Por estos días está en Uruguay Alain Garay, diplomado en ciencias políticas y abogado de la Corte de París. En el marco de su visita dio una conferencia en la sede de Maldonado de la Universidad Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh), en la que se centró en la “brutalización” del mundo contemporáneo. Como abogado, Garay tiene vasta experiencia y ha litigado varios casos frente a la Corte Europea de Derechos Humanos y al Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Muchas corrientes de pensamiento vienen hablando en los últimos tiempos y desde diferentes ángulos del impacto que está teniendo el aumento de las agresiones en general en la sociedad y, en particular, en el espacio político. En este contexto, ¿cómo llegás al concepto de “brutalización”?

Ese concepto fue desarrollado por un historiador alemán nacionalizado estadounidense, George Mosse [1918-1999], que explica que después del primer conflicto mundial en Europa, la sociedad comenzó a ponerse más violenta de manera sistemática. Y hoy, con la herramienta de internet, estas expresiones de violencia, de agresividad, están aumentando en todo el mundo. Creo que en este momento es oportuno poner esta descripción de brutalización en este contexto de encrucijada; es un punto de encuentro entre la hiperglobalización, pero a la vez de fragmentación. Estamos en el punto de encuentro de estas dinámicas, estas lógicas geopolíticas. Pensemos que desde hace varios años estamos en un mundo globalizado por las redes, por los transportes, por el comercio internacional, pero a la misma vez las sociedades están muy fragmentadas.

Entonces, la brutalización llega a ser un punto de encuentro de estas tensiones que se manifiestan en esa paradoja. Hiperglobalización, por sus criterios, y a la vez fragmentación total, lo que provoca un caos, evidentemente, hoy en día, puesto que esta brutalización es en realidad un fenómeno de descivilización que se está produciendo a nivel mundial.

En este contexto también se produce un retiro de los estados. Por ejemplo, cuando mayormente el contexto democrático se basa en el estado de derecho, eso está perdiendo motivación porque la brutalización provoca el retiro del Estado, y ahora estructuras no estatales están dominando el mundo a nivel político y comercial.

Vivimos en un mundo empresa, y algunos líderes mundiales consideran que el manejo de sus países debe hacerse de la misma manera [que se maneja una empresa]. Hasta ahora los estados han tratado de regular lo que se les quiere imponer desde afuera. Nosotros, los juristas, hemos basado nuestras garantías, y así lo explicamos, dentro del estado de derecho, en normas reguladoras, pero eso hoy está en quiebra total, con declaraciones constantes, manipuladoras y disruptivas de algunos líderes mundiales.

Porque, de hecho, lo que está sucediendo es que hay poderes que están por encima de los estados. Este fenómeno lo describe muy bien una politóloga francesa llamada Josepha Laroche, experta en relaciones internacionales, que explica cómo el retiro del Estado y el descontrol llevaron a que queden en manos de cúpulas privadas temas muy complejos, por ejemplo, algunas situaciones conflictivas y militarizadas.

Hablás de que hay una erosión del monopolio de la violencia por parte del Estado y un auge precisamente de este tipo de empresas como el Grupo Wagner, el papel que jugó Blackwater en Irak o las milicias de los colonos más extremistas en Israel ¿Qué podés decir sobre esto?

En primer lugar, hay que ser conscientes de la realidad y de las realidades que estamos contemplando. Tener conciencia de estas realidades y después saber cómo no contrarrestar, pero sí regular, llegar a tener medidas de control, porque lo que sí peligra es el descontrol de los estados en esto. Hasta ahora los ciudadanos hemos abogado por un control estatal mínimo en contra del uso de la violencia por parte de la Policía, es decir, un Estado que puede también garantizar el orden público, pero estas nuevas lógicas son tan disruptivas que pueden llegar a crear un Estado descontrolado, sin garantías. Esto me parece bastante significativo del caos peligroso en el que estamos entrando si primero no tenemos conciencia de lo que está pasando y de cómo manejar para regular lo que nos están imponiendo.

También habías hablado antes de las redes sociales. ¿Cuál es el impacto de la magnificación de estos fenómenos en las redes, de estos discursos de brutalización?

Las empresas y el mundo digital, las empresas que controlan el mundo digital se están excediendo y están recurriendo a métodos que se nos están escapando totalmente, no únicamente por sus prácticas empresariales, sino también por la manera en que ellos fomentan y propagan discursos agresivos, y aquí también hay un fenómeno de descontrol total. Estados Unidos no sabe cómo buscarle la vuelta, la Unión Europea tampoco. Pero esto pasa sobre todo porque hay un problema mayor. Si entramos en regulaciones o controles de esas herramientas, ¿hasta dónde estas medidas van a limitar nuestras libertades? Es un gran tema que actualmente está planteado.

Por ejemplo, si estamos hablando de métodos de regulación de la información o de lo que publica cada uno de nosotros, ¿hasta qué punto la empresa privada que va a estar regulando o monitoreando estos datos no va a imponer censura? Ese es el gran tema que tenemos.

Los juristas sabemos manejar los puntos de equilibrio, y hay que buscar estos puntos de equilibrio. Por ejemplo, represión y libertad, seguridad y libertad. Ahí entra el papel de los juristas, de los tribunales, aunque esto parezca inverosímil. Yo abogo por la importancia de un Estado regulador y de un control mediante la Justicia por parte de cortes internacionales –¿por qué no?–, pero sin dejar que las empresas privadas regulen este mundo descontrolado.

Está también el tema de los discursos de odio en línea. ¿Hasta dónde vamos a poder controlarlos? Es un gran problema porque hoy en día se está recurriendo muchísimo al ciberacoso para terminar con la reputación de una persona o para derrumbar una empresa, una institución, un grupo de personas, un colectivo. O incluso se recurre al uso inapropiado de la inteligencia artificial [IA], con la que puedes elaborar cualquier tipo de discurso o de imágenes muy verosímiles, y eso también entra y permea y va quedando.

¿Cuáles podrían ser las estrategias para revertir estos procesos de brutalización? Está claro que lo primero, como dijiste, es identificarlo. Por ahí se empieza. ¿Qué alternativas ves? Hablaste del control público, un control a ese tipo de manifestaciones. ¿Qué más se puede hacer?

Primero, yo creo que el papel de las sociedades es determinante, el papel de las entidades no gubernamentales... y cuando digo “la sociedad” me refiero también a los pensadores que nos tienen que aclarar este asunto; son pocos los que se manifiestan para explicar lo que está pasando. Pero además creo que algo que tiene mucha importancia –yo creo que es clave– es la educación, el mundo de la educación. Poder formar a los más jóvenes sobre los desafíos que se les están presentando, porque justamente el principal foco de las grandes empresas que digitalizan nuestro mundo es la juventud.

Ellas saben que por ahí está el porvenir de sus beneficios. Entonces, yo creo que es importantísimo que tengamos políticas públicas estatales que fomenten una educación de calidad basada en lo que estamos diciendo, para identificar y explicar a los más jóvenes cuáles son los desafíos del presente y del futuro.

De lo contrario, vivimos en una posverdad impuesta por empresas privadas con sus algoritmos, una posverdad, una posmodernidad. Hay que volver a la base, que es la educación básica, primaria, secundaria, de los jóvenes. Me parece determinante en muchos otros aspectos.

Otro concepto al que te referís, que tiene que ver con esto, con las empresas, el mundo digital y la geopolítica, es la hipnocracia. ¿De qué se trata esa idea?

Es un término que usa un filósofo italiano que acaba de escribir un libro empleando plataformas de IA, que se llama así, Hipnocracia (ver recuadro). El autor es un supuesto autor de Hong Kong, pero en realidad fue escrito por este escritor italiano, que hizo el libro y también inventó la identidad del supuesto filósofo hongkonés para describir la hipnocracia. En el texto desarrolla la idea del sueño en el que algunos quieren que estemos. El adormecimiento social, directamente. Leí el libro y me quedé asombrado. Me pregunté: ¿hasta dónde este hombre ha estado pensando que la IA iba a poder escribir un libro sobre este tema? ¡Qué paradoja! Y lo consiguió.

Pero es muy interesante el proceso que utilizó, porque justamente empleó la IA para decir hasta dónde esta herramienta puede ir o no ir, a la vez explicando lo que está pasando con las sociedades humanas en la actualidad. Ese sueño global, en el sentido de dormirse pero también de esa visión, de soñar con algo, es algo que fomenta la hipnocracia, porque no queremos ver los problemas. Es lo que explica muy bien el libro.

Estos son conceptos nuevos. Brutalización, por ejemplo, es una palabra que si bien existe desde hace tiempo, creo que no se usa en el Río de la Plata. En Francia, poquísimo. Mi idea es decir que tiene pertinencia este concepto en este momento. Si no, mira lo que está sucediendo en Medio Oriente o en Ucrania.

Claro, porque además estos procesos actuales representan un retroceso: después de la Segunda Guerra Mundial se había llegado a un consenso en cuanto a que lo que pasó en esos años no se podía volver a repetir, y desde hace unos años, en otro contexto y con elementos diferentes, el mundo está yendo hacia un lugar desconocido.

Hay que abrir los ojos muy rápidamente frente a estas dinámicas, porque nos afectan concretamente día a día. Y yo creo que esto fomenta un mundo iliberal, con más restricciones, de pérdida del sentido común, con sus garantías básicas de respeto a la vida humana, a las diferencias culturales, sociales, antropológicas.

Eso arrastra la visión que teníamos de un mundo mejor, pacificado. Pero los quiebres de la actualidad nos hacen ver que eso no es así; parece que el mundo se está rompiendo, pero algunas empresas no se rompen, y no sólo eso, sino que sus ingresos aumentan terriblemente. Entonces, hay que abrir los ojos y decir “no”. Yo creo que hay que decir “no” para, justamente, entrar en un debate político sobre estas realidades, lo cual además es muy difícil porque enfrente de nosotros no sabemos realmente quiénes están. Es un teatro de sombras. No sabemos muy bien quién maneja este tipo de situación. Parece que hasta hay un descontrol total entre las manos de los políticos.

A nivel nacional, los políticos no lo ven o no lo quieren ver, no lo manejan. Esas dinámicas no están muy contempladas. Es a nivel de los pensadores que actualmente se está diciendo “cuidado con lo que está pasando” y “ningún país en el mundo está exento”.

Nadie está por fuera del mundo, porque el hombre lo ha invadido y el mundo es una empresa, hoy en día, más que nunca. Yo veo, por ejemplo, cómo se manejan a nivel mundial aspectos como las negociaciones desde Washington sobre Ucrania, el conflicto de Medio Oriente o la situación de Irán. Estados Unidos nombró a un empresario, [Steve] Witkoff, para que sea su representante. De este modo queda atrás la diplomacia tradicional, el cuadro diplomático que permite regular los intercambios, las negociaciones, los conflictos. Eso está desapareciendo. Hay que tener muchísimo cuidado con eso, porque ¿qué va a pasar si no nos damos cuenta y no reaccionamos?

De todas maneras, creo que también hay un espacio para tratar de no ser tan pesimistas. Salimos de conflictos gravísimos, militares, ideológicos. Entonces, hay que pensar en cómo vivir hoy en día. En realidad, cómo poder aguantar todo esto implica tener por seguro que, si hasta ahora la gran división era entre el Estado y el mercado, hoy el gran desafío es entre los estados y la tecnología. Y hasta qué punto los estados, la potencia pública, puede o no interponerse entre las sociedades humanas y las grandes empresas tecnológicas. ¿De qué manera? Me parece importantísimo que pensemos que tenemos que caminar con esta situación, porque si no caminamos, retrocedemos. Caminar es indispensable, y tener una postura digna y con valores para decir en ciertos momentos: “Basta. No estamos de acuerdo con lo que ustedes están haciendo y lo vamos a manifestar de manera pacífica, pero de manera fuerte y potente, porque no podemos estar detrás de lo que está pasando”.

Hay que explicarlo, sobre todo, insisto, en las escuelas, de manera sistemática, no en una sesión de tres horas cada seis meses, sino como algo que esté en el programa educativo. Una materia más, en la que se explique a dónde nos llevan estas dinámicas, estos procesos. Porque ya se desconocen los procesos habituales, entonces los que están llegando son aún peores. Por eso hay que seguir asumiendo esas transmisiones para los niños. Y yo cito aquí el poeta español Antonio Machado: “No hay camino, se hace camino al andar”. Porque es así. Y para andar tenemos que tener la cabeza bien puesta y los pies en la tierra, pensar y tomar la mano de los demás para hacer sociedad y no pensar y esperarlo todo de los estados.

Tenemos que vivir juntos y, sobre todo, abarcar estos temas en la esfera pública, en la esfera mediática, como ustedes lo están haciendo, explicando lo que ustedes entienden de la situación. Yo creo que la prensa tiene un papel muy importante actualmente. En Francia se está pensando mucho, pero no se usa la herramienta del referéndum, que es un dispositivo jurídico constitucional. Los suizos lo experimentan mucho y les funciona bastante bien.

Sobre asuntos muy particulares, la población puede votar, cantón por cantón. Eso sería una manera muy buena de consultar a la población y de que haya una democracia más participativa y directa. Hay que pensar globalmente, pero actuar en tu territorio. Eso es lo que decía el pensador francés Jacques Ellul para resumir su pensamiento; un jurista, teólogo protestante, sociólogo, filósofo. Me parece muy interesante esa síntesis de nuestra modernidad. Es decir, tener ideas, visiones, pero sobre todo saber cómo hacer para actuar concretamente en tu lugar.

Hipnocracia

El libro Hipnocracia. Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad (Rosamerón, 2025) fue presentado hace pocos meses como una obra sobre la realidad actual escrita por el analista cultural y filósofo hongkonés Jianwei Xun.

El autor de la obra era presentado como una de las personalidades más brillantes de la filosofía contemporánea, y su ensayo, calificado como “el del momento” en algunos círculos de la intelectualidad occidental, fue motivo de mesas redondas y paneles en muchas partes de Europa.

Pero la verdad no se supo hasta que una brillante investigación realizada por la periodista italiana Sabina Minardi, redactora jefa de la revista semanal romana L’Espresso, dejara al descubierto que el presunto filósofo hongkonés no existía realmente, sino que tanto él como el texto entero fueron obra del autor y filósofo italiano Andrea Colamedici, quien en la edición original del libro aparecía simplemente como traductor.

Para hacerlo, el verdadero autor del libro contó que apeló a dos programas de IA, a los que alimentó con datos que produjeron el resultado final de la obra atribuida al inexistente hongkonés.

Al buscarlo para intentar hacerle una entrevista y no poder concretarla por las respuestas esquivas que el presunto autor asiático daba por mail, la periodista comenzó a sospechar y, tras algunas semanas de investigación, llegó a Colamedici.

Según detalló Minardi en su publicación, cuando finalmente llamó al filósofo italiano, recibió la respuesta que estaba buscando: “Jianwei Xun no existe. Hipnocracia nació como un experimento sobre la construcción de la realidad en la era digital. En el corazón del proyecto se encuentra un libro que analiza los mecanismos de manipulación perceptiva contemporánea, escrito por un autor inexistente. O, al menos, inventado”.

“Nunca quise construir una falsificación ni armar un engaño para demostrar que los periódicos no son capaces de controlar la información. Me interesaba una performance narrativa con la que construir la misma realidad que el libro analizaba teóricamente: crear un ecosistema narrativo que permitiera a la gente poner a prueba de inmediato los conceptos que leía”, agregó Colamedici, a la vez comentando su obra y defendiéndose de muchas de las feroces críticas que recibió.