Titulando su nota “De vuelta a la cordura”, Amos Harel, el comentarista militar del diario liberal Haaretz, anunciaba aliviado un par de días antes del comienzo de la semana de Pesaj (Pascua judía) que la tregua legislativa alcanzada entre gobierno y oposición que postergaba por varias semanas el enfrentamiento polarizado en torno a las reformas judiciales iba a permitir al Ejército israelí y demás fuerzas de seguridad dedicarse a sus tareas rutinarias.
Sin la incertidumbre de lo que amenazaba en convertirse en un inédito choque entre el Poder Ejecutivo y el Judicial, desactivando temporalmente los anuncios de objeción al servicio de cientos de reservistas y frenando la radicalización de las medidas de protestas callejeras, tanto la Policía como los servicios militares israelíes, altamente dependientes de la labor de reservistas –la fuerza aérea y la medicina militar, por ejemplo–, podrían volver a sus tareas normales.
Además, el primer ministro Benjamin Netanyahu se vio obligado a “congelar” su decisión de destituir al ministro de Defensa, el general retirado Yoav Galant, lo que no solo contribuyó a desescalar las protestas masivas de la población, que de todas maneras prosiguieron en la noche del sábado, sino que tranquilizó a los altos mandos militares que consideraban que Galant había sido despedido precisamente por transmitir sus propias preocupaciones sobre la controvertida reforma.
Pero la anormalidad israelí quedó retratada en los días siguientes cuando la anunciada “vuelta a la cordura” se materializó en un nuevo estallido de hostilidades entre israelíes y palestinos. Al final de cuentas, una vuelta a la sangrienta rutina circular de opresión, despojo, provocaciones, atentados, represalias, atentados, represalias y más represalias. Es imposible hacer un recuento breve de todos los hechos de sangre que ocurrieron en la última semana. Más atinado es mencionar el foco desencadenante de la escalada actual, sus diferentes frentes, y ubicar la escalada en un contexto temporal más amplio del desarrollo del conflicto israelí palestino en los últimos años.
Una vez más los problemas tuvieron como uno de sus escenarios principales a la mezquita Al-Aqsa, en el corazón antiguo de Jerusalén, ubicada sobre el supuesto Monte del Templo para el judaísmo, uno de los lugares más sagrados para los musulmanes que denominan a todo el complejo edilicio como Explanada de las Mezquitas. Es un conocido punto de disputa en el que la mayoritariamente disputa nacionalista territorial entre israelíes y palestinos se transforma en disputa religiosa entre seguidores del judaísmo y el Islam.
Desde la conquista y ocupación militar israelí de Jerusalén Este en la guerra de 1967, la explanada adyacente y la mezquita son los únicos lugares de la ciudad santa que quedaron bajo administración islámica, en particular de Jordania, entendiendo la mayoría de los gobiernos israelíes que se trataba de un lugar demasiado delicado como para aplicar las políticas de despojo, demolición y/o imposición directa realizadas en otras partes de la ciudad. Sin embargo, ya hace dos décadas que el status quo que marcaba que los judíos oraban en el Muro de los Lamentos (para la ampliación de su explanada fue demolido todo un barrio palestino) y los musulmanes en la Explanada de las Mezquitas está siendo modificado por grupos de judíos ultranacionalistas que son amparados por los gobiernos de turno.
Si bien la inmensa mayoría de los rabinos ortodoxos consideran que hasta la futura llegada del mesías los judíos no deben ascender al lugar del antiguo templo y lo prohíben de manera expresa, los grupos extremistas que mezclan fundamentalismo religioso con nacionalismo radical crecieron mucho en las recientes décadas. Varios políticos de derecha utilizaron en el pasado visitas provocativas bajo protección policial a la Explanada de las Mezquitas para desencadenar enfrentamientos favorables a sus intereses.
Eso sucedió con Ariel Sharon en setiembre de 2000, cuando quiso desestabilizar el proceso de Oslo y el gobierno de Ehud Barak, logrando el estallido de enfrentamientos entre palestinos e israelíes que desencadenaron en la denominada segunda Intifada. Ahora que Itamar Ben Gvir, uno de los dirigentes de los grupos fanáticos que postulan la demolición de la mezquita y el restablecimiento del templo judío, es ministro de Seguridad Nacional, cartera que está a cargo de la Policía, el mismo lugar –en medio del sagrado mes musulmán de Ramadán y en vísperas de Pesaj– fue escenario de una nueva reactivación virulenta de la violencia entre palestinos e israelíes. Dos hechos separados por pocos días desencadenaron una ola de indignación musulmana.
Primero, el confuso episodio en el que, junto a uno de los portones de la explanada, un policía baleó a un joven árabe de origen israelí, un médico recién recibido, aduciendo que este lo había agredido intentando quitarle el arma. Misteriosamente, ninguna de las cámaras de seguridad del lugar registró el hecho. Dos noches más tarde, la Policía israelí irrumpió en la explanada y en las mezquitas para someter y detener a cientos de jóvenes musulmanes que, ante los anuncios de extremistas judíos que iban a ingresar a ese espacio para realizar un “sacrificio ritual”, se habían atrincherado, con palos, piedras y petardos. En las imágenes filmadas por algunos de los jóvenes puede verse cómo los policías golpeaban con palos a los palestinos tendidos en el piso de la mezquita. Sin duda, alguien que no es difícil de adivinar decidió agitar violentamente el conflicto nacional-religioso. Esta vez, a diferencia de ocasiones anteriores, no parecería que esta agitación sea funcional al primer ministro Netanyahu.
Más bien parece que el interesado en una escalada sangrienta es el ministro Ben Gvir, que quiere avanzar rápidamente en su proyecto de crear una “guardia nacional”, una especie de milicia racista, a su mando.
Hamas solo estaba esperando este pretexto para mostrarse como protector del Islam, enviando misiles al sur de Israel desde la Franja de Gaza. Sorprendentemente, también desde el sur del Líbano, un frente relativamente tranquilo en la última década, milicias palestinas provenientes de los campamentos de refugiados dispararon misiles al norte de Israel.
Hezbolá, la organización político militar chiita libanesa que domina la zona, aparentemente dejó hacer, sabiendo que por un lado no quiere un enfrentamiento generalizado con Israel, pero que su oponente está políticamente muy debilitado y teme, mucho más que en el pasado, las incalculables consecuencias de un enfrentamiento. Israel respondió a los misiles en el Líbano con un bombardeo simbólico, mientras que fueron algo más duros sus ataques contra Gaza. Sin embargo, lo menos controlable por los gobiernos y las organizaciones político militares es la violencia de atentados a nivel popular y las reacciones a ella. En realidad, ya desde hace más de un año se nota el incremento de acciones armadas palestinas en los territorios ocupados contra patrullas militares o contra colonos israelíes. Son ataques que no son reivindicados por ninguna de las organizaciones conocidas. A la vez, las fuerzas represivas israelíes incrementaron sus incursiones violentas para detener o para asesinar a militantes palestinos en las ciudades supuestamente bajo control de la Autoridad Palestina.
Durante esta semana de Pesaj, dos muchachas jóvenes israelíes, habitantes de la colonia de Efrat, fueron asesinadas en una carretera del valle del Jordán y su madre resultó gravemente herida. Por otro lado, en un aún confuso episodio que la Policía define como atentado (mientras persisten dudas sobre si no fue un accidente) en la rambla de Tel Aviv, un árabe israelí de 45 años se subió a una senda peatonal y atropelló a un grupo de turistas extranjeros, matando a uno e hiriendo a otros cinco. El conductor fue baleado de muerte por un Policía que llegó al lugar. En general, el común denominador de muchos episodios es la baja credibilidad de las versiones policiales. Enfrentados entre ellos, el ministro Ben Gvir con el jefe de Policía que se opone a la creación de la “guardia nacional”, el primero filtró una conversación en la que el jefe de Policía le explicaba que no valía la pena investigar asesinatos entre árabes porque estos “eran parte de su naturaleza”. La ironía quiso jubilarse ante la filtración en la que el dirigente político abiertamente racista revelaba el racismo del supuestamente más respetable jefe de la policía de Israel.
Estos hechos de sangre, y otros que no hemos detallado, dan la impresión de que llevan nuevamente los procesos de ocupación y colonización hacia un espiral muy peligroso. Sin embargo, por ahora las consecuencias políticas no han sido necesariamente las esperadas por los sectores más extremistas de ambos pueblos. Por un lado, el gobierno de Netanyahu, un gobierno de “derecha plena”, como lo había rotulado su líder, se demuestra débil y dubitativo, como evidenciando temores del líder que tiene muchas razones para no querer recorrer los senderos hacia donde tratan de arrastrarlo sus socios más extremistas. Sin duda, las numerosas señales de inconformidad provenientes del gobierno de Estados Unidos le generan serias dudas. Es más, si bien los líderes políticos de la oposición participan con los representantes de Netanyahu en un diálogo sobre la reforma judicial auspiciado por el presidente de Israel Herzog y salieron a los medios de comunicación a anunciar su apoyo a las fuerzas de seguridad que enfrentan a los palestinos, las protestas callejeras de la noche del sábado fueron impresionantes.
Algo más de 200.000 israelíes participaron en actos callejeros, a pesar de las vacaciones de Pesaj, de la tregua legislativa y de los temores por actos terroristas. Dentro de los 140.000 congregados en la manifestación en Tel Aviv, la más masiva de todas, tan solo algunos miles portaban carteles y consignas contra la ocupación de los territorios palestinos. Entre el mayoritario sector “patriota” de la protesta que reclama “democracia judía” y la minoría de izquierda que expresa que “no hay democracia con dominio sobre los palestinos”, hay tensiones, pero también se va desarrollando un mayor diálogo a nivel callejero.
Por otro lado, la indignación generalizada y las protestas palestinas y árabes israelíes por las violentas provocaciones de la Policía israelí en la zona de las mezquitas han sido mayoritariamente no violentas y las acciones de sangre fueron, por ahora, obra de personas o grupos aislados. Es difícil predecir si la prudencia demostrada por algunos actores palestinos e israelíes en esta escalada violenta se mantendrá y también es difícil predecir cómo se desarrollará la crisis política israelí.
Gerardo Leibner, desde Tel Aviv.