“Bienvenidos y bienvenidas a uno de los puntitos del lugar que mira todo el mundo: el triángulo del litio”. Con la panza todavía revuelta tras tres horas de curvas y contracurvas en subida por la Cuesta del Lipán, Jorge nos recibe en Olaroz, una de las dos minas que explotan litio en Argentina. Jorge nació en una de las comunidades al costado del salar y no exagera cuando habla “del lugar que mira todo el mundo”. Ese puntito a 3.900 metros de altura en la Puna jujeña forma parte de la mayor reserva de litio del planeta, que el norte de Argentina comparte con el de Chile y con el sur boliviano.
En Olaroz no se escuchan explosiones ni equipos de perforación. La paleta de colores del paisaje no es tono tierra, marrón, rojo arcilloso. Jorge, los trabajadores, no se meten en cuevas para ir a buscar el mineral. Tampoco hacen fuerza ni pican piedras. En lugar de la oscuridad y el ruido ensordecedor de la maquinaria pesada característico de cualquier mina tradicional, el paisaje es más bien parecido a un oasis en el desierto: la mina Olaroz son miles de hectáreas de piletones rellenos de agua cristalina que parecen no tener nada que envidiarle a una playa del mar Caribe. Una playa particular: muy ventosa, muy salada y, sobre todo, muy productiva.
Oro blanco, mineral estrella, el petróleo del siglo XXI, la salvación: en un mundo en el que se imponen las altas temperaturas, pandemias y accidentes naturales, el compromiso de cortar con la dependencia de combustibles fósiles como el gas o el petróleo, responsables de gran parte del calentamiento global, se transformó en obsesión. Por su capacidad de almacenar gran cantidad de energía en poco espacio, las baterías de ion-litio son fundamentales para electrificar procesos y migrar a energías limpias. El litio es, para los países desarrollados y los grandes capitales, la estrella que más brilla en América del Sur. La salvación.
“Cuanto más codiciado por el mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae consigo al pueblo latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea”, describía el escritor Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, el libro que muestra cómo las potencias extranjeras explotaron los recursos naturales del continente a lo largo de la historia, dejando pobreza y dependencia económica. La explotación del litio en América del Sur genera inversiones y divisas, pero también amenazas que bien podrían dialogar con aquella crónica histórica que el escritor publicó en 1971.
Las reglas del litio
Jorge trabaja en el último eslabón del producto primario. Maneja una grúa que traslada miles de bolsas de una tonelada de carbonato de litio a un contenedor que se cargará a un camión que recorrerá 1.700 kilómetros hasta llegar al puerto de Buenos Aires. Allí se embarcará a Corea, Japón, China y Estados Unidos, donde lo transformarán en baterías para celulares, tablets, máquinas de afeitar, autos, camiones, trenes, ómnibus eléctricos. Cada una de esas bolsas que traslada Jorge cuesta hoy 53.000 dólares, y llegaron a cotizar 80.000 en el mercado mundial en 2022. Como referencia, la tonelada de soja se encuentra, en promedio, a 600 dólares. La salvación.
La irrupción del litio en el mercado comercial tiene fecha, marca y hasta un premio Nobel: fue en 1991, cuando la empresa Sony lanzó al mercado una filmadora más liviana y con más autonomía que el resto. Una filmadora con una batería de ion-litio que fue elaborada gracias al trabajo de los químicos Akira Yoshino y Stanley Whittingham y el físico John B Goodenough. Si bien se auguraba un futuro interesante para este descubrimiento, su utilidad fue reconocida décadas más tarde, en 2019, cuando les otorgaron por ese invento el premio Nobel de Química.
Su relevancia es mayor a la par de las políticas y los incentivos globales que apuestan a la electrificación para reducir la huella de carbono. Mientras las potencias calendarizan sus compromisos de descarbonización –China busca la neutralidad de carbono para 2060, en Europa hay sanciones fiscales para vehículos con combustión interna y subsidios para eléctricos, y Noruega y Países Bajos directamente dejarán de vender vehículos con motor desde 2035–, el precio sube y en el triángulo del litio se debate el modelo de gobernanza.
La salvación: ¿para quién?
Hay dos formas de abordar la extracción en el negocio dentro del triángulo del litio: a través de un modelo predominantemente estatal, como el de Bolivia y al que está acercándose Chile; o el concesionado, donde se puede ubicar a Argentina. Hasta ahora tanto Chile como Bolivia y Argentina no exportan productos de valor agregado, aunque sí tienen planes de hacerlo. Este es el primer debate que se abre al hablar de la minería de litio en América del Sur: cómo evitar que se replique el modelo extractivista clásico en la región –como con los granos, la carne e incluso otros minerales– y generar una capacidad de agregar valor para aumentar el precio de los productos exportados.
Con un clima ventoso como es el corriente en Antofagasta, la capital regional del área minera del desierto de Atacama, al norte de Chile, el presidente Gabriel Boric transmitió a finales de abril y por cadena nacional uno de los puntos más fuertes de su plataforma de campaña: la política estratégica para desarrollar el litio en el segundo país productor de derivados de ese mineral en el mundo. El esquema hace foco en desarmar el modelo actual de concesiones privadas que aportan a las arcas estatales a través de arriendos e impuestos, para darle un lugar predominante al Estado acompañando a privados en todo el ciclo productivo.
Actualmente hay sólo dos empresas privadas que extraen litio en Chile: SQM (65%) y Albemarle (35%). Ambas arriendan parte del desierto de Atacama a la institución estatal que administra las reservas de litio (Corfo) hasta 2030 y 2043, respectivamente. El sistema de regalías es alto –en 2022 le reportaron ingresos al fisco por más de 5.000 millones de dólares–, pero deja a merced del mercado el cuidado del ambiente, de las comunidades aledañas, del agregado de valor. Para hacer énfasis en esos huecos que el mercado no atiende, Chile creará una Empresa Nacional del Litio que participará en todos los nuevos proyectos y, una vez que sea aprobada en el Congreso, renegociará los contratos vigentes con las dos explotadoras actuales.
Bolivia firmó el documento fundacional de su estrategia de gobernanza del litio al nacionalizarlo en 2008, durante el gobierno de Evo Morales. La Estrategia Nacional de Industrialización de los Recursos Evaporíticos elaborada por Morales tiene dos características fundamentales: apuntar a la industrialización del producto para producir baterías, y excluir a las empresas privadas de todas las fases de explotación y procesamiento de los recursos del salar –recién podían participar transfiriendo tecnología en la fase de producción de baterías–. Esta estrategia le costó a Bolivia un retraso en la explotación comercial del producto. Es que empezar de cero con la investigación y el desarrollo de tecnologías de explotación en un mundo con experiencia la dejó fuera del ranking de los diez principales países exportadores, a pesar de contar con la mayor cantidad de reservas del mineral del planeta. Hace pocos meses inauguró su primera planta de carbonato de litio y admitió un modelo de empresas mixtas con mayoría estatal en la que los privados serán los que se encarguen de implementar la tecnología para extraer el recurso.
En Argentina el modelo de extracción es el más beneficioso para las empresas: “Es el país que más inversión está recibiendo en el mundo”, festeja José Alioto, el gerente de asuntos públicos de Allkem, una firma australiana accionista mayoritaria de la multifirma Sales de Jujuy que explota la mina Olaroz. Allkem, que cuenta con 66,5% del consorcio que explota el salar de Olaroz, decidió instalarse en Argentina porque Chile y Bolivia tienen “regulaciones negativas para atraer inversiones por su sesgo estatista”.
“Es fácil en términos de permisos. Hay mucho control, pero se encuentra bien planteado. Además, la Ley de Inversiones Mineras (que rige el marco normativo de la actividad y fue sancionada en 1993) nos da estabilidad fiscal, que es clave para una inversión costosa y a tan largo plazo. Que sea federal suma porque el gobierno provincial ayuda y tenemos un régimen de regalías razonables”, concluye. De acuerdo con la Constitución Nacional argentina, las provincias son dueñas originarias de los recursos minerales dentro de su jurisdicción (incluido el litio). Esto quiere decir que el Estado nacional no puede explotar ni disponer de las minas y, por lo tanto, las multinacionales discuten condiciones directamente con los estados provinciales, mucho menos poderosos.
La normativa otorga generosos incentivos a las empresas, como la estabilidad tributaria –es decir la garantía de que no habrá cambios sorpresivos en las leyes fiscales que las afecten– por 30 años; deducción en impuestos y aranceles; y un tope en la tarifa de la regalía muy baja, de 3% del valor boca-mina, es decir, del mineral recién extraído sin agregado de valor, que además es reportado por la propia firma. El debate sobre la industrialización dentro del país está relegado, salvo por la petrolera estatal YPF, que cuenta con una unidad de negocios, YPF-litio, que realiza una planta piloto para la elaboración de celdas de baterías.
“En América Latina es lo normal: siempre se entregan los recursos en nombre de la falta de recursos”, volvía a predecir Galeano. Para avanzar en la cadena de valor se necesita también plantar las bases de la extracción primaria. Y en eso anda el triángulo del litio.
Agua: divino tesoro
El mural de la plaza de la comunidad de Olaroz Chico, un pueblo de 300 habitantes que queda 20 minutos más arriba de la mina, tiene pintados a un minero, una vicuña y a una mujer con un bombo. Olaroz Chico es una de las diez comunidades que conforman el pueblo de Atacama, dueñas de las tierras donde se encuentra el salar y que por disposición de la provincia la arriendan a Sales de Jujuy. A cambio de ese alquiler, reciben no sólo un canon económico por parte de la empresa, sino también otras condiciones, como el compromiso de contratarlos como proveedores de servicios e incluso capacitarlos en oficios que antes no ejercían. Casi todas las familias del pueblo proveen de algún servicio a la firma: catering, alquiler de camiones, mantenimiento del campamento, movimientos de suelo o cosechas de sal.
Mario Jerónimo es el coordinador de la comunidad que cada mes se reúne en asamblea para debatir sus principales problemáticas. Allí votan todos los meses cómo administrar la plata que les ingresa por el alquiler de las tierras del salar a la empresa: le dieron prioridad a la construcción de una plaza para los más chicos, de un polideportivo para los adolescentes y del terciario técnico para que los estudiantes no abandonen el pueblo.
Antes del litio, vivían de la explotación de otro mineral: el borato. “Eso implicaba mucho sufrimiento. Las condiciones laborales eran pésimas y muchas veces no nos pagaban con dinero, sino con bonos para comprar en la proveeduría”, cuentan. Cuando las borateras cerraron, la gente de Olaroz Chico comenzó a migrar por trabajo y llegaron a ser apenas 100 habitantes. “Después de diez años de estar prácticamente sin trabajo, están volviendo muchos nativos de acá y de otras comunidades, ya somos 300”, se entusiasman.
En las asambleas mensuales también evalúan el impacto ambiental que genera la explotación de la mina. “Las vicuñas están hasta más contentas, porque antes teníamos hambre y nos las comíamos”, bromea Jerónimo al ser consultado acerca de cómo impactó la operación de Sales de Jujuy en la calidad del agua o en la fauna del lugar. La comunidad de Olaroz Chico fue la primera de los diez pueblos de Atacama en brindar su permiso a una minera de litio: “Nos tuvimos que tomar un tiempo para confiar en lo que nos proponíamos. Antes conocíamos el proceso: era raspar tierra y sacar borato. Cuando vino el litio teníamos que conocer qué significaba, y nos dio mucho trabajo”, cuenta Jerónimo.
La pregunta por el agua no es inocente. Es que ese líquido cristalino que rellena las 1.500 hectáreas de piletones –la dimensión es unas 25 veces el Parque Batlle– es salmuera que se extrae de los salares de la zona a través de pozos, con una técnica similar a la del petróleo pero con perforaciones mucho menos profundas, de hasta 600 metros. “Vamos dos personas y hacemos controles de agua, aire y fauna. Por ahora no notamos impacto ambiental”, se pone serio Jerónimo.
“El agua vale más que el litio”, “Nosotros no comemos baterías. Se va el agua, se va la vida” y “Litio para hoy, sed para mañana” son algunos de los carteles que leen los miles de turistas que cada mes visitan la cuenca de Salinas Grandes, otro desierto de sal a 50 kilómetros de Olaroz. A diferencia de las comunidades de Atacama, en Salinas Grandes viven de la sal y del turismo y se oponen a la explotación de los salares para extraer litio. Desde 2010 las más de 30 comunidades aledañas conformaron una mesa que se encuentra en estado de asamblea permanente: “Nuestro miedo más grande es el agua”, cuenta Orlando, del comisionado de Salinas Grandes.
Los pronósticos los acompañan. Es que el impacto ambiental que evalúa la comunidad de Olaroz está mensurado hasta hoy con una sola empresa en actividad. Los especialistas alertan sobre el probable riesgo de degradación de las reservas de agua dulce en los bordes de la cuenca si se sigue explotando el salar: “El agua dulce está, de algún modo, montada sobre el agua salobre y, a causa del proceso de extracción del agua salobre con litio en la zona central de la cuenca, se produciría un efecto dominó a partir del cual el agua de los bordes de la cuenca se movería hacia la zona central, o sea, hacia los pozos de extracción de litio. En este movimiento, el agua dulce atravesaría los sedimentos con altas concentraciones de sales, incorporando a su masa las sales, y como consecuencia se salinizaría y se perdería como reserva de agua dulce”, explica el hidrogeólogo Marcelo Sticco.
Con este argumento, las alarmas se encienden al ver el mapa de proyectos en exploración, que muestra un área con futuras perforaciones que prometen dinero pero pueden poner el peligro las reservas de agua dulce de las zonas aledañas. “Ojalá algún día llegue un auto eléctrico acá, porque creo que nosotros estamos beneficiando a otra gente, ni siquiera del país. A otros continentes, a otra parte del mundo donde ya están sobrepasados de contaminación y vienen por nuestra pureza”, termina Orlando, y resume en un comentario desde la Puna jujeña lo que teorizan investigadores y políticos: la autonomía y el agua del continente.
Natalí Risso, desde Argentina.