Centenares de miles de personas se movilizaron en las calles de Tel Aviv y otras ciudades de Israel reclamándole al gobierno del primer ministro, Benjamin Netanyahu, que llegue a un acuerdo con Hamas para el intercambio de rehenes por presos palestinos.

El disparador de estas masivas manifestaciones callejeras, que reunieron, de acuerdo a estimaciones, a alrededor de 500.000 personas en todo el país, fue el rescate, el sábado, de los cadáveres de seis ciudadanos israelíes que fueron secuestrados durante el ataque de Hamas del 7 de octubre del año pasado.

La noticia pegó duro en buena parte de la sociedad israelí, que viene presionando, por ahora sin éxito, al gobierno encabezado por el líder del Likud para que cese en su afán belicista, que desde hace rato parece claro que está atado a su futuro político.

De acuerdo a lo que informaron voceros del Ejército de Israel, los rehenes fueron asesinados con ráfagas de tiros por quienes los estaban custodiando cuando tropas israelíes estaban penetrando la estructura de túneles en la que se encontraban.

La noticia provocó conmoción en Israel, y más aún porque tres de las personas asesinadas figuraban en la lista de rehenes a liberar acordada inicialmente con Hamas mediante las acciones diplomáticas de Estados Unidos, Egipto y Qatar, pacto que luego quedó en la nada porque Netanyahu lo malogró al cambiar las condiciones estipuladas inicialmente.

Durante las manifestaciones, las más grandes desde que empezó la guerra contra Hamas, hubo incidentes entre los movilizados y las fuerzas de seguridad, particularmente en la marcha en Tel Aviv, la ciudad más grande del país, en la que se estima que los concurrentes rondaron las 300.000 personas.

Policías lanzaron granadas cegadoras contra quienes se encontraban cortando la autopista Ayalon, una de las principales de la ciudad, y medios locales informaron de manera preliminar que al menos 20 personas habían sido detenidas.

Se consignó también que Naama Lazimi, una diputada del hoy decrépito Partido Laborista Israelí, resultó herida por una de las granadas lanzadas por los policías, que desataron una represión muy dura entrada la noche.

A pesar de que en una muestra de cinismo descarado la oficina de Netanyahu expresó su “profundo dolor” por el asesinato de los rehenes, el clima social que existe entre la mayor parte de los familiares de los cautivos y de las personas que los apoyan lo manifestó de manera enfática Gil Dickmann, cuya prima, Carmel Gat, fue una de las rehenes encontradas sin vida el sábado.

Refiriéndose a Netanyahu, Dickmann escribió en su cuenta de X: “No tenemos ningún interés en hablar con quien asesinó a Carmel o ser un elemento de apoyo a su circo mediático. No permitiremos que nos utilice como justificación y legitimación para el asesinato del próximo secuestrado. Tiene las manos con la sangre de los secuestrados”.

Paralelamente, y en medio del clima que se vive en el país, la Histadrut, la central sindical más grande de Israel, que no se caracteriza precisamente por su combatividad, convocó a un paro de actividades para este lunes, medida a la que adherirán centenares de miles de trabajadores, por lo que el país estará parcialmente paralizado, incluyendo el principal aeropuerto del país, el Ben Gurión de Tel Aviv, que dejará de funcionar en las primeras horas de la mañana.

Varios frentes

Mientras sigue la guerra de baja intensidad entre el ejército israelí y la milicia chií libanesa Hezbolá, en la zona fronteriza de ambos países, todos los días intensos bombardeos están costando decenas de muertos en la Franja de Gaza, donde los decesos contabilizados superan los 40.800, pero se estima que son sensiblemente más.

Además, desde el miércoles pasado los militares israelíes comenzaron una campaña ofensiva en Cisjordania, el otro territorio bajo control palestino, pero que en los hechos está ocupado por los israelíes.

Este domingo, autoridades de varias ciudades y localidades de Cisjordania informaron que, desde el miércoles, al menos 26 palestinos fueron asesinados.

La mayor parte de las muertes se registraron en la ciudad de Jenin, una de las principales del norte de Cisjordania, donde se encuentra desde hace décadas un campamento de refugiados, un bastión de la resistencia palestina contra la ocupación y, por ello mismo, un blanco habitual de incursiones israelíes.

Fuentes del gobierno de la ciudad informaron que los ataques destruyeron el 70% de las calles y otras infraestructuras de la ciudad, dejando a miles de personas sin acceso a alimentos, agua y electricidad.