Las encuestas muestran que, si hubiera elecciones hoy, ningún partido ganaría la mayoría absoluta para formar el gobierno. No existirían mayorías en el Bundestag (Parlamento) para una coalición “rojinegra” –de los conservadores de la Unión Demócrata Cristiana/Unión Social Cristiana de Baviera (CDU/CSU) y el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD)–, como tampoco para una coalición “verdinegra” –CDU/CSU y Los Verdes–. El panorama partidario en la República Federal de Alemania se caracteriza por una creciente fragmentación y polarización. Según las mismas encuestas, los “partidos de gobierno” obtendrían mayorías ajustadas; incluso la antigua “gran coalición” entre conservadores y socialdemócratas llegaría apenas a 47%. Y ambas mayorías, posibles en la teoría, solamente podrían conseguirse si, como se prevé actualmente, La Izquierda (Die Linke) y los liberales promercado del Partido Democrático Libre (FDP) no superan la barrera del 5% y quedan fuera del Parlamento.

Cambios en los partidos políticos

Los días de las coaliciones bipartidarias relativamente simples, entre socialdemócratas, conservadores y verdes, parecen haber quedado definitivamente atrás desde las últimas elecciones federales de 2021. La actual coalición “semáforo” entre el SPD (al que pertenece el canciller, Olaf Scholz), Los Verdes y el FDP, que comenzó su camino como una “coalición del futuro”, sufre de grandes disidencias en muchos temas. En particular, los liberales, que han sufrido serias derrotas en las elecciones parlamentarias de varios estados federados desde 2021 y cuya futura presencia en el Bundestag está en duda, practica una política de “oposición dentro del gobierno”: impide medidas necesarias como la renovación de infraestructura al insistir en el “freno a la deuda” y se niega a todo aumento de impuestos. Sus propuestas políticas para una “transición económica” (neoliberal) no se ajustan a las preferencias de los otros dos socios de la heterogénea coalición. Esto también contribuye a que el gobierno no logre, en muchas oportunidades, negociar compromisos sostenibles (la esencia de la política democrática) ni defender los compromisos trabajosamente alcanzados (la esencia de los gobiernos de coalición exitosos).

El mayor partido de la oposición en el Bundestag, la CDU/CSU, apenas ha sacado provecho de la debilidad del gobierno. En su lugar, nuevos actores, como la Alianza Sahra Wagenknecht-Por la Razón y la Justicia y la Unión de Valores (WerteUnion), están entrando en el escenario político, sumándose así a un panorama en el que ya se destaca Alternativa para Alemania (AfD), que desde 2013 viene desafiando a los partidos tradicionales con un programa que cabalga entre el populismo y el extremismo de derecha.

La Alianza Sahra Wagenknecht y la Unión de Valores tienen depositadas sus esperanzas en las próximas elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán el 9 de junio, en las elecciones parlamentarias en tres estados federados del este de Alemania (Sajonia y Turingia el 1° de setiembre, Brandeburgo el 22 de setiembre) y en las próximas elecciones federales, que se celebrarán, a más tardar, en el otoño boreal de 2025. Sahra Wagenknecht rompió finalmente con La Izquierda, con posiciones que algunos califican de “conservadurismo de izquierda”, sobre todo con relación a temas como las restricciones a la inmigración o el soberanismo. Por su parte, Unión de Valores es un nuevo partido ultraconservador, surgido de la CDU y presidido por el antiguo jefe del servicio de inteligencia interior Hans-Georg Maassen.

Debido a la falta de un piso mínimo para las elecciones al Parlamento Europeo en Alemania del 9 de junio, otros partidos pequeños también pueden ganar escaños. Adicionalmente, en los tres estados federados del este de Alemania la extrema derecha de AfD puede pasar a ser la fuerza más votada y el posible aumento de escaños para la Alianza Sahra Wagenknecht y Unión de Valores amenaza también con fragmentar aún más los parlamentos estaduales. Esto abre dos escenarios posibles: o la trabajosa formación de coaliciones contra AfD, que tendría que ser notoriamente más heterogénea que la del Bundestag, o una disruptiva coalición entre la CDU y AfD, que rompería el “cordón democrático”, por la cual la extrema derecha tolerase ser socia minoritaria de un gobierno liderado por los conservadores.

¿Cómo se pueden explicar estos cambios en el panorama partidario alemán y qué desafíos implican desde la perspectiva de los actores progresistas?

Enfoques explicativos: vacíos de representación

Hace tiempo que en Alemania se debate sobre el “descontento con los partidos” y el “descontento con la política”. Pero hubo que esperar hasta la crisis del euro, resultante de la crisis financiera de 2008-2009, para que un partido, concretamente AfD, pudiera llenar con éxito los vacíos de representación que seguían surgiendo y movilizar con consignas populistas a los ciudadanos descontentos contra las “élites” (es decir, los partidos tradicionales) y las minorías (especialmente los inmigrantes, pero también las personas LGBTI+, debido a la “masculinidad ofendida”). Durante la crisis del euro, AfD, a la que inicialmente se aludía como el “partido de los profesores universitarios”, experimentó su auge fundacional. En el contexto de las medidas tomadas para paliar la crisis (rescate financiero o bailout mediante un aumento de la deuda pública), consideradas generalmente como la única alternativa disponible, economistas como el primer líder del partido, Bernd Lucke, representaban una posición euroescéptica que era compartida por un sector de la población que no se veía representado por los partidos tradicionales. Al mismo tiempo, AfD comenzó en aquel momento a reunir a personas insatisfechas de la extrema derecha.

Una vez controlada la crisis del euro, el escenario se repitió durante la crisis migratoria de 2015. Con el gran movimiento de refugiados resultante del conflicto en Siria, AfD –que había perdido un considerable apoyo– dio voz a quienes se negaban a aceptar el por entonces amplio consenso político para que Alemania aceptara recibir una gran cantidad de personas que buscaban refugio. El partido se fue radicalizando. A la crítica con tintes antisemitas del “globalismo” tras la crisis financiera se sumaba ahora el relato complotista del “gran reemplazo”: la idea de una política intencional de las élites para reemplazar a la población nacional –blanca y cristiana– con inmigrantes no blancos, en su mayoría musulmanes.

A raíz de la pandemia de covid-19, otros partidarios de teorías conspirativas –como la de la “dictadura de las vacunas”– se unieron a AfD, que se posicionó como una voz contra las medidas del gobierno que se habían tomado, en buena medida, por consenso. Con la crisis climática y las medidas para combatirla, que ciertamente implican imposiciones a los ciudadanos, y la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, se suman más vacíos de representación que pueden beneficiar a AfD.

Por lo tanto, esta fuerza de extrema derecha hace hincapié en la sobreexigencia padecida por la ciudadanía en el contexto de la actual “policrisis”, con lo que la confianza en la acción del gobierno continúa disminuyendo: dramatiza los problemas (por ejemplo, con relación a las estadísticas de criminalidad) y afirma que existen soluciones fáciles que son, a la vez, cada vez más radicales. Ya no se trata sólo del lema “afuera los extranjeros”, sino que, bajo el título “remigración”, también se habla de deportar a ciudadanos alemanes que tengan doble ciudadanía y que “no estén suficientemente asimilados”.

En consecuencia, AfD no permite actualmente que haya ninguna fuga hacia la extrema derecha. Partidos como La Patria (ex Partido Nacionaldemócrata de Alemania), de tendencias neonazis, han perdido casi todo el apoyo que llegaron a tener. Debido a la radicalización de AfD, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución considera que algunos sectores de esa formación política son “ciertamente de extrema derecha” y quiere convertir a todo el partido en objeto de “observación”. De hecho, ya hay un proceso en marcha en tal sentido y se ha llegado a debatir, y todavía se debate, sobre una posible prohibición de la agrupación. Las experiencias de la República de Weimar, destrozada por ataques extremistas de izquierda y derecha, llevaron al concepto de “democracia defensiva”, que también prevé la proscripción de partidos que amenacen el “orden liberal democrático”.

La actitud que prevalece actualmente sobre este tema es que AfD debe ser “combatida políticamente” y que se deben “rebatir sus ideas” en la campaña electoral para no darle un estatus de víctima y para no quitar la voz a sus votantes. De hecho, tras haberse revelado los planes de “remigración”, se organizaron numerosas y nutridas manifestaciones contra AfD, y cada vez aparecen más voces desde los sectores empresariales que advierten sobre la pérdida de bienestar que producirían las políticas de ese partido. Las voces empresariales a favor de AfD han sido, hasta ahora, marginales.

Sin embargo, la experiencia muestra que no es sencillo debatir ideas porque AfD no quiere hacerlo de ningún modo. En el mejor de los casos, utiliza el escenario que se le ofrece para ocultar o restar importancia a sus propias posturas, como en el debate televisivo entre los principales candidatos de la CDU y de AfD en Turingia, Mario Voigt y Björn Höcke, y, en el peor de los casos, para polarizar y recargar emocionalmente el debate.

Por supuesto, el llamado a un debate de ideas por parte de la CDU/CSU sería más creíble si el “cortafuegos” hacia la extrema derecha fuera más claro. Después de la moderación de los años de Angela Merkel, el partido más popular de la derecha está intentando adoptar un perfil más conservador, entre otras cosas porque AfD le ha arrebatado dirigentes y votantes. El problema es que la CDU/CSU también quiere defender, al mismo tiempo, la modernidad y la apertura al mundo. Después de todo, hasta ahora ha resistido (por lo menos en términos generales) la tendencia a la radicalización que están siguiendo otros partidos conservadores, como los republicanos estadounidenses o los conservadores británicos. A diferencia de lo que ha sucedido con partidos de derecha tradicional como el francés Los Republicanos, que se ha visto desplazado por fuerzas políticas ubicadas a su derecha, la CDU/CSU todavía no siente una amenaza de marginación total por parte de partidos más radicales.

La Unión de Valores y la Alianza Sahra Wagenknecht

Pero la amenaza de AfD –y ahora posiblemente también la de la Unión de Valores– es real. Esta última era originalmente un grupo no oficial dentro de la CDU, un receptáculo de conservadores que se oponían al rumbo moderado del gobierno de Merkel. Unión de Valores podría haber sido un germen para la radicalización de la CDU, pero, con Hans-Georg Maassen a la cabeza, decidió separarse y crear un partido propio a principios de 2024.

Maassen, expresidente de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (que ahora lo vigila por sospechas de tendencias de extrema derecha), quiere convertirse en ministro-presidente de Turingia. Las encuestas muestran una intención de voto de hasta 15%. Pero finalmente podría no haber suficiente espacio para que este partido se establezca de forma perdurable en un mapa de derecha dominado por la CDU/CSU, Votantes Libres (una fuerza local que participa en un gobierno de coalición en Baviera y que también tiene ambiciones políticas federales) y AfD.

La situación es diferente en La Izquierda, también porque sufre un drenaje de votos a manos de Sahra Wagenknecht, una política prominente, buena oradora y extremadamente popular en algunos sectores de la población –fundamentalmente en la ex República Democrática Alemana, pero no sólo allí–. Probablemente por eso le puso su propio nombre al partido, también fundado a principios de 2024. La Alianza Sahra Wagenknecht es una escisión de La Izquierda. Cuando diez de sus diputados desertaron y se sumaron a la Alianza Sahra Wagenknecht, La Izquierda perdió su estatus de bancada en el Bundestag. Según las encuestas actuales, no superaría la barrera del 5% en las próximas elecciones, mientras que la Alianza Sahra Wagenknecht sí lo haría.

La popularidad de Sahra Wagenknecht en el este y la combinación de políticas específicas de la Alianza Sahra Wagenknecht dan a sus representantes y a algunos observadores la esperanza de que pueda sacarle votantes a AfD. La Alianza Sahra Wagenknecht critica a la “izquierda del lifestyle”, que prioriza las preocupaciones de minorías en lugar de enfrentar las injusticias sociales. Wagenknecht polemizó recientemente contra la reforma de la Ley de Autodeterminación, afirmando que hoy una persona puede cambiar de género una vez al año, pero ya no su calefacción (en referencia a la derogación de los sistemas de calefacción a base de combustible líquido y gaseoso prevista para un futuro). La parlamentaria tampoco escatima en críticas a la política migratoria del actual y anterior gobierno.

Estas posiciones podrían resultar atractivas para los votantes de AfD que quieren una política social tradicional y no confían realmente en AfD en este campo (en ese partido las posiciones en materia de política social fluctúan entre el chovinismo del bienestar –Estado de bienestar exclusivamente para los “alemanes auténticos”– y un desprecio por los débiles propio del darwinismo social). Sin embargo, esta postura de la Alianza Sahra Wagenknecht parece atractiva especialmente para la izquierda tradicional (“clase en lugar de género”), en la medida en que no toman muy al pie de la letra la solidaridad internacional.

Por otro lado, Wagenknecht tiene un posicionamiento tan amigable con Rusia como el de AfD. Además del rechazo al suministro de armas a Ucrania (lo cual, según casi todos los expertos, conduciría directamente a su derrota), basado supuestamente en una política de paz, entran en juego argumentos sociopolíticos: el gas y el carbón baratos de Rusia pueden aliviar las dificultades económicas de muchos alemanes. También esto podría resultar atractivo tanto para los votantes de AfD –especialmente en el este (donde se está notando en algunas personas no sólo una tradicional actitud antiestadounidense, sino también cierta idealización nostálgica de Rusia)– como para los votantes de La Izquierda. Hasta ahora, las encuestas parecen indicar que no sólo los dirigentes de la Alianza Sahra Wagenknecht provienen de La Izquierda, sino también la mayoría de sus potenciales votantes.

Si la Alianza Sahra Wagenknecht y la Unión de Valores entran en los parlamentos, se afianzará la tendencia a la fragmentación del sistema de partidos alemán.

Desafíos para los actores progresistas

Llenar los vacíos de representación mediante cambios en el panorama partidario es, ante todo, una señal de una democracia que funciona. Después del fracaso generalizado de una contención socioecológica de la globalización –a escala nacional y transnacional–, difícilmente podría sorprendernos un movimiento político antagónico desde la derecha (ya existe uno desde la izquierda hace mucho tiempo). Lo mismo se aplica a la reacción ante los cambios culturales fundamentales de las últimas décadas. Sin embargo, estos movimientos políticos no sólo se producen en el contexto de un desbordamiento general causado por la policrisis y un descontento generalizado con la eficacia de la acción estatal, sino también en un momento de “emocionalización” permanente creado por los medios de comunicación, lo que hace que las discusiones objetivas sean considerablemente más difíciles. La repolitización emocionalizada se produce sin contención institucional porque las instituciones tradicionales (partidos, sindicatos, parlamentos, etcétera) han perdido su fuerza vinculante.

Pero eso no ayuda. Una buena política que beneficie a amplios sectores de la población es, a pesar de todas estas dificultades y de los malos datos de las encuestas, el primer requisito para el éxito de las fuerzas progresistas en las elecciones. La coalición debe dejar de obstaculizar su propio camino.

También es importante aceptar la emocionalización del discurso político en el contexto de la “hiperpolítica”. La sospecha de que hay políticos de la AfD que están a sueldo de Rusia para difundir propaganda del gobierno de ese país hace que se hable enfáticamente de traición. El ultranacionalismo (o peor, el etnonacionalismo) de la derecha, apenas oculto por un frente supuestamente unido contra el “globalismo” y el “wokismo”, nos permite recordar con emoción los devastadores conflictos desatados por el nacionalismo en Europa que precedieron al proyecto pacificador de la Unión Europea. Las campañas electorales para las instituciones europeas deben hacerse también a escala europea.

El debate político con AfD, la Unión de Valores y la Alianza Sahra Wagenknecht debe llevarse a cabo con el espíritu de defender las instituciones democráticas. Un “punto de inflexión”, como el que marcó la revelación de una reunión clandestina de miembros de partidos de la extrema derecha para discutir planes de “remigración”, no se puede anticipar, pero sí es posible prepararse para el debate sobre esas fuerzas, pensando alianzas para proteger la democracia, que también deben incluir a la CDU/CSU y otras fuerzas conservadoras, aunque se disienta en cuestiones concretas (entre las cuales también está la política migratoria). Al mismo tiempo, se debe poner límites claros en lo que respecta a la adopción oportunista de una retórica populista.

Por último, también es importante dar el debate sobre la prohibición de AfD sin prejuicios. No basta con esperar que AfD pierda su aura radical por su participación en el gobierno o que las instituciones finalmente logren una transformación civilizatoria de ese partido. Ya está claro cómo se ha deteriorado el tono y la calidad del trabajo parlamentario desde que AfD entró en el Bundestag y en los parlamentos de los estados federados.

Thomas Greven es profesor adjunto de Ciencias Políticas en la Freie Universität Berlin y docente en el Instituto John F Kennedy de Estudios Norteamericanos. Este artículo fue publicado originalmente en Nueva Sociedad.