Una semana después de una nueva escalada bélica entre Israel y la Yihad Islámica de la Franja de Gaza, se reanudaron en la noche del sábado las manifestaciones masivas contra las reformas iniciadas por este gobierno del primer ministro, Benjamin Netanyahu.

Alrededor de 150.000 personas se concentraron en Tel Aviv y entre 50.000 y 80.000 más en distintos puntos para protestar contra las reformas y las políticas del actual gobierno ultraderechista que dirige el país.

El sábado 13, aun en medio de la escalada de lanzamiento de misiles y bombardeos aéreos, mientras la mayoría de los líderes de la oposición al gobierno de Netanyahu expresaban su apoyo a la operación que desencadenó la escalada -los asesinatos de dirigentes de la Yihad Islámica y sus familiares (incluyendo niños)- tan sólo el sector más de izquierda de la oposición convocó a protestas de claro signo antibélico, consiguiendo movilizar a menos de 20.000 personas en Tel Aviv y en la norteña ciudad de Haifa.

Reavivando el conflicto con los palestinos, Netanyahu lograba recobrar la iniciativa política, acallando temporariamente a sus principales opositores -que apoyan medidas duras contra los sectores palestinos radicales- y repuntando levemente en las encuestas de opinión pública. Si agregamos a esa pasada semana bélica, que finalmente concluyó en un acuerdo de tregua, la existencia de una mesa de negociación entre gobierno y oposición acerca de la controvertida reforma judicial que se había convertido en el centro de la protesta generalizada, todo apuntaba a una eventual desmovilización de las protestas.

Sin embargo, el hecho de que aproximadamente 200.000 personas hayan salido a las calles en estas circunstancias demuestra la energía y la vitalidad de la oposición civil a este gobierno, a diferencia de los tartamudeos de buena parte de los dirigentes políticos opositores.

Por otro lado, pareciera que únicamente consideraciones internacionales pueden frenar o limitar futuras escaladas bélicas, ya que les quedó claro a Netanyahu y a sus socios ultraderechistas, ávidos de guerra, que derramar sangre palestina y recrear la sensación de peligro entre los israelíes les resulta favorable en las encuestas y al mismo tiempo les soluciona contradicciones internas, al menos por unos días.

En estas semanas el foco del debate público en Israel se está centrando en el tema económico.

Se están llevando adelante los pasos gubernamentales y parlamentarios de cara a la aprobación durante el mes de junio de un nuevo presupuesto bianual. La oposición política y buena parte de las organizaciones que lideran las protestas cívicas critican con mucha dureza las enormes cantidades de dinero destinadas a subvencionar los centros de estudios religiosos, en los cuales estudian cientos de miles de varones ortodoxos de entre 18 y 40 años que no realizan el servicio militar, obligatorio para el resto de la población, ni tampoco participan, al menos la enorme mayoría, en el mercado de trabajo.

Además, el gobierno que depende de los votos parlamentarios de los dos partidos ultraortodoxos que integran la coalición de gobierno aumentó de manera significativa las subvenciones destinadas a las escuelas ultraortodoxas que imparten una educación religiosa segregada y que no incluye conocimientos de matemáticas ni idiomas extranjeros.

A la vez, otro sector muy beneficiado por las subvenciones del nuevo presupuesto son los colonos israelíes de ultraderecha, instalados en los territorios palestinos bajo ocupación militar. Aun así, todavía hay roces de último momento entre los socios de la coalición de gobierno que siguen pugnando por algunos trozos de la torta presupuestaria.

Desde los distintos sectores de oposición se concuerda que esta política de repartos sectoriales para lograr la continuidad del gobierno se hace a costa de la no inversión en políticas que contribuyan a solucionar algunos de los graves problemas económicos que afectan actualmente a la mayoría de la ciudadanía.

El encarecimiento de la vivienda y el déficit de viviendas para los sectores medios y bajos de ingresos es un problema particularmente grave que se arrastra desde hace varios años y que el gobierno actual ni siquiera disimula su falta de políticas públicas al respecto. La misma actitud omisa tiene el Ejecutivo ante la inquietante inflación y el aumento de la tasa de interés que afecta gravemente a deudores y al mercado hipotecario.

El acceso a los servicios básicos de salud no urgentes es cada vez más difícil -se demoran meses para conseguir consultas simples con un especialista-, empujando a la población a recurrir a seguros complementarios o hacia servicios privados.

En definitiva, hay una serie de temas en los que se percibe un rápido deterioro -en todos los casos los problemas se vienen arrastrando de administraciones anteriores- y que el actual gobierno, atrapado en sus dinámicas de reformas y políticas extremistas, ni siquiera disimula interés por ocuparse de ello. Pero lo más preocupante es la desconfianza de inversores que hace que todos los reconocidos voceros del neoliberalismo israelí estén hoy alineados con la oposición a Netanyahu, quien fuera en décadas anteriores su más fiel brazo ejecutor.

Para dar una idea de la caída de las inversiones en las altas tecnologías, el principal rubro productivo de Israel: durante el bienio 2021-2022 las inversiones extranjeras en empresas israelíes de alta tecnología llegaron a 42.000 millones de dólares y ahora las expectativas más optimistas hablan de 7.000 u 8.000 millones de dólares de inversión extranjera en alta tecnología israelí para este año y el que viene.

Otro indicador de la desconfianza económica, en este caso en las capas medias israelíes, son los 4.000 millones de shekels -cerca de 1.000 millones de dólares- que sólo durante el mes de marzo el público de ahorristas israelíes retiró de los fondos de previsión.

Hay un punto en torno al cual puede vislumbrarse claramente una conjunción estratégica entre la supuesta ausencia de política económica y social del gobierno y su política ultranacionalista. La semana pasada, el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, representante del ala mesiánica de los colonos, anunció precisamente el aumento de la inversión en infraestructuras necesarias (carreteras, edificación de viviendas y de edificios públicos, sistemas sanitarios, extensión eléctrica, abastecimiento de agua y banda ancha, entre otros) para duplicar rápidamente el número de colonos israelíes en los territorios ocupados.

Ese empuje de la colonización, que se dará despojando todavía de más espacios a la población palestina, tendrá el efecto de agravar el conflicto y de esta manera permitir la toma de medidas drásticas por las que brega Smotrich -como desplazar poblaciones enteras y expulsar a familiares de quienes sean considerados terroristas-, afianzando la situación de apartheid y liquidando para siempre toda opción de paz basada en la consolidación de un estado palestino vecino a Israel.

Pero, además, de esa manera, con esas inversiones gigantescas en colonización, la solución para el déficit de vivienda que padecen muchas jóvenes familias de clases trabajadoras y medias israelíes consistiría en trasladarse y convertirse en colonos en los territorios ocupados. De esta manera, el déficit de vivienda que existe dentro de Israel se va a mantener, pero no se van a solucionar problemas sociales, empujando a cientos de miles de israelíes, que no necesariamente comparten la ideología mesiánica de Smotrich, a alistarse en su proyecto de colonización y atar a este su vida cotidiana y el destino de sus hijos.

Si el proyecto de duplicar la colonización israelí de los territorios palestinos logra materializarse en los próximos dos o tres años, llegando a un millón de colonos, eso significaría prácticamente la sepultura de la perspectiva de un compromiso histórico entre ambos pueblos basado en la creación de un estado palestino al lado de Israel.

En términos inmediatos, eso daría la razón a los sectores palestinos más intransigentes, derrotando a quienes habían reconocido el derecho de existencia de Israel. En términos históricos, eso únicamente dejaría otro tipo de solución pacífica al conflicto, la conjunción de israelíes y palestinos en plano de igualdad en un estado conjunto, algo que ahora parece muy lejos de la mentalidad prevaleciente en ambas poblaciones.

Y mientras tanto, seguirá habiendo un Israel que continuará extendiéndose por territorios palestinos con enclaves palestinos autónomos, que se irá pareciendo cada vez más al viejo régimen del apartheid sudafricano, recrudeciendo su política represiva y empujando a los palestinos a la resistencia desesperada. Probablemente, ese proceso también irá minando la legitimidad internacional de Israel como un estado nacional judío.

Los presupuestos, si son seriamente analizados, suelen reflejar las estrategias políticas más profundas. En este caso, los dirigentes de la extrema derecha israelí, que son quienes realmente mandan en este gobierno, ni se preocupan en disimular sus políticas y por el contrario las anuncian abiertamente.

Mientras que las protestas masivas han frenado algunas de las reformas antidemocráticas pretendidas por el gobierno, aun son una minoría quienes protestan poniendo énfasis en las políticas de colonización y ocupación. Los principales dirigentes políticos de la oposición no quieren tocar el tema y algunos de ellos, por ejemplo, los exministros Gideon Saar o Avigdor Lieberman, únicamente se oponen personalmente a Netanyahu y al extremismo religioso y se identifican con la utopía ultranacionalista colonizadora.

La oposición dentro de Israel a estos nefastos planes no será suficiente para frenarlos. Parecería que sólo pueden ser evitadas si las protestas palestinas encuentran un eco claro en instancias y en posturas internacionales muy decididas.

Gerardo Leibner desde Tel Aviv.