Andrés Alejandro Pillín Bracamonte manejaba la barra brava de Rosario Central como si llevara la pelota atada al botín izquierdo para distribuirla con astucia entre sus compañeros mientras escudriña el mediocampo con un solo objetivo: hacerlo suyo. En su tiempo como amo y señor en el Gigante de Arroyito, casi tres décadas, tiró paredes y pases con la dirigencia del fútbol, funcionarios policiales, operadores y capos del crimen organizado rosarino.

Un pasar acomodado a fuerza de negociados no lo libró de que atentaran contra su vida. Lo habrían querido matar en 29 ocasiones, alardeaba. Las marcas de los ataques garabatearon su cuerpo de estibador portuario mientras ascendía en la barra. La última vez que gambeteó a la muerte fue tras el encuentro que el canalla, como se conoce a la parcialidad de Rosario Central amada por una mitad de la ciudad, les ganó 1-0 a los leprosos de Newell’s Old Boys, la otra mitad de una Rosario de pasiones a flor de piel, cercada por esa violencia que germina en las disputas territoriales por el narcomenudeo.

El 10 de agosto, Bracamonte caminaba por el parque Alem, finalizado el clásico, junto a su novia, cuando una ráfaga de disparos le rozó el lomo a él y uno de los brazos a ella. Por el derecho de admisión no podía ingresar al estadio. Esa misma noche, la banda de Los Monos, un clan familiar asociado al narcomenudeo y que comanda la barra de Newell’s, le ofreció diez autos y “soldados” para tomarse revancha. Bracamonte no aceptó la oferta. No quería volver a la cárcel.

Esa estrella que lo guio por los caminos donde el fútbol, los negocios y el crimen organizado bailan al compás del dinero se apagó el sábado a las 21.45, luego del partido que Rosario Central perdió de local con San Lorenzo de Almagro por la mínima diferencia. Bracamonte iba de acompañante en la Chevrolet S10 que Raúl Daniel Rana Attardo, número dos de la barra de Central, conducía por el bulevar Avellaneda. Cerca del bar Ribereños, entre Reconquista e Iberlucea, territorio canalla por antonomasia, tres personas se arrimaron al vehículo y dispararon dentro del habitáculo de la camioneta blanca. Los barras fueron trasladados por otros hinchas hasta el hospital Centenario. Llegaron muertos.

El estruendo de los balazos, los gritos y un sospechoso apagón de la luminaria en el bulevar Avellaneda facilitó la fuga de los matadores, que habrían dejado el lugar en moto, mientras decenas de canallas salían del estadio custodiados por un operativo policial dispuesto por el partido, pero impotente para prevenir que al menos diez balazos se repartieran por igual en los cuerpos de Bracamonte y Attardo.

“Rosario quedó llena de sangre porque son todos unos descerebrados. Todos se creen Pablo Escobar. ¿Cuál es el negocio si terminás en el cementerio o en la cárcel, que es lo mismo?”, se preguntaba Bracamonte en una entrevista publicada en La Nación el 10 de noviembre.

la diaria conversó con el periodista Germán de los Santos, autor de los libros Los Monos y Rosario (en coautoría con Hernán Lascano), quien habló con el líder canalla 20 días antes de su muerte, en un café rosarino.

¿Cómo llega Pillín Bracamonte a la jefatura de la barra brava de Rosario Central?

Desplaza a Los Chaperos, un grupo muy fuerte. Genera mucha adhesión porque elimina la inseguridad y la violencia dentro del estadio. El que roba se enfrenta a la barra. Rosario vive el fútbol de una manera extrema. Es un clamor muy grande que genera mucho rédito económico. El que maneja una barra como la de Rosario Central tiene poder en la ciudad.

¿Quiénes lo sostienen cuando hace cumbre en la tribuna?

Para llegar a ser jefe de la barra de Central, empieza a tener relaciones muy aceitadas con gente que también era incipiente en el crimen organizado de Rosario, como la banda de Los Monos. Pero sin involucrarse directamente en el narcotráfico. Eso le sirve como espalda para mantenerse en la barra.

Además de Los Monos, ¿quién lo banca en ese derrotero de casi 30 años?

Básicamente, la dirigencia del fútbol. Cada dirigente que llegaba a ser presidente del club, de alguna forma, debía tener la venia de la barra.

Bracamonte también tenía el control del negocio de las inferiores de fútbol.

Hay una información de que una parte del pase de Ángel Di María, uno de los pases más grandes de la historia de Central, lo recibe Pillín. Llegan diez cheques al club y en la comisión directiva entran ocho. Dos quedan para Bracamonte. Hace muy poco tiempo, vendieron a Rodrigo Villagra a River Plate y un porcentaje quedó para ellos [River pagó cinco millones de dólares al contado por el total de la ficha del mediocampista].

¿Qué relaciones tenía en la política?

Creo que no había una relación directa con alguien en particular de la política. No pude identificar contactos con alguien del peronismo o del radicalismo. No se metía en ese ambiente. La barra tenía una terminal de negocios muy fuerte con los gremios.

¿Qué emprendimientos tenía Bracamonte?

Uno de los negocios en blanco era el alquiler de baños químicos. Pero tenía otro: la provisión de viandas para trabajadores de la construcción. Ahí debía tener como aliado al gremio [la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra)], que exigía que en toda obra se contratase a la empresa de Bracamonte para la provisión de estas viandas. Es un negocio muy grande. El dirigente de la Uocra con el que estaba involucrado era Carlos Vergara, interventor del gremio en La Plata cuando lo desplazan a [Juan Pablo] Pata Medina, que había inventado este sistema, con el tema de las viandas, con la barra brava de Estudiantes y de Gimnasia.

Las investigaciones en la Justicia lo obligaron a blanquear sus negocios.

Las causas judiciales que tenía, una por lavado de dinero y otra por extorsión, lo condicionaron a aceptar la recomendación de su abogado, Carlos Varela: “Ordená las cuentas porque la vas a pasar mal”, le dijo. Entonces empezó a blanquear su economía o una parte de lo que podía tener en blanco. Eso sucedió, básicamente, por una investigación judicial por lavado de dinero. A partir de esto, surge que hay muchísimos negocios paralelos que no fueron blanqueados y proveían a Bracamonte de un manejo económico gigantesco.

¿En qué sectores desarrolló esos negocios?

Se habla de inversiones inmobiliarias, campos. Pillín era un tipo que manejaba muchísimo dinero. Tenía 53 años y llevaba una vida que nadie llegó a tener dentro del ambiente, entre comillas, del hampa o del crimen organizado de Rosario.

¿Cómo era esa vida?

Vivía en un country, manejaba autos de alta gama, estaba rodeado socialmente de gente de sectores económicos mucho más altos, más que del ambiente marginal, de la mayoría de los que ubicamos dentro del narcomenudeo en Rosario, de su origen. Era un tipo que se había despegado y que, de alguna manera, se había aburguesado.

El diputado provincial del Frente Social y Popular de Santa Fe, Carlos del Frade, arriesga un concepto sobre el vínculo entre barras, policías y narcos. Afirma que quien maneja una barra brava maneja una banda narco-policial-barrial. ¿Está de acuerdo con ese concepto?

En la barra de Central no aparece el tema narco directamente. Sí, indirectamente. Para vender droga en la zona norte de Rosario, tenías que acordar con Bracamonte. El tipo tenía un perfil de un mafioso hasta te diría tradicional. Para usar mi territorio, tenés que pasar por mí. No hay investigación judicial donde aparezca directamente Bracamonte vinculado a una actividad narco. Sí cobrando el peaje, que debe ser muy grande, para poder usar la zona. Y sí vinculaciones históricas con la Policía.

La comisaría novena del barrio Arroyito, con jurisdicción en el estadio y en el lugar donde mataron a Bracamonte y Attardo, fue allanada. La actuación de esa seccional despertó algunas sospechas luego del crimen.

Ahora se está investigando, pero un integrante de la barra brava de Central [Maximiliano Savani] es hermano de la titular de la comisaría [Débora Savani]. Por eso se allanó la comisaría, se secuestraron los celulares y los libros de guardia.

Más allá de la situación en la comisaría novena, ¿dónde se puede encontrar ese vínculo de la barra de Central con la Policía que usted mencionaba?

Como factor simbólico, la barra brava te ponía al jefe de la comisaría. Históricamente, el jefe de los operativos en el estadio de Central se consensuaba con la barra. En uno de los libros publicamos que un comisario, Gustavo Gula Gula Pereyra, estuvo durante muchos años encargado de la seguridad del estadio y era muy cercano a la barra brava. Ricardo Milicic, barra brava de Rosario Central, hasta llegó a ser jefe de la Policía de Rosario, y después jefe de seguridad del club.

¿Cuál es la dinámica en torno a la venta de drogas y los homicidios?

Una cosa es el narcotráfico y otra el narcomenudeo, que generó en Rosario el principal problema: la violencia y los homicidios. Rosario llegó a tener 290 crímenes en 2022, que en los últimos diez años fue el de mayor cantidad de asesinatos, llega a 24 homicidios cada 100.000 habitantes, una cifra que cuadriplica la media nacional. El contrabando internacional de cocaína que sale por los puertos del Gran Rosario, donde hay alrededor de 30 terminales portuarias, no dispara un tiro, no genera un muerto. El problema es la dinámica y el dominio doméstico de la venta de drogas en la ciudad; tiene que ver con un actor que, desde hace dos décadas, es uno de los grupos que se imponen en Rosario: Los Monos.

¿Qué características tiene este grupo?

Es gente muy pobre, muy rústica, poco sofisticada, que usa la violencia extrema como método para imponerse porque no tiene otro recurso. No hay un grupo criminal que domine toda la ciudad.

¿Por qué?

El narcotráfico siempre estuvo dividido. Los Monos tienen mucho peso en el sur; a pesar de que nunca estuvo involucrado directamente en el narcotráfico, Bracamonte tiene el dominio de la zona norte (es un jugador que va a varias puntas), aliado, también, con Esteban Alvarado, otro narco que está preso con el líder de Los Monos. La Policía siempre iba habilitando y denegando territorios, abriendo puertas y cerrándolas en la persecución penal de grupos como Los Monos o Los Alvarado. Eso también tiene un vínculo con la propia Justicia y con la política.

¿Dónde se ubica el gobierno de Santa Fe y de Rosario en todo este concierto de narcomenudeo, ajuste de cuentas y crimen organizado?

El gobierno de Santa Fe puso muchas fichas en la política de seguridad, en bajar los homicidios y que la Policía recupere la calle con algunos riesgos, como acompañar la demanda de la sociedad de mano dura, quizás rompiendo ciertos límites. Pero creo que, hasta ahora, le viene funcionando. La baja de los homicidios es un dato objetivo, hay mayor presencia territorial de la Policía. El riesgo es que todo está atado con alambre. Que un hecho como el de Bracamonte te genere una reactivación de la violencia, fundamentalmente, de los crímenes, es el principal riesgo y el gobierno lo sabe. Rosario es una ciudad que la propia experiencia te dice que en un minuto se puede romper todo en mil pedazos. Esperemos que no pase.

¿Cómo se mueve ese andamiaje en el que conviven el Poder Judicial, las fuerzas de seguridad, el poder político y el sector financiero en Rosario?

Hay algo muy llamativo en toda esta trama: una sola investigación judicial termina con un político apuntado por su vinculación, aunque sea indirecta, con el crimen organizado: Armando Traferri. Hay investigaciones periodísticas, mucha versión, pero una ausencia del Poder Judicial para involucrarse. Esto marca grandes niveles de impunidad donde uno de los más favorecidos es el sector financiero de la ciudad, que lo absorbe todo. Si las características de la economía argentina obligan a un empresario formal a pasar a la informalidad, imaginate a un tipo que viene del crimen organizado o de una actividad ilegal y va a parar a una cueva financiera.

¿Qué circulación tiene ese dinero negro?

En la cueva financiera, por las características de la ciudad, se empieza a mezclar el dinero y después es muy difícil de identificar. Históricamente, Rosario estuvo vinculada a actividades ilegales, no violentas, pero sí al contrabando y la evasión en el comercio de granos. Ese sector financiero informal empieza a hacer negocios con un nuevo actor que aparece como generador de guita que es el narcomenudeo: Los Monos, Los Alvarado. Tienen que comprar dólares porque sin dólares en la Argentina no podés interactuar económicamente. Hay un montón de involucrados, muy pocos identificados por la Justicia, y gente presa desde hace mucho tiempo, como los principales referentes de las bandas más tradicionales.

¿Cómo se reconfigura el territorio cuando esos líderes ingresan al sistema penitenciario?

Con menor o mayor rigor, va cambiando la dinámica de la calle. Se genera la franquicia para la venta de drogas. A Guille Cantero, líder de Los Monos, se le hace más difícil tener un grupo propio para vender drogas, porque tiene que traerla desde Bolivia o Paraguay, distribuirla acá. Se empieza a complicar esa logística. Entonces, empiezan a vender el nombre.

Venden la marca y el territorio.

Exacto. Yo domino tal territorio, vos vendés ahí y me pasás un canon semanal de tanta plata. ¿Qué empieza a pasar? Esa tercerización termina en cierta autonomía de estos tipos y se multiplica la violencia. El control del territorio pasa por cinco cuadras. En la zona oeste, durante 2020-2023, en un barrio, hay 80 homicidios. Se disputa un espacio muy chiquito.

Marcelo Saín, exministro de Seguridad de Santa Fe, afirmó que los asesinatos de los barras se inscriben en una confrontación por el reordenamiento del mercado de drogas en Rosario. ¿Está de acuerdo con eso?

Una de las hipótesis que se manejan dentro de la investigación es que, en el trasfondo, hay un tema vinculado no a la venta de drogas en Rosario, sino a una escala mayor, al narcotráfico. Pero todavía nada está claro. Recién empieza la investigación. Soy bastante incrédulo de que se llegue a alguna conclusión.

¿Por qué?

En esta clase de asesinatos, si repasás la historia, nunca encuentran a los responsables.

¿Cree que puedan identificar a los autores materiales?

Eso, probablemente, sea pronto. Pero al ideólogo, tengo mis dudas.

En la última entrevista que usted le hizo, Bracamonte afirmó que Los Menores querían quedarse con parte de la ciudad. Por estas horas, ese grupo quedó en la mira por los asesinatos.

Es la principal hipótesis en la investigación. Creo que, por ahí, podrían ser los autores materiales. En el fondo del problema hay otra gente. Los Menores es un grupo criminal de un barrio muy precario, el 7 de Septiembre. Uno se puede equivocar, pero no tienen estructura para reemplazar a Bracamonte ni para tener el liderazgo en una ciudad como Rosario.

Gendarmería Nacional secuestró en julio pasado 460 kilos de cocaína que eran trasladados por la ruta 11, desde el norte de Santa Fe, recorrido que habría utilizado Jorge Adalid Granier Ruiz, ciudadano boliviano vinculado al Primer Comando Capital (PCC). Leopoldo Pitito Martínez, número dos de la barra de Central, fue detenido por ese cargamento. ¿Puede pensarse en una autoría intelectual más allá de Rosario vinculada al doble crimen?

No lo veo, pero todo puede ser. En Rosario ocurrieron cosas extrañas vinculadas con Comando Vermelho y con PCC, pero detrás de lo de Pillín Bracamonte, por lo menos hasta ahora, no aparece.

¿Qué cosas extrañas ocurrieron?

En 2018 aparece flotando en el río Paraná el cadáver de un brasileño, un tipo de peso en la estructura del Comando Vermelho. La familia vino a Rosario a reclamar el cuerpo cuando la fiscal ni siquiera lo había identificado. Aparentemente, estaba buscando comprar una terminal portuaria, viendo la zona.

La compra de la terminal portuaria era para triangular el contrabando.

Para trasladar la cocaína por la hidrovía.

Hacia Europa u otros destinos.

Sí, exactamente.

Usted habló con Bracamonte dos veces en los últimos tres meses. La última entrevista fue hace 20 días en un bar de Rosario. ¿Qué impresión se llevó de esa reunión?

Bracamonte era un tipo muy celoso y desconfiado, no hablaba por teléfono ni con periodistas. Pero tenía la necesidad de contar cosas, de contar su versión por recomendación de su abogado. Porque lo buscaban para matarlo y porque estaba con problemas judiciales.

¿Cómo lo vio en ese último encuentro?

El jefe de una barra brava quiere mostrar que es un duro. Cuando uno entrevista a tipos que andan en ese ambiente, o en el narcotráfico, el yo está todo el tiempo. Muchas veces se creen inmortales. Conversando con gente de su entorno, te dicen que esos errores posiblemente antes no los hubiera cometido, que toda esa experiencia se termina cuando baja la guardia.