las personas migradas en general. La participación de personas migrantes se está dando por una reivindicación de hace muchos años, y que yo esté es producto de esas luchas colectivas. Pero también es un peso bastante grande ser la primera. Con mi terapeuta he aprendido una terminología que se llama el estrés racial, que es cuando eres parte de un grupo, de un colectivo, que históricamente no formaba parte de los espacios de decisión y de repente entras en la política institucional. Pues yo tengo un estrés asociado a ser una persona migrante, una mujer no blanca, que parece que tengas que demostrar que eres más válida o realmente mereces estar ahí. He ido trabajando en eso, apoyándome muchísimo en mi comunidad, porque al final eso es como el patriarcado y la blanquitud metiéndose dentro de uno y diciéndote estos mensajes. Pero estamos con mucho poder colectivo y resiliencia, intentando hacer un trabajo parlamentario bueno, con el que la comunidad se sienta representada.

Es parte del grupo político En Comú Podem. ¿Cómo lo define?

Es un espacio político necesario en estos tiempos de polarización, que a su vez recoge un malestar de los movimientos que se manifestaron en el 15M en las calles al grito de “No nos representan”, contra ese sistema bipartidista en España que, independientemente de quién gobernara, si el Partido Socialista o el Partido Popular, eran serviles al sistema económico, a los grandes lobbies y a las grandes empresas. Tomamos ese clamor, ese malestar, esas ganas de recuperar el poder popular y entrar con esa voz a las instituciones. Es poder popular y es diversidad en el sentido de lo ideológico, porque somos fuerzas progresistas, de izquierda, ecologistas, transformadoras y feministas. Porque hoy todo el mundo habla de feminismo como si fuera algo muy mainstream, pero feminizar la política era una cuestión del ADN de los movimientos sociales que estaban en las calles.

¿Cuál es su posición sobre la independencia de Cataluña que plantean varios grupos políticos y sociales?

Mi posición es totalmente en contra de la represión y a favor del derecho a la autodeterminación de los pueblos, pero no soy independentista y probablemente si hay un referéndum yo estaré a favor de que Cataluña no sea un país independiente. Eso no pelea con que hay que revisar los modelos actuales y las formas de relación de las comunidades autónomas, lo que incluye más igualdad fiscal.

¿Cómo son las políticas migratorias y de deportaciones españolas?

Yo soy muy pro Unión Europea en esta idea de hacer una mancomunidad donde tanto las personas como las mercancías pueden circular libremente. Pero este discurso de los derechos humanos de la Unión Europea choca cuando realmente se ven las políticas migratorias y de fronteras de la Unión Europea, que son de muerte. Vemos que en derechos humanos desafortunadamente hay personas que son más humanas que otras, y cómo se legitiman algunas acciones totalmente inhumanas en las fronteras, en especial en la frontera sur europea, y de forma intrincada con intereses económicos de empresas que garantizan la seguridad de las fronteras europeas. Estamos viendo una perversión de las políticas migratorias, y lo que no se dice con la frecuencia suficiente es que esto es consecuencia precisamente de políticas neocoloniales que Europa y el norte global vienen haciendo, y España no es una excepción.

A tu entender, ¿en qué debería cambiar España en ese sentido?

España tendría muchísimo por mejorar, empezando por la derogación de la ley de extranjería, que es totalmente racista y quiere seguir legitimando ese orden social en el que las personas migrantes para llegar a ser sujetos de derecho la tienen muy difícil. Estamos hablando de trabas administrativas, de inserción laboral, de homologación de los estudios y de la vivienda; son muchas cosas que hacen que la migración sea un proceso difícil, y todo eso sin hablar de lo emocional. Yo creo que es una responsabilidad de las personas migrantes poder hablar de que no es fácil, de no romantizar la migración y dar la información a todo el mundo antes de hacer un proceso migratorio, porque realmente implica una renuncia, unos sacrificios y unos efectos también a nivel de la salud mental que no siempre son fáciles.

¿Hasta qué edad viviste en Colombia y cómo fue tu vida en ese país?

Nací en Barranquilla y estuve allí hasta mis 16 años, hoy tengo 33. O sea que la mitad de mi vida la he pasado en Barcelona y la mitad en el Caribe colombiano. Pero 16 años que no son cualquiera, que son los que te hacen querer, ser, tener una raíz muy fuerte, que sigo teniendo presente, y obviamente parte de mi país también está en Cataluña. Tuve una niñez muy feliz, muy llena de baile, de familia, de mar y de playa. Siempre digo que ser Caribe es un estado del alma, no es una cuestión sólo de dónde naciste sino una manera de entender la vida, de estar en el mundo, y es lo que intento hacer cada día. Acabo de volver de pasar una semana en mi amado Caribe y a veces pensaba que a lo mejor soy madre algún día y mis hijos crecerán lejos de ahí. Mi pareja me dijo: “El Caribe eres tú, el Caribe está dentro de ti de alguna forma”. Esa manera de estar, de entender, de lo colectivo, de la alegría también como una cuestión revolucionaria, eso es el Caribe.

La música y el baile en general, en especial del Caribe y el flamenco, son importantes en tu vida. ¿Qué te aportan?

Para mí es tan importante decir que soy diputada del Parlament de Cataluña como decir que soy bailarina de Sentimiento Cimarrón, la compañía de danza de la que formo parte, porque la danza es un acto de resistencia política. Cuando hablamos de la violencia institucional, de la violencia racista, de la violencia a las personas migrantes, entre otras, son violencias que atraviesan el cuerpo, y qué mejor que el mismo cuerpo sea una herramienta de denuncia, de expresión, de comunicación, de sanación también y de goce, y qué bonito siempre es hacerlo en comunidad. El baile me salva, el baile es revolucionario, el baile en comunidad es extremadamente político. Por ejemplo hoy, después de un día parlamentario de probablemente unas 14 horas de trabajo, lo terminaré bailando con los míos y no solamente como una vía de escape, sino para sentirme arropada. Cuando una persona migrante está en espacios con 98% de blancos o estás en esa actitud de demostrar, de representar, de batallar, de luchar, de repente terminar el día en un lugar que es casa, donde no tengo que hacer grandes discursos sino que puedo expresarme con los pies y con mi cuerpo, es absolutamente sanador, y espero que esto me siga acompañando durante el resto de la vida.

¿Cuál es tu mirada sobre Colombia, que ha tenido un cambio político histórico con la izquierda por primera vez en el gobierno nacional?

Estamos muy contentos y muy a la expectativa también. Las fuerzas progresistas nunca han estado en las instituciones, con lo cual hay muchísimos retos; uno tiene que ver con que la derecha no es sólo una clase política sino económica, que está en muchos niveles de poder. Gustavo Petro lo decía: no hemos accedido al poder, hemos accedido al gobierno. Están los retos de cómo esa derecha, ese gran poder económico y la presión de los medios de comunicación van a permitir que se gobierne. Hay también un reto en términos del Congreso, donde creo que el presidente Petro ha hecho un trabajo de garantizar cierta gobernabilidad y llegar a acuerdos que permitan sacar adelante reformas, como la tributaria, y otras que vienen, como la de la salud, la educación y el sistema policial. Otro reto es que hay mucha gente de movimientos sociales, de sindicatos, de territorios en el Pacto Histórico que pasan a un lugar en el gobierno y hay que ver cómo se siguen fortaleciendo las bases de los movimientos sociales y siguen siendo una presión, en el buen sentido de la palabra, para el gobierno.

Noté la solidaridad de amplios sectores de la sociedad española con los problemas que afrontan las personas que huyen de Ucrania por la guerra, lo que no ocurre, por ejemplo, con quienes intentan ingresar a España desde África.

Esto es un ejemplo de lo que hablábamos antes, de esa doble moral europea en la cual seguramente todos vimos desde periodistas a personas de la política, desde instituciones e influenciadores de opinión hablando de que las personas ucranianas son como ellos, no son la gente pobre marrón, sino que son blancas, de ojos azules, cristianas, que están en una situación en la que podrían estar cualquiera de ellos. Hubo un fuerte componente racial, y eso se ve en cómo demoraron entre 48 y 72 horas en llegar las sanciones a Rusia, cuando en el caso de la guerra de Irak o de Siria aún estamos esperando las sanciones. Entonces vemos cómo la moral europea es totalmente selectiva y racista. No es para nada autocrítica, sino que, por el contrario, esconde la motivaciones políticas y los intereses económicos que generan guerras en otros contextos culturales y olas migratorias de personas que solicitan asilo y no reciben esa respuesta. Esto es un ejemplo claro del racismo que existe, y no quiero decir para nada que las personas ucranianas no estén en una situación que haya que atender, pero como ellas hay un montón de personas más que necesitan una gran celeridad y despliegue en la respuesta por parte de España y de Europa en general.