En las madrugadas de miércoles a jueves y de viernes a sábado, más de dos millones de israelíes en Tel Aviv y las ciudades de sus alrededores se despertaron súbitamente ante el sonido de las alarmas.

En ambos casos se trataba de misiles balísticos provenientes de Yemen que explotaron y causaron considerables daños materiales y dejaron un saldo de unos 20 heridos leves. El sofisticado sistema de defensas antimisiles utilizado por Israel no es lo suficientemente eficiente ante este tipo de misiles balísticos. Uno de los proyectiles impactó en una escuela, otro, en una placita infantil entre varios edificios. El horario nocturno de los ataques evitó tragedias. Rápidamente la fuerza aérea israelí realizó bombardeos de represalia contra puertos, depósitos y supuestos puntos estratégicos del gobierno de los hutíes en Yemen.

Para quienes siguen de cerca el tablero regional, los misiles hutíes tienen un claro significado. Si bien ha sufrido durísimos golpes con el descabezamiento de Hezbolá y con el colapso del régimen de Bashar al-Assad en Siria, el eje liderado por Irán no ha perdido la capacidad de infligir severos golpes a Israel.

El gobierno de Teherán no está interesado en deslizarse a una guerra directa con Israel, aunque tenga pendientes respuestas a los últimos ataques israelíes en territorio iraní. Ante la próxima asunción de Donald Trump en Estados Unidos y las amenazas que profieren algunos voceros israelíes de llevar a cabo un golpe estratégico contra Irán, surge el mensaje del ataque de los hutíes: desde Yemen y, obviamente, desde Irán, existe la capacidad de inferir serios golpes a Israel. Entonces, conviene a Israel pensar dos y tres veces antes de embarcarse en una nueva aventura ofensiva.

Mientras tanto, en las recientes semanas se han reanudado las negociaciones en torno a los rehenes civiles y los prisioneros militares israelíes en manos de Hamas.

A pesar de estar diezmado y con capacidades militares muy limitadas, Hamas pareciera haber mantenido o recuperado su control sobre sus propias fuerzas, probablemente dispersas en túneles subterráneos en la Franja de Gaza. Políticamente debilitados tras el alto al fuego entre Israel y Hezbolá, los negociadores de Hamas, fuertemente presionados por Qatar y Egipto, parecen haber cedido en varios puntos a las exigencias israelíes referentes a la primera etapa de intercambio de rehenes y prisioneros.

Estarían dispuestos a aceptar cierta presencia militar israelí en puntos de control en Gaza durante varias semanas de alto al fuego e intercambio de prisioneros. El gobierno de Benjamin Netanyahu, que desde mayo ha desbaratado todo preacuerdo conseguido por sus propios negociadores, también aparenta estar dispuesto a un primer intercambio humanitario que incluiría varias semanas de alto al fuego y la liberación de cierto número de prisioneros palestinos a cambio de los rehenes israelíes que Hamas considera como “civiles”, o sea, mujeres, menores de edad y hombres mayores de 50 años.

Hamas y los intermediarios exigen un mecanismo que asegure la continuidad de las negociaciones y el alto al fuego para llegar al fin de la guerra, que incluiría el retiro de Israel de Gaza a cambio del resto de los rehenes. Precisamente, Netanyahu quiere evitar a toda costa decretar el fin de la guerra y no quiere retirarse de parte del enclave palestino. No se lo permitirán sus socios de ultraderecha que pretenden colonizar el norte de Gaza.

Además, si da por terminada la guerra, la mayoría de la opinión pública israelí exigirá que asuma su responsabilidad por la catástrofe del 7 de octubre de 2023. Alargar el estado de guerra es políticamente vital para Netanyahu. Por lo tanto, el eventual acuerdo de intercambio de rehenes y prisioneros es incierto. Aproximadamente la mitad de los rehenes que fueron secuestrados con vida por Hamas el 7 de octubre murieron, en varios casos por los propios bombardeos y los disparos del Ejército de Israel; en otros, asesinados por sus captores, y muy probablemente, en varios casos de ancianos, por la insuficiencia de alimentos, medicamentos y atención médica. Hace ya varios meses que la mayoría de los familiares de las decenas de rehenes israelíes expresan que es Netanyahu quien prolonga innecesariamente su sufrimiento y pone en peligro la vida de sus seres queridos.

Mientras tanto, el Ejército de Israel prosigue con la destrucción sistemática de lo poco que queda de viviendas e infraestructuras en algunas partes del norte de Gaza (ahora el gigantesco barrio de Jabalia), expulsando a los remanentes de la población local hacia otros lugares, en lo que el mismo exministro defensa de Israel Moshe Ya’alon denunció como una “limpieza étnica” criminal e injustificable desde el punto de vista de la seguridad de Israel. Y en distintas partes de Gaza continúan incursiones y bombardeos eventuales del Ejército israelí que en las últimas semanas han causado un promedio de entre 20 y 30 muertos palestinos diarios, al menos la mitad de ellos civiles no involucrados en la lucha armada.

El diario Haaretz publicó este fin de semana que en la carretera de Netzarim, que fue ampliada y sirve al Ejército de Israel como línea divisoria entre el sur y el norte de Gaza, los soldados tienen orden de disparar a todo quien se aproxime más allá de una línea imaginaria, lo que diariamente causa la muerte y las heridas de civiles palestinos que intentan desplazarse, sea para conseguir alimentos o para regresar a sus hogares. Cada tanto Hamas y otras facciones armadas palestinas realizan ataques a patrullas matando e hiriendo a algunos soldados israelíes.

En los días posteriores a la caída del régimen de Al-Assad, la fuerza aérea israelí bombardeó Siria y destruyó depósitos de armas, buena parte de la fuerza aérea siria e infraestructuras militares en lo que presentó como una acción preventiva para que esos elementos no caigan en manos de milicias. Además, como si no tuviera suficientes frentes abiertos, el Ejército de Israel cruzó la frontera con Siria y se apoderó de todo el monte Hermón y de una considerable franja terrestre en la provincia siria de Quneitra. Esa extensión de la ocupación militar de territorios sirios (el Golán, a pesar de haber sido unilateralmente anexionado a Israel en 1981, es internacionalmente reconocido como territorio sirio) ya provocó un primer roce con pobladores de aldeas sirias que se manifestaron la semana pasada y que fueron dispersados a tiros por una unidad militar israelí.

Israel es, sin duda, uno de los beneficiarios de la debacle de Al-Assad, pero tiene buenas razones para suponer que un gobierno sirio con predominio islámico sunnita no será precisamente amistoso y, más aún, teme que la inestabilidad siria derive en la presencia de fuerzas hostiles en la frontera. A pesar de ser acérrimos enemigos, el régimen de Al-Assad evitaba enfrentamientos directos en la frontera con Israel e impedía a organizaciones de refugiados palestinos manifestarse o pretender infiltrar la frontera con Israel.

Por otro lado, en Cisjordania prosigue el fuerte impulso colonizador de tierras palestinas por parte de ciudadanos israelíes, que avanza principalmente a costa de campesinos palestinos en ubicaciones económicamente debilitadas y fuera del control de la Autoridad Palestina. A la vez, la Autoridad Palestina se enfrenta a milicias palestinas armadas en Yenín, en el norte de Cisjordania, en un intento por retomar su control policial sobre uno de los campamentos de refugiados palestinos tradicionalmente más rebeldes de ese territorio y donde el partido gobernante Fatah parece haber perdido el control sobre sus propios adherentes.

Dentro de Israel y a pesar de la prolongación y la extensión de los frentes bélicos, pareciera que se ha reavivado el enfrentamiento interno. El gobierno reanudó sus ofensivas legislativas y pretende avanzar en su cuestionada reforma judicial que amenaza con atropellar la separación de poderes. La oposición política, incluso sus sectores más tibios, ha vuelto a movilizarse en las calles este sábado en contra del avance autoritario del gobierno. La pulseada entre el Poder Judicial y el Ejecutivo en torno a la designación de jueces se ha reavivado.

El juicio por corrupción al primer ministro Netanyahu ha vuelto a ocupar titulares, ya que ha empezado el show del testimonio de Netanyahu, que por ahora responde a preguntas de su defensa, tres veces por semana durante varias horas. Voceros de la coalición gobernante se quejan por la violación a los derechos de los detenidos por la trama de espionaje y filtraciones que involucra a allegados a Netanyahu contra los jefes de los servicios de inteligencia. Quienes denuncian las limitaciones de comunicación impuestas a esos detenidos son los mismos personajes que justifican la tortura y el maltrato a presos palestinos y avalan las detenciones administrativas mediante las cuales cientos de palestinos son detenidos largos meses sin acusaciones.

La Policía también se ha convertido en un campo de lucha.

El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, líder del partido racista Poder Judío, ha logrado tras largos meses de forcejeos designar a un jefe de Policía afín, que a su vez ha iniciado una ronda de designaciones destinada a convertir a toda la fuerza en un dócil instrumento de las políticas de su ministro. Sin embargo, esta ronda se complicó y se detuvo parcialmente cuando el servicio de investigaciones internas de la Policía procedió a detener a varios oficiales sobre los cuales se acumularon evidencias que los ligaban a la colaboración con milicias de extrema derecha que realizan atentados contra palestinos en los territorios ocupados y que están políticamente alineadas con el ministro.

Los detenidos son acusados de desbaratar investigaciones policiales de atentados, filtrando información a activistas de ultraderecha, para así congraciarse con el ministro. El servicio de investigaciones internas de la Policía se ha convertido en la principal barrera ante Ben-Gvir.

Todos los escándalos y los conflictos mencionados convierten a la interna israelí en un verdadero polvorín político. Y es por eso que Netanyahu, que todavía tiene la capacidad de tomar iniciativas e intentar marcar la agenda, va a preferir prolongar las guerras como único método de sortear tantos temporales, ya que son la guerra y la amenaza externa los únicos factores cohesionadores que le permiten impedir o, más bien, manipular la implosión interna.

Los costos económicos de la guerra todavía no se perciben en la vida cotidiana de manera dramática. Estados Unidos, que ha abastecido de municiones sin las cuales la tan intensa y prolongada guerra no habría sido posible, todavía no ha pasado la cuenta y no está claro cuánto será convertido en ayuda y cuánto Israel tendrá que pagar. Los costos del reclutamiento prolongado de reservistas son muy altos; la relativamente generosa retribución económica a los reservistas permite surfear estos meses sin graves consecuencias sociales, pero está claro que el déficit obligará a tomar medidas de aumento de impuestos y restricciones a servicios públicos, y ya hay recortes de salarios en el Estado. Tras largos meses de servicio de reserva de varias decenas de miles de combatientes, crecen las ya existentes tensiones respecto a la excepción del servicio militar a los ultraortodoxos, lo que agudiza otro foco de fricciones políticas.

Mientras la extrema derecha israelí tiene altas expectativas respecto a la próxima administración de Trump, supuestamente plagada de personajes afines ideológicamente, que permitiría a Israel anexar Cisjordania, colonizar el norte de Gaza y asestar fuertes golpes a Irán y otros enemigos en la región, otros observadores pretenden ser más realistas.

La región se está reacomodando. Si el interés estadounidense es llegar a cierta estabilidad en Medio Oriente, no son los delirios de esa ultraderecha mesiánica la mejor manera de alcanzarla.

Los gobiernos árabes más proestadounidenses de la región –Arabia Saudita, Egipto, Jordania y Emiratos Unidos– tampoco podrán convivir con quienes tienen tales pretensiones anexionistas y supremacistas. El pueblo palestino, a pesar de las condiciones tan difíciles, a pesar de decenas de miles de muertos, de decenas de miles de mutilados y enfermos, no se va a ningún lado. Queda muy claro que sin un arreglo que considere a los palestinos y sus derechos no habrá estabilidad ninguna (y sin cierta estabilidad tampoco habrá petróleo barato). Son muchos los focos de desestabilidad en la región y cada uno desencadena otros.

La dependencia de Israel respecto a Estados Unidos es absoluta en lo militar y también en lo económico. Entonces, queda la incertidumbre de si quienes gobernarán en nombre de Trump en Estados Unidos serán lo suficientemente prudentes como para torcer el brazo de un gobierno israelí fanatizado o si permitirán a un desesperado Netanyahu reavivar frentes bélicos.