Estamos bajo la égida del Dios Momo o del Rey Momo, al gusto de cada uno. Su nombre en la mitología griega es sinónimo de burla, mímica grotesca, pero también de agudeza. Cuando uno observa lo que está ocurriendo en los mercados financieros internacionales, no puede menos que preguntarse si el espíritu carnavalero ha contagiado a autoridades y agentes a la hora de dar sus mensajes y tomar sus decisiones. Esa agudeza es necesaria porque en el corso en el que el mundo está inmerso, debemos tener un diagnóstico preciso y entender sus efectos sobre el manejo económico en Uruguay.
Las expectativas del dólar en clave de murga
El dólar a nivel global ha estado en declive, en un proceso de sube y baja, pero sus expectativas tienden a la estabilidad o a la caída. Para entender la debilidad y la incertidumbre con respecto a la moneda estadounidense, los mensajes que envían las autoridades son un factor explicativo relevante. El coro que lideran Trump y su secretario de Estado, Rex Tillerson, está lejos de estar afiatado. Un día declaran que ven con beneplácito un dólar débil para hacer más competitivo su comercio y al día siguiente dan marcha atrás y, obligados por las reacciones internacionales, plantean que prefieren que el dólar se fortalezca. Es muy difícil consolidar expectativas sólidas para tomar decisiones en ese contexto. Esa incertidumbre lleva a que los inversores se refugien (paradójicamente) en el dólar. De a ratos, el dólar sube por malas razones. Esta confusión afecta los flujos de capitales, los mercados financieros y las bolsas de valores.
Este factor condiciona las decisiones de los inversores. Cuando se espera un dólar débil, hay ingreso de capitales a nuestros países, buscando rentabilidad. Asimismo, los inversores institucionales (AFAP, bancos, aseguradoras, etcétera) desdolarizan sus portafolios. Ambos procesos impulsan a la baja el tipo de cambio, agregando presión a la ya generada por el ingreso de divisas derivado de las exportaciones y sobre todo de la fenomenal temporada turística.
En este marco, aparecen sectores que manifiestan demandas por caídas de competitividad y baja rentabilidad. Unos con más razón, otros con menos. Bienvenidos los reclamos y las críticas. Enojos y desencantos se mezclan con defensa y reivindicación de lo hecho. Es el carnaval multicolor de una sociedad democrática. De hecho, una de las más democráticas del mundo. En el núcleo de las protestas, está el dólar bajo y el costo del Estado.
Pero con respecto a la divisa estadounidense, no todos demandan lo mismo. Algunos reclaman un dólar más alto para exportar en mejores condiciones, pero otros no quieren que el dólar suba porque le venden al mercado interno y deben comprar insumos importados.
La preocupación del atraso cambiario ha llevado al Banco Central del Uruguay (BCU) a adquirir unos 4.000 millones de dólares entre 2017 y lo que va de 2018, una cifra históricamente enorme. Nadie ha hecho más esfuerzos por sostener un dólar competitivo que el BCU. El ingreso de dólares no se debe a que se paguen altas tasas por sus títulos, sino a las expectativas de caída del dólar en el mundo. Esto ya lo vivimos de 2008 hasta 2013 y luego desde fines de 2016. Entre 2013 y 2016, las expectativas eran al fortalecimiento de la divisa estadounidense y eso llevó no sólo a que los capitales no vinieran, sino incluso a que se fueran nuevamente hacia el mundo desarrollado. ¡Eso pasó cuando las tasas de interés que pagaba el BCU estaban muchísimo más altas! Igual razonamiento se puede hacer con relación a la desdolarización de los portafolios domésticos. La presión a la baja del tipo de cambio no es hija de la política del BCU, sino de las expectativas sobre el dólar en los mercados internacionales, que obligan al BCU a reaccionar comprando dólares de manera masiva y colocando títulos para evitar impulsos inflacionarios. Y, como ya dijimos, esas expectativas están un poco a la deriva por las inconsistentes declaraciones de los jerarcas estadounidenses.
La parodia de los mercados financieros
La economía desarrollada aún no muestra una robustez significativa. Sus expectativas de crecimiento mejoran levemente, pero sin saltos sorpresivos. No obstante, alertábamos en el último tiempo que los mercados financieros mostraban una exuberancia que debía llamar a la preocupación. La pregunta obligada era si ese escenario no presagiaba una tormenta.
Todos sabemos que cuando hay aumentos drásticos en las bolsas de valores, inundación de liquidez en los mercados, búsqueda desesperada de rendimientos y furor en las transacciones, las cosas no terminan bien. Todavía no salimos del impacto de la crisis financiera global de 2008 y de los problemas en Europa de 2011 y 2012. Incluso ocurrió con la Bolsa de Shanghái recientemente: se conformó una burbuja que en pocos meses se pinchó, afectando las primas de riesgo de todos nuestros países. Algunos analistas planteaban que la valorización de las acciones de las empresas estaba anticipando la reducción de impuestos de las corporaciones en Estados Unidos. Sin embargo, sólo ese factor no parece suficiente como para explicar la euforia. En general, todos pagamos los costos de las juergas especulativas en el mundo desarrollado.
El riesgo de un ajuste drástico de los precios de las acciones y los activos financieros está latente. Y en estos días ya hemos tenido una muestra. Las bolsas han caído significativamente en la última semana, dando rienda suelta a la especulación y la toma de ganancias y agregando combustible a la volatilidad y a la incertidumbre reinantes. Este sentimiento en los mercados afecta los flujos de capitales: los ingresos se redujeron de forma muy importante y por lo tanto ese no fue un factor de presión sobre el tipo de cambio en lo que va de este año.
Ese ir y venir de los capitales hacia países emergentes genera desafíos permanentes para el manejo macroeconómico y financiero. En el caso de Uruguay, navegamos en estas aguas turbulentas con razonable serenidad, dado que se conformó una plataforma basada en una política económica con objetivos equilibrados, consistente y que incorporó el enfoque de la administración de los riesgos, pilar imprescindible en el mundo de hoy.
La comparsa de las criptomonedas
No hace mucho tiempo, y con la fuerza con la que arranca una cuerda de tambores, hicieron su aparición las monedas virtuales o criptomonedas. Si bien las más conocidas son Bitcoin y Ethereum, ya hoy circulan en internet más de 1.500 variedades. Por lógica, este proceso las desvaloriza y en realidad muchas de ellas no tienen valor alguno.
La intención en el origen de esas monedas era justamente evitar que fuera necesaria una institución (principalmente gubernamental) que las validara para la aceptación pública. Tenía un espíritu “libertario”. Pero quizás esa misma característica es la que debilita el ecosistema de las criptomonedas. No debe perderse de vista el carácter de “institución” que tiene el dinero, que requiere un componente de validación institucional para que sea recibido por la sociedad y el Estado. Esta debilidad de su forma de gobierno les resta confianza.
En su aparición, se discutían las capacidades de estas monedas para operar como medio de pago, unidad de medida y reserva de valor. En poco tiempo va quedando claro que no las tienen, sobre todo por su enorme volatilidad e inestabilidad y su base especulativa, que dificulta entender los fundamentos de su evolución. Imposible operar con una unidad de medida que muestre tan enormes oscilaciones. Además, los mecanismos de validación no son inmediatos y son costosos (por ejemplo, en materia energética), lo que les quita posibilidades para operar en transacciones cotidianas de baja cuantía.
Quizás estos instrumentos tengan más carácter de activo para invertir, aunque también hay tres elementos a considerar: son típicos candidatos a juegos especulativos groseros; son utilizados como herramienta con fines delictivos; y generan la duda de que constituyan un esquema Ponzi y que, en la hora final, no aparezcan los dineros invertidos.
El carnaval criptológico de los últimos días agrega desorden, volatilidad e incertidumbre en los mercados financieros. Y eso ha disparado la preocupación de los organismos de regulación a nivel internacional. El temor consiste en que las criptomonedas se interconecten de manera creciente con los sistemas financieros principales y se conviertan en una amenaza para la estabilidad financiera. El llamado a la intervención de las políticas públicas para asegurar la estabilidad de las monedas de los países y la estabilidad financiera va a ser creciente.
Diferente debe ser el enfoque con relación a la tecnología que se originó como soporte de las criptomonedas: el Blockchain. En la medida en que esta innovación permite ejecutar contratos inteligentes de manera más eficiente, puede ser utilizada en múltiples procesos, sobre todo en aquellos que involucran un caudal importante de información y que despliegan transacciones sistemáticas: trámites en el Estado o flujos de información regulatoria. Allí vale la pena evaluar su potencial.
Por último, habría que resaltar la distinción entre una criptomoneda que se valida mediante mecanismos descentralizados en internet y una moneda digital emitida por un Banco Central. En este último caso (como en el plan piloto que el BCU ha lanzado con el e-peso), la idea es simplemente tener un soporte electrónico de los billetes a efectos de ir sustituyendo el billete físico, pero asegurando que repliquen las funcionalidades del papel moneda. Se busca reducir costos del manejo del efectivo por medio de un nuevo formato, pero refiere a la misma moneda preexistente que emite el Banco Central.