La columna de humo se le apareció como esos demonios verticales de cemento que crecen en las urbes sin alma. A las 16.00 del 30 de enero distinguió una voluta blanca y espesa que avanzaba por el horizonte desde Confluencia, en El Bolsón, en la Patagonia argentina. Alexis Seguel, de 31 años, hacía sus tareas habituales de mantenimiento en el campo, a cinco kilómetros de su hogar. Se largó con su camioneta junto a Franco, de 25, su compañero de trabajo, para prepararse en caso de que el incendio causara un corte eléctrico. Cuando llegó, el grupo generador no tenía nafta. Le pidió a su compañera que fuera a comprar combustible. Débora agarró el bidón, algo de dinero y recorrió 60 metros hasta la tranquera. Pero tuvo que recular.
–¡Ale, tenemos el fuego acá nomás, está en la pinada! –avisó con el rostro desencajado.
–Agarrá a tus viejos, a Benja y andate –respondió Alexis.
Ella vio que las llamas estaban a 100 metros y amenazaban la parte trasera de la casa. Entró en pánico. Alexis recorrió otros 60 metros hasta la casa de Usmin y Delia, los padres de Débora.
–¡Muñoz, tenemos que salir! –tironeó a su suegro hacia el auto de Carmela, su cuñada. Usmin, ciego, no podía dimensionar lo que estaba pasando.
–¡Nos tenemos que ir, viene el fuego! –le insistió a Delia. La suegra no quería dejar la casa. Finalmente, todos se subieron al auto y se fueron. Menos Alexis y su compañero de trabajo.
–¡Franco, andá a comprarme combustible hasta el centro, por favor! –le pidió.
Su compañero hizo diez kilómetros cuando el fuego se abalanzó sobre la casa de la familia Seguel.
Alexis, todavía aturdido, comenta a la diaria el impacto que le causó ver el bosque de pinos ardiendo. Cada vez que las llamas ganaban los techos, él corría de su casa a la de sus suegros, subía una escalera y mojaba las tejas con la única herramienta disponible: un balde de 20 litros con agua. Hasta que el cuerpo y la energía lo pusieron a raya, y se quedó defendiendo su casa.
Cortó un árbol de membrillo con una motosierra. En el galpón estaba su perra Sira. Alexis la llamó. Corrió de un lado a otro. Aplacaba algunas llamas y aparecían otras nuevas cuando el galpón comenzó a arder. Escuchó el llanto de la perra adentro. La casa de sus suegros era una bola de fuego. Impotente, pensó en “rajar una puteada” al viento, pero era momento de darle para adelante.
Fue a la casa de su cuñado Daniel. “¡Vámonos, viejo, que nos quemamos vivos!”, le dijo. Las brasas de los pinos chispeaban. El predio ardía. No tenían por dónde salir; el humo y las cenizas les provocaron una sensación de estrangulamiento.
Entonces, se revolcaron en un canal casi seco que corre cerca del terreno. Tomaron agua con barro para tragar saliva e hidratarse. Vieron cómo se quemaba la casa de sus suegros, la de su cuñada, las casas vecinas. “Fue un momento de mierda. No estamos acostumbrados a un incendio que se desplace tan rápido”, dice el joven. En las tres horas que estuvo luchando con las llamas el fuego se extendió seis kilómetros.
Los cuatro días posteriores Alexis tuvo pesadillas. Su suegra se acercó al tercer día para rescatar algo de los escombros. Aquella Delia, de 76 años, que bajaba hasta el pueblo haciendo dedo o les daba de comer a sus gallinas cada mañana sufría un ACV: hoy tiene el lado derecho del cuerpo paralizado, no puede hablar. Entre la congoja, Alexis destaca la solidaridad de la comunidad. “El amor que nos brinda la gente es hermoso. Es lo único que te saca una sonrisa en momentos tan de mierda. Me están ayudando a reconstruir la casa de mi suegra, de mi cuñada. Pero vas a comprar a la despensa, a un kilómetro, y está todo quemado”, completa el trabajador rural. Con su cuñado trabajan para levantar la casa de Delia.
Por la fuerza de los vientos, al menos cuatro veces el fuego cruzó de la zona de montaña a la de interfaz en una semana, pero la acción del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (Splif), del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, de los brigadistas y de la comunidad organizada hicieron que se circunscribiera en la parte alta de la montaña que va hacia Chile, en el cerro Hielo Azul.
El miércoles el gobierno de la provincia de Río Negro anunció el pago de 30 millones de pesos argentinos para asistir a cada una de las 144 familias damnificadas por los incendios. Según las últimas estimaciones del gobierno rionegrino, se perdieron 3.892 hectáreas; 144 viviendas se quemaron totalmente y 61 casas en forma parcial; 64 productores resultaron afectados. En Mallín Ahogado murió Ángel Reyes. “Hicimos todo mal para tener el pecho frío mientras el poder amparaba a estos, que seguramente prendieron ese fuego que le costó la vida”, lo despidió una vecina en las redes sociales.
El abrazo colectivo
Hasta el jueves 20 de febrero, el pueblo de El Bolsón “estuvo al palo”. Así describe Azul Echegaray, referente de la Mesa de Gestión del Centro Integrador Comunitario (CIC) del barrio Primavera, la situación actual respecto de los incendios. El CIC es una organización comunitaria reconvertida en centro de acopio y distribución de insumos para brigadas y voluntarios que subían a la montaña, y donaciones que llegaban para los damnificados. “Hubo mucha participación de brigadas comunitarias, si no hubiera sido un desastre”, agrega.
Echegaray dice a la diaria que, al principio, la situación fue un caos por la cantidad de gente que se acercaba para ver qué podía hacer y que, gracias al recorrido de la organización comunitaria, pudieron ordenar la demanda. De las diez o 15 personas que forman parte de la mesa de gestión del CIC, pasaron a ser 120 personas que estuvieron dando una mano. En el momento más complicado, sacaron casi 1.000 viandas diarias.
Kinesiólogos y un equipo de psicólogos atendieron a brigadistas y afectados por el fuego en la salita del CIC. Sobre el rol que jugó el municipio de El Bolsón, Echegaray señala que “estuvo por su lado, haciendo sus cosas, gestionando con [el gobierno de] la provincia. Estaban con sus anuncios. Nosotros estuvimos codo a codo con vecines. Venían a buscar ropa, alimentos, de todo. Esa es la realidad”.
El referente del CIC describe el temperamento que forjó la comunidad. “Muchos brigadistas bajaban de la montaña conmocionados y necesitaban contención, pero también se vivió un clima de mucha presencia y a la vez de cierta alegría por ver tanta participación, tanta comunidad solidaria”, reconstruye el arquitecto, que llegó a El Bolsón, en 2003, buscando un cambio de vida. “Eso, en contraposición a lo que llega del Estado, habla por sí solo”.
Para el referente social, un espacio que recibe por temporada unos 50.000 turistas en el Área Natural Protegida Río Azul Lago Escondido, “sin planes de prevención y contingencia ante incendios, es el anticipo de una tragedia que se pudo haber evitado”.
Incendios, especulación inmobiliaria y extranjerización de la tierra
Sobre el origen del fuego, analiza: “Los incendios son provocados, intencionales. No dudamos de que hay gente con falta de conciencia, pero también hay una mano que paga para que suceda. Detrás está la especulación inmobiliaria y cuestiones más profundas como la extranjerización de la tierra”. Hay vecinos que no saben si van a volver. Hasta piensan en vender. “Es terriblemente bajoneante estar en un lugar donde se quemó todo. Por eso la urgencia en darles alguna contención”, agrega.
La etapa de reconstrucción promete poner a prueba la templanza de la comunidad, mientras el otoño se acerca. “Nosotros tenemos pocas herramientas. Tenemos muchos corazones, muchas manos, pero no somos el Estado. Estamos promoviendo que las brigadas se reconviertan en cuadrillas de construcción, pero falta todo”, dice. Lo más necesario, remarca el referente social, es que lleguen chapas, cemento, hierros, herramientas, maquinaria.
La estrategia para resguardar a las personas del frío y las heladas consiste en levantar viviendas de transición, aprovechando como insumo las maderas de la zona, y armar paneles con aserraderos móviles. Serán viviendas de seis metros por tres, con techos de chapa. Una máquina proyectadora de celulosa daría buena termicidad a las casas.
“Hay que ver si pueden aprovecharse algunas plateas. Por la acción del fuego, a veces los hierros pierden resistencia. Hay que verificar, y debe ser rápido, casi ya”, advierte Echegaray. Para esa reconstrucción, brigadistas y voluntarios limpian los terrenos. “El pueblo está bastante movilizado, sobre todo la parte más afectada, que es el paraje de Mallín Ahogado”, completa el referente del CIC.
¡Empezá a regar!
Trescientos vecinos se mantienen comunicados en Mallín Ahogado, epicentro de los últimos incendios. El teléfono de la guía de alta montaña Eliana Caamaño sonó el 30 de enero a las 16.20. María, su suegra, le avisaba que el fuego había comenzado en la zona de interfaz, cerca de Confluencia.
–¡Empezá a regar! –indicó la voluntaria de la Comisión de Auxilio Forestal, grupo surgido en 2020 de la Comisión de Auxilio de Montaña, a partir de incendios importantes registrados en la Patagonia.
Inmediatamente, Fermín Avila, compañero de Eliana, empezó a preparar el sistema de ataque rápido: un tanque de 1.000 litros de agua que tira chorros con una presión que alcanza 20 metros y al que se le adjunta una motobomba para realizar el primer combate al fuego. Su valor es de 1.500 dólares, aproximadamente.
Más cerca del primero de los cuatro focos que ardían esperaba Mariana, una amiga de Eliana que vive con sus dos hijos chicos en un camping, al que sólo se accede con camionetas 4x4. Cuando Fermín llegó para auxiliar a Mariana y a María, la Policía y los bomberos no dejaban pasar a nadie. Las llamas habían pasado la casa de su mamá. Volvió rápido a su casa para hacer el primer ataque.
–¡Se prende fuego todo! –gritó Fermín desde la entrada al terreno.
Eliana había acopiado alimentos, ropa y cosas necesarias en su auto por si tocaba salir de urgencia. “Cuando empiezan los fuegos intencionales, nunca se sabe dónde van a hacer otro foco”, dice. Ayudó a Fermín a desplegar las mangas para el primer ataque al fuego y se subió con los niños al auto, que se perdió entre el humo. Fermín se quedó defendiendo la casa.
Llegó al pueblo y montó la radio. No supo nada de él hasta la noche. Al otro día, dejó a sus dos hijos al cuidado de familias amigas; salió temprano para su casa. Regaron con mochilas de agua los lugares donde el suelo estaba caliente y el viento podía avivar el fuego. De la media hectárea de terreno, Fermín alcanzó a salvar la mitad: la casa, el galpón, la huerta. Perdieron un circuito de tirolesas, emprendimiento familiar, y un bosque alambrado.
Un soplete avivado por el viento
La brigadista explica el efecto que provocan en los incendios los pinos –plantados en los años 70 y 80 del siglo pasado para impulsar la industria maderera–: “Al no estar controlados, hacen que el fuego, cuando agarra un pinar, cobre fuerza; una llama que está súper alta, con el viento, se aplana y puede llegar a kilómetros de distancia, avanzando muy rápido. Funciona como un soplete avivado por el viento”.
El día que comenzaron los incendios en El Bolsón el pronóstico indicaba que sería de mucho viento. “Todos lo sabíamos y acá trabajamos en prevención. Ya había un aviso de que no se podía hacer fuego al aire libre”, recuerda la guía de montaña. Esos avisos sobre el viento surgen del Splif de Río Negro. La tarea de Eliana es articular esas comunicaciones con los prestadores de turismo.
Eliana sostiene que los incendios no provocaron una catástrofe gracias a los vecinos, a las brigadas voluntarias. Y agradece a quienes enviaron sus donaciones desde otras provincias y otros países, porque el “Estado tiene sus tiempos para bajar la ayuda a los damnificados. El sostén acá es colectivo y es del pueblo”, afirma.
Chivos expiatorios
En un video publicado en su cuenta de X el 10 de febrero, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, adelantaba que el gobierno de Javier Milei enviaría un proyecto de ley para reformar el Código Penal, con la intención de tratarlo de forma urgente, en sesiones legislativas extraordinarias: “El que prende fuego se va a pudrir en la cárcel. Se terminó el jueguito de los incendios intencionales sin castigo. Vamos a endurecer las penas y eliminar la excarcelación para estos criminales”. Con un birrete de Gendarmería Nacional, la ministra afirmaba que se incorporaría en el proyecto “una agravante por intimidación al gobierno, para que los grupos terroristas pseudomapuches que usan el fuego como amenaza paguen con años de prisión”.
Para la guía de alta montaña, “cuando se buscan responsables, siempre surgen chivos expiatorios: los mapuches y la gente que está ayudando. Pero es mucho más grande. Hay una intencionalidad de generar miedo al que ayuda, por lo menos en este gobierno nacional. ¿Sos voluntario? Te voy a hacer sufrir un rato para que no quieras ayudar nunca más”.
Camila Barrera, de 32 años, es una de las seis personas detenidas en Chubut, acusada –en una investigación judicial inconsistente– de haber originado los focos que mantuvieron en vilo al corazón de la Comarca Andina. Es ceramista y música, pero se especializó en procesos de bioconstrucción en El Hoyo, Chubut, donde se instaló hace cuatro años. Con sus vecinos, además, armaron un proyecto de huerta comunitaria para consumo personal.
El primer fin de semana de febrero, Camila y cinco amigos recorrieron los 40 kilómetros que separan El Hoyo de Mallín Ahogado para arrimar agua y verduras de la huerta chubutense a las viandas que se armaban para las personas que combatían el fuego y las familias damnificadas. Y se quedaron en el territorio para ayudar.
El domingo 2 de febrero se acercaron por la tarde a una chacra ubicada en el Camino de Costa del Río Azul, Mallín Ahogado, donde trabajaban el Splif y brigadistas autoconvocados. Fueron a ofrecer agua y viandas a una familia. Una mujer del lugar les pidió sus documentos de identidad. La consulta los sorprendió, pero accedieron. La señora dijo que le habían pedido que anotara los datos de quienes pasaban por allí. “Hasta que llegás a tu casa, por ahí te pasa algo, es por cuidado”, argumentó la mujer.
Una foto de Camila con sus amigos en la chacra circuló el 3 de febrero en grupos de la Comarca, junto a un audio: “Estos chicos dicen que van a ayudar, pero están prendiendo fuego en la chacra de mi tío”. La ceramista no sabe quién ni por qué tomó la foto. Ella y sus vecinos armaron un flyer para desmentir esa versión. Tomás Anarella, Fabián Pasos y Nicolás Heredia fueron detenidos el miércoles 5 de febrero en Mallín Ahogado. Anarella y Pasos recobraron la libertad a las 24 horas.
“Estaban buscando culpables y detuvieron a personas que encontraron, arbitrariamente, como a nosotros”, señala Camila. Ese miércoles, Francisco Aníbal Arrien, a cargo de la Fiscalía Descentralizada Número 1 de El Bolsón, comunicó que el juez de Garantías Penal, Ricardo Calcagno, había autorizado las detenciones de Camila y sus cinco amigos, más “el secuestro de celulares, una motosierra, equipos informáticos y todo otro elemento que pudiera la producción [sic] de incendios forestales”.
Camila estaba en una biblioteca popular cuando supo por vecinos que la Policía de Chubut estaba en la chacra contigua a su casa. Carolina Robledo y Romina Vergese fueron detenidas el jueves 6, trasladadas a El Bolsón y luego a Bariloche, en la madrugada del 7. Camila y Federico Pousada se pusieron a disposición del Ministerio Público. Lo mismo hicieron Catalina Jeger y María Belén Pérez Chada. “La persona que nos denuncia por comportamientos sospechosos es policía y familiar de la mujer que nos pidió los documentos –afirma la ceramista–. Sólo fuimos a entregar agua”.
El sábado 8 de febrero, el juez Calcagno, tras una audiencia con los jóvenes, decidió liberarlos por falta de pruebas. “Podrían haber investigado y no formular cargos, y después vemos”, criticó el magistrado a la fiscalía de Arrien. Aunque los seis fueron excarcelados, la investigación sigue abierta. A Nicolás Heredia, que se encontraba de vacaciones en El Bolsón, la Fiscalía lo acusó de “incendio en grado de tentativa”: un testigo señaló que el albañil neuquino llevaba una botella donde, presumiblemente, había un líquido inflamable.
Según un informe de la División Rastros de la Policía Federal Argentina (PFA), al que accedió la diaria, el análisis que el Laboratorio de Ensayos Fisicoquímicos de la Superintendencia Federal de Bomberos de la PFA realizó a una botella plástica con “líquido de coloración azul” dio negativo para la identificación del albañil, luego de ser sometida a “luces de auxilio forense y reactivos cromáticos de contraste” en busca de huellas dactilares. Tampoco se hallaron restos de líquidos inflamables en la mochila de montaña de Nicolás.
Fue liberado, pero deberá presentarse cada 15 días en una comisaría cercana a su casa en Senillosa, Neuquén. Estuvo preso 23 días, fue alojado en el Establecimiento de Ejecución Penal 3 de San Carlos de Bariloche por una medida cautelar pedida por el fiscal Arrien.
Fabián Pazos, encargado del camping donde se alojaba Nicolás, asegura: “Es un héroe marginado, salvó muchas vidas”. Y comenta que el joven neuquino, que llegó de mochilero a El Bolsón e interrumpió sus vacaciones para sumarse como voluntario durante los incendios, llevaba sánguches en su mochila para los brigadistas cuando lo detuvieron.