La euforia en filas del gobierno de Israel no puede ser mayor. Ante la victoria de Donald Trump y su próxima asunción como jefe de Estado de la principal potencia mundial, voceros de la extrema derecha gobernante en Israel se permiten expresar abiertamente sus aspiraciones: volver a colonizar parte del norte de Gaza y anexar jurídicamente las colonias israelíes en Cisjordania.

Lo anuncia Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas y a la vez responsable de la administración civil de los territorios ocupados. Incluso también lo expresan parcialmente ministros y diputados del partido oficialista Likud.

Se habla de ello en el canal 14 (la cadena que opera como vocera mediática de la familia del primer ministro Benjamin Netanyahu) y nadie en la coalición gubernamental se atreve a cuestionar o poner en duda dichos planes. En paralelo, diversos personajes cuyos nombramientos a puestos clave en la administración de Trump han sido anunciados durante la semana pasada son citados en la prensa de Israel como favorables a la colonización israelí de los territorios palestinos.

Mientras tanto, el mismo día en el que se llevaron adelante las elecciones en Estados Unidos, Netanyahu destituyó al ahora exministro de Defensa, el general retirado Yoav Galant, que se permitía expresar las opiniones pragmáticas del establishment militar que reconoce problemas, inconvenientes y limitaciones de poder en el camino de realización de las fantasías de los sectores más extremistas.

Paradójicamente, fueron Galant y los jefes de los servicios de seguridad y espionaje quienes junto con Estados Unidos recomendaron en junio y julio aceptar un acuerdo de alto el fuego con Hamas que incluyera un intercambio de rehenes y prisioneros y el comienzo del fin de esta devastadora guerra. Y fueron ellos mismos como subordinados a Netanyahu quienes le ofrecieron las acciones ofensivas (el asesinato de Ismail Haniyeh, el líder de Hamas en el exterior durante su visita a Teherán; el ataque por medio de beepers a cientos de cuadros de Hezbolá; el intercambio de ataques con Irán; el asesinato de Hasán Nasrala y de buena parte de la dirigencia de Hezbolá; la invasión terrestre del sur de Líbano), hechos que le permitieron a Netanyahu una especie de “fuga hacia adelante” bélica, eludiendo el acuerdo de liberación de rehenes y, en realidad, sentenciando a la mayoría de las personas cautivas en Gaza a una muy probable muerte.

Ahora, Netanyahu y los mandos de seguridad están de vuelta enfrentados. Estos denuncian al entorno de Netanyahu por violar secretos militares, falsear documentos ante la prensa y falsificar protocolos de reuniones para proteger a Netanyahu ante futuras investigaciones y, a la vez, mejorar su imagen pública.

Por su parte, Netanyahu despidió a Galant y de esta manera quitó la capa protectora a generales y jefes de servicios de inteligencia y seguridad díscolos. Si estos persisten en su actitud, el nuevo ministro de Defensa, Israel Katz, quien responde por completo a Netanyahu, podrá destituirlos instaurando depuraciones de altos oficiales. Lo más grave e importante está ocurriendo ya hace varias semanas en la parte norte de la Franja de Gaza.

El ejército de Israel está evacuando sistemáticamente barrio por barrio, expulsando a decenas de miles de palestinos que se quedaron en sus hogares a pesar de los masivos bombardeos descargados entre octubre y enero, y que también soportan la hambruna provocada por Israel y las condiciones precarias de servicios médicos que existen en el lugar.

Ahorrando bombas, vuelos aéreos y municiones, que ahora las fuerzas armadas israelíes priorizan utilizar en Líbano, la evacuación del norte de Gaza es lenta, básicamente hecha a cañonazos, con tanques y con incursiones de infantería que van ocupando y desocupando edificios, casas y ruinas. En los hechos, una verdadera “limpieza étnica”, término acuñado en la guerra de los Balcanes de fines del siglo XX para referirse a la expulsión intencionada, alevosa, de poblaciones civiles para despejar áreas enteras de la presencia de población de determinado origen étnico, nacional o religioso. Un gravísimo crimen de guerra que contradice el derecho internacional humanitario.

Paralelamente, el ejército israelí ha ensanchado el corredor de Netzarim, una porción de territorio en torno a una ruta de ocho kilómetros de largo que cruza la Franja de Gaza de este a oeste hasta el mar Mediterráneo y que permite dividirla entre la zona sur, hacia donde fue desplazada casi el 90% de la población palestina, y el norte, en fase final de evacuación forzada. El ancho del corredor de Netzarim ya alcanza siete kilómetros que han sido despejados de construcciones y vegetación.

Ahora han sido construidos por el ejército en ese corredor bases de vigilancia militar, vallas de contención y una moderna terminal para controlar el futuro tránsito de una zona a la otra. Algunos voceros de la ultraderecha colona discuten si la primera colonia israelí tendría que estar al extremo de ese corredor, cerca del Mediterráneo, donde existió la colonia israelí que fue evacuada en 2005.

Al tiempo que esto está pasando en Gaza, continúan los combates en el sur de Líbano, donde el ejército israelí domina territorialmente una pequeña cantidad de centros poblados, en los que ha destruido la mayoría de las viviendas, mientras las fuerzas de Hezbolá realizan emboscadas guerrilleras.

La Fuerza Aérea Israelí continúa bombardeando más al norte barrios, poblados y supuestas infraestructuras militares y políticas de Hezbolá, causando el desplazamiento forzado de casi un millón de libaneses, lo que implica un grave problema humanitario en un país que aun antes de la guerra estaba al borde del colapso administrativo y económico.

Por su lado, la artillería y los misiles de Hezbolá siguen azotando diariamente poblaciones e infraestructuras al norte de Israel, sin que se vislumbre que las ofensivas israelíes logren menguar el poder de fuego de la milicia chiita libanesa, que cuenta con el apoyo de Irán.

Además, cada tanto, algunos misiles logran llegar también a la zona central de Israel, lo que causa alarmas que interrumpen la vida cotidiana en los principales centros urbanos del país. Las versiones sobre la negociación de un eventual cese del fuego entre Israel y Hezbolá están atravesadas por contradicciones y probable desinformación propagandística de ambas partes. Mientras que Israel pretende establecer estrictas exigencias y preservar su capacidad de atacar en Líbano a lo que considere amenaza de Hezbolá, esta organización manifiesta que Israel no se encuentra en capacidad de dictar condiciones al alto el fuego.

En el duelo de ataques medidos entre Israel e Irán, le toca ahora a Teherán retribuir el último ataque israelí. No está claro, pero circula el rumor de que los mandos iraníes prefieren esperar para dar una chance más a los esfuerzos negociadores que está encabezando Estados Unidos. En Israel no está clara la estrategia.

No existe información certera sobre las capacidades demostradas por el último ataque iraní, sobre la protección obtenida por medio de la instalación de equipos militares defensivos estadounidenses en Israel y sobre la existencia o no de condiciones secretas de Estados Unidos que habilitan o impiden a las fuerzas israelíes reanudar ataques sobre Irán.

Las respuestas a algunas cuestiones clave mencionadas dependen en parte de lo que serán las políticas reales de la administración de Trump y de la capacidad o no del todavía presidente Joe Biden de imponer algo en los pocos más de dos meses de gobierno que le quedan. Tampoco está del todo claro si la correlación de fuerzas realmente es la que imaginan los sectores fanáticos de la derecha colona que actualmente gobiernan Israel y tienen en sus manos a un Netanyahu que, sin ser muy distante de esas mismas fantasías fanáticas, debe permitirles establecerla si quiere mantenerse en el poder y no llegar rápidamente a la cárcel.

Si algo queda claro es que decenas de miles de personas ya han perdido la vida en esta guerra que en Gaza adquirió características genocidas, y que los palestinos ya son postulados como los grandes postergados que pagarán el principal precio.

La intención del gobierno de Israel de reducir a la población de Gaza a vivir en el sur de la Franja en aproximadamente la mitad del territorio anterior implicará la instauración de un verdadero gueto palestino en el que se amontonarán aproximadamente dos millones de personas en condiciones de hambre y con servicios de salud precarios.

Parece algo insostenible, además de moralmente inaceptable. Por otro lado, los planes de anexar las colonias israelíes dispersas entre las ciudades y los pueblos palestinos de Cisjordania significan establecer abierta y legalmente un régimen de apartheid que diferencia entre dos tipos de población: colonos israelíes que serán ciudadanos plenos y sus tierras y caminos serán parte formal de Israel, y palestinos que estarán sometidos a leyes distintas y a una inferioridad de condiciones.

Esa es la realidad existente en esas zonas, que ahora se convertirá en algo legal, formalizado, lo que impulsará más colonizaciones y nuevas olas de despojos de habitantes palestinos.

Puede resultar ingenuo preguntar esto en la coyuntura política internacional actual, pero ¿realmente puede el mundo tolerar en 2025 una brutal limpieza étnica, el establecimiento de un enorme gueto de desposeídos y la instauración formal y desfachatada de un régimen de apartheid?