A la condesa I.B.V. que me enseñó a ver lo evidente.
En el inicio de la dictadura argentina, Vivian Trías elevó un amplio informe a sus superiores de la inteligencia checoslovaca, presentando un panorama esperanzador sobre las opciones del régimen, y acerca del liderazgo de Jorge Rafael Videla. El optimismo hizo ver a este socialista uruguayo la posibilidad de que la dictadura tuviera opciones peruanistas creíbles, en tanto que la represión, las desapariciones y las torturas no existían como variables a analizar, ofreciendo una imagen amable de una de las peores tiranías de la historia argentina.
La interpretación del nacionalismo popular elaborada por la izquierda nacional estaba fundamentalmente equivocada. Haber supuesto que desde opciones de derecha, basadas en la nación católica o en el fascismo, podía surgir un proceso de cambio por izquierda fue un grave error. No menor fue la miopía con que se explicó a los movimientos populistas, y, peor aun, a la cadena de golpes de Estado reaccionarios que nos abrumaron en la década de 1970. La izquierda nacional creyó ver “peruanismo y progresismo” en los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas uruguayas. Si esto fue un extravío, no menor fue el despiste de Vivian Trías ante el golpe de Estado argentino, encabezado por Jorge Rafael Videla. El documento a analizar permite ver, 40 años después, los límites de una teoría, de una manera de interpretar la coyuntura, que se agotó ante sus propios errores. Representa a una izquierda que pagó muy caro sus simplismos, sus abstracciones, sus irrealidades y el haber optado por caminos no democráticos que costaron muchas vidas.
En los informes a sus superiores checoslovacos, Vivian Trías delata el agotamiento del socialismo nacional como herramienta para entender la realidad y el profundo desinterés por la democracia. Alienado como intérprete y analista, Trías quiso ver en la dictadura de Videla lo que ansiaba su ideología y no lo que la realidad mostraba de manera descarnada.
El golpe y la dictadura
En su informe a la inteligencia checoslovaca, Trías definió el proceso argentino con un tinte favorable: “El golpe militar del 24 de marzo se asemeja a una pausa en un país tremendamente convulsionado. Una pausa ordenadora para rever problemas, soluciones y perspectivas. Esto es válido para todos los sectores y es positivo dada la ausencia de otras alternativas mejores”. La “pausa ordenadora”, que desde el inicio generó la masacre no vista por este “socialista nacional”, deja ver las esperanzas que Trías tenía sobre Videla y el “proceso”, en un tono similar –“positivo”– al que tenía el comunismo argentino y soviético. El Partido Comunista de la Argentina dio su “apoyo crítico” y consideraba a Videla una “paloma” –“moderado” decía Trías– y su perfil era esperanzador.
La “orientación ideológica” de este general nacionalista católico ultramontano, “no es, por ahora, ni peruana, ni brasileña y se irá elaborando, pragmáticamente, tal como ocurrió tanto en Perú como en Brasil”. Sin embargo, a pesar de las dudas, el discurso del dictador, deja “entrever un nacionalismo económico, no muy alejado del núcleo de la doctrina peronista”. Así, por tanto, para Trías, los hombres del equipo económico abrían una ilusión. “En rigor el elenco asesor de los militares puede ubicarse en el desarrollismo, con tendencia nacionalista en la mayoría”. Martínez de Hoz “es presidente de ACINDAR, empresa metalúrgica nacional que ha sostenido dura lucha contra las multinacionales del ramo”, todo un burgués nacional era este ideólogo y sostén del neoliberalismo argentino. Pero si bien para Trías en los albores de la dictadura argentina “no habrá diferencias de la política económica del peronismo” en su fase isabelina, el hecho de que Videla no tuviera que negociar ni con empresarios ni con la CGT le permitiría actuar “con mayor orden y sistema”.
Quizá uno de los mayores síntomas de miopía fue su análisis de la proclama del régimen a favor del mundo “occidental y cristiano”, lo que “tal vez podría causar inquietud […] pero lo cierto es que mantendrán relaciones con todos los países del mundo, y que así fue comunicado oficialmente a todos, incluso al gobierno de La Habana”, con el que rompió relaciones.
En realidad, para el socialismo nacional la represión no era tan grave, “el grueso [de los presos políticos] está constituido por funcionarios y jerarcas del gobierno”, por tanto, la represión y las desapariciones que se vivían desde el inicio no existían en el universo de Trías. Basaba este aserto en las declaraciones del general interventor de Buenos Aires, Adolfo Sigwald, cuando dijo que “el proceso no es contra los partidos políticos, ni contra el gremialismo, o el empresariado”, lo que le bastó a Trías para confiar en la honorabilidad de estos genocidas. Por lo tanto, los exiliados estaban a buen resguardo, y su conclusión fue contundente: “En una palabra, la inmensa mayoría de los exiliados no tiene nada que temer”… el Plan Cóndor ya estaba funcionando, mal que le pesara a la sagacidad del socialismo nacional. “En todos los procedimientos y actitudes se ha procedido muy cuidadosamente, sin revanchismo, procurando tranquilizar y pacificar”. Un paraíso.
¿A qué responde este panorama color de rosa de una de las dictaduras más sanguinarias de la historia latinoamericana? ¿Qué llevó a Trías a informar esta realidad inexistente a sus jefes? ¿Tal vez quiso ver, de nuevo, un progresismo peruanista que no existía, como en febrero de 1973 en Uruguay? Al fin y al cabo, los militares podían hacer realidad la “liberación”… la democracia –palabra que no aparece en todo el informe– sólo tenía un pequeño valor instrumental.
Las corrientes militares de la dictadura o en busca del peruanismo imposible
En el informe a sus superiores checoslovacos, Trías realiza un intento de definir “corrientes” dentro de la dictadura. La primera que visualizó fue “una tendencia derechista, nacionalista católica” que, por suerte, era minoritaria, “pero hubiera crecido mucho si Videla no se decide a encabezar la acción del 24 de marzo”. Es decir, con el golpe, el dictador nacionalista católico neutralizó a los que profesaban su ideología. Había una segunda corriente, peronista, “claramente minoritaria” por obvias razones. En tercer lugar existía “una tendencia nacionalista de tipo peruanista. Minoritaria pero influyente e intacta en su prestigio”. Anhelante, Trías sostenía que “según se desarrolle el proceso puede tener creciente incidencia”. El hecho de que el contralmirante César A Guzzetti fuera designado ministro de relaciones exteriores era algo “interesante de destacar” por sus “notorias vinculaciones con los altos oficiales peruanos y que ostenta, justamente, la ‘Cruz Peruana al Mérito Naval’”, concluía. Guzzetti fue el ministro que recibió el visto bueno de Henry Kissinger para lanzar la masacre, teniendo en cuenta que los plazos eran muy cortos y, por tanto, la represión debía ser breve e intensa. Un peruanista muy singular, sin duda.
Finalmente, registró una cuarta tendencia, “ampliamente mayoritaria, profesionalista, que intentó una postura civilista y prescindente en política hasta último momento. Es una tendencia amplia y difícil de caracterizar […] ya que lo que los une es, justamente, su apartidismo y su profesionalismo. Su líder es Videla”. Es decir, el hombre que el 24 de noviembre de 1975 había dado cuatro meses al gobierno de Isabel Perón para solucionar la crisis, el hombre que había proclamado a quien quisiera escucharlo que “si sirve para la paz del país, en la Argentina deberán morir todas las personas que sea necesario”, era, para Trías, el líder de los “civilistas y prescindentes”, un adalid modoso que se caracterizaba por “su profesionalismo, austeridad y moderación. Marca el equilibrio y expresa, al parecer muy bien, a la mayoría actual de las fuerzas armadas”. Asimismo, el hecho de que Videla rechazara la solicitada presentada en la prensa por miembros de la Revolución Libertadora pero aceptara la publicada por el Partido Comunista era algo “muy sugestivo”.
Finalmente, Trías informó a la inteligencia checoslovaca que “luego de un plazo prudencial, los partidos políticos no proscriptos ‘de definición nacional’ –fue la expresión usada por el Tte. Gral. Videla– puedan expresarse aunque no haya elecciones. Tal como ocurre en Perú”. Su entusiasmo no era para menos; al fin y al cabo, el dictador se mostraba “abierto a las grandes corrientes del pensamiento, pero ‘fiel a las tradiciones’”. Un humanista.
Videla tenía una misión inmediata que cumplir, liquidar “el terrorismo de ultraderecha” –que en realidad lo integró al régimen como “grupos de tareas”– y al hacerlo obtendría “un gran apoyo sindical y político para destruir al terrorismo ultraizquierdista”.
La miopía de un fracaso
El socialismo nacional uruguayo nació muerto. El fracaso de la Unión Popular en 1962 mostró de forma evidente que la propuesta no tenía asidero en el país. Sus herramientas de análisis podrían servir en algo para la realidad argentina, pero eran inútiles en Uruguay. El nacionalismo popular no tuvo mercado y, en consecuencia, la “izquierda nacional” buscó sus aliados y sus espacios equivocadamente. No obstante ese fracaso, que desperfiló al Partido Socialista y lo hundió en una grave crisis de identidad, insistió por diversos caminos y todos fueron infructuosos. Uno de ellos fue la esperanza peruanista.
Así, quisieron ver en Gregorio Álvarez y en Luis Vicente Queirolo símiles de Velazco Alvarado; y la misma magia quisieron aplicarla a Jorge Rafael Videla. Los hechos mostraron lo limitado de la herramienta y sus groseros límites para analizar la política y la historia. Trías, que sin duda era inteligente, quiso ver en los genocidas argentinos posibilidades progresistas que, desde el inicio del “proceso” quedó en claro que no existían. Subestimar la represión sanguinaria, esperanzarse con la posibilidad del “peruanismo” de Guzzetti, delata una forma de pensar que quería o necesitaba ver como real lo que deseaba. Alienación, se llama. Y las consecuencias fueron trágicas. Los militares eran reaccionarios ultraconservadores, llamados a restaurar la “nación católica”; venían por la revancha sin matices ideológicos. Y Trías no se rindió ante la evidencia, a pesar de que en el momento en que escribía el informe la masacre ya había comenzado. Trías, además, coincidió en su análisis con la visión que tenía el comunismo argentino y soviético sobre la dictadura de Videla. La Unión Soviética no condenó al “proceso” al igual que todo el bloque soviético por razones comerciales. Trías quería que la Unión Soviética reconociera a la junta, cosa que, sostenía, era esperada por todos los “progresistas”. ¿Cuán cuestionador puedes ser de los intereses de tu jefe?
Estas maneras no democráticas de apostar a proyectos de trasformación radical demostraron largamente sus errores. Hoy algunos siguen ese trillo. Haber supuesto progresismo en la robocracia kirchnerista adapta aquella manera de pensar al presente. La misma actitud tienen ante el sandinismo gangsteril, o ante el desastre de Venezuela, o aplaudiendo a un nacionalista de la derecha ultramontana y expansionista como Vladimir Putin, o enmudeciendo ante el unicato cubano. Esa izquierda tiene que reflexionar profundamente acerca de sus yerros, acerca de su desdén por la democracia. Una dictadura es una dictadura, sea del signo que sea. Pero este retazo de la historia reciente puede enseñarnos mucho más. La coincidencia antidemocrática de los dos polos extremos –la izquierda radical y la derecha ultramontana– presenta una paradoja sobre los puntos tangenciales. En esta paradoja es siempre la izquierda la que se confunde. La derecha no se complica con mecanismos complejos de reflexión, y no se molesta en engañar. La izquierda radical, generalmente, se autoengaña movida por su optimismo revolucionario, y paga costos carísimos. Es la factura que le pasa la historia por alejarse de sus bases fundantes: la libertad, la democracia, la justicia, la fraternidad.
¿Qué era el socialismo nacional?
Luego de la Segunda Guerra Mundial, con la instalación de la Guerra Fría como nuevo escenario global, las izquierdas no comunistas latinoamericanas buscaron sus nuevos espacios, manteniendo la crítica al capitalismo, pero también al comunismo ahora en su nueva fase de potencia global e imperial. Así, muy temprano, en 1943, en el Partido Socialista Germán D’Elía y Arturo Dubra comenzaron a postular la necesidad de equidistancias ante los dos nuevos imperios, en una “tercera posición”. Poco después el tercerismo fue objeto de polémica entre Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa, y se instaló como una manera de interpretar el mundo desde una visión de izquierda no comunista. En la década de los 60 fue objeto de estudio para Aldo Solari. A finales de la década de 1940 y durante la de 1950 una nueva generación militante tomó posición ante los nuevos procesos latinoamericanos que la impactó de muy diversas maneras. Las revoluciones nacionales –Bolivia primero y Guatemala poco después– marcaron a aquellos veinteañeros que cuestionaron los viejos análisis del socialismo rioplatense, al que veían cargado de eurocentrismo, de mitrismo, en definitiva, carente de una visión desde América Latina y desde el tercer mundo. Vivian Trías fue el principal teórico y dirigente político de este cambio en el Partido Socialista. Tomando como base el revisionismo histórico, principalmente el argentino de izquierda, desde las visiones iniciales de Enrique Dickman, para llegar a los enfoques de la izquierda nacional de Jorge Spilimbergo y luego de Jorge Abelardo Ramos, Trías reinterpretó la historia regional, haciendo nuevas lecturas de procesos como el federalismo, el rosismo y releyendo la épica blanca en Uruguay. De esta manera intentó revalorizar el papel de esos procesos conservadores y oligárquicos, acentuando su tinte nacionalista y antiimperialista y viendo su continuidad en los procesos del siglo XX. Desde esos enfoques Trías reinterpretó la realidad mundial, sosteniendo que la lucha contra “el imperialismo” no se resolvería por la contradicción entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sino que la derrota del “imperio” y el arribo del socialismo se realizaría cuando se resolviera la contradicción “norte-sur”, o sea cuando se concretara la lucha por la liberación de los pueblos latinoamericanos y del tercer mundo. En esa lucha anticolonial, los nacionalismos jugaban como aliados por ser antiimperialistas; de allí el deslumbramiento con los populismos –Perón, Vargas– y con los procesos nacionalistas panárabes, en los que los militares jugaban un papel esencial. El peruanismo, o sea la dictadura militar de Juan Velazco Alvarado que se enfrentó con Washington y dio un giro socializante a su propuesta, deslumbró a la izquierda nacional. En consecuencia, los “nacionalismos” de corte militar de América Latina eran glorificados, dejando de lado incómodos datos como sus raíces fascistas, su autoritarismo antidemocrático, o las fórmulas nacionalistas ramplonas. Se supuso que el camino al socialismo se podría abrir en alianza con los nacionalistas –sin ver ni el perfil ni las raíces ideológicas– y con los militares que, a punta de bayoneta, apoyarían la liberación, en el entendido de que “la lucha de clases no se para en la puerta de los cuarteles”, olvidando que los aparatos represivos son funcionales a los sistemas dominantes.