Esta columna presenta un ejemplo de ejercicio de proyección de escenarios del balotaje basado en evidencia. Resulta claro que los escenarios posibles son muchos más que los presentados, y en última instancia lo central radica en establecer probabilidades de ocurrencia para cada uno de ellos. El análisis prospectivo y las proyecciones en particular no pretenden ser un pronóstico de futuro, sino que son herramientas que deben utilizarse para planificar y construir el futuro.
Próximos a la definición de las elecciones del 24 de noviembre, los resultados de octubre dejaron abierto un campo de especulación sobre el posible resultado del balotaje, y no hay quien no haya establecido sus propios pronósticos. Una mezcla de fanatismo, deseo y esperanza se conjugan a la hora de aventurar un posible resultado.
También están los analistas, de quienes deberíamos esperar una lectura desfanatizada, sin esa lógica binaria (tan futbolera) que solemos tener los comunes. Sin embargo, no siempre logran un análisis serio, fundamentado y basado en evidencia.
Mucho se ha dicho en estos días sobre las probabilidades que unos y otros tienen de ganar la elección. Algunos analistas fueron cautelosos a la hora de aventurar pronósticos, mientras que otros decidieron jugar sus fichas de forma precoz. El caso más sonado, por su exposición mediática, es el del politólogo Adolfo Garcé, quien asegura que la probabilidad de que gane Daniel Martínez tiende a cero, ergo, que la de Luis Lacalle Pou tiende a uno.
El principal argumento de quienes aseguran que la elección está definida a favor de Lacalle se basa en dos supuestos. Primero, que los resultados de octubre de 2019 son muy similares a los de la primera vuelta del año 1999, cuando el Frente Amplio (FA) obtuvo 39% y el Partido Colorado (PC), 32%. El resultado es conocido por todos: la elección la ganó Jorge Batlle con 52%, contra el 44% de Tabaré Vázquez. El segundo supuesto apunta a que el efecto que tendría el acuerdo electoral de las cúpulas dirigenciales de los partidos opositores (Partido Nacional –PN–, PC, Cabildo Abierto –CA–, Partido de la Gente –PG– y Partido Independiente –PI–) es vinculante hacia el comportamiento de los votantes. Linealmente, se establece que el conjunto de quienes votaron en primera vuelta por el PC, CA, el PG y el PI terminarán apoyando a Lacalle en el balotaje.
Los dos supuestos presentan grandes debilidades. No resulta razonable establecer que las coyunturas de 1999 y de 2019 sean similares, y tampoco es lógico asumir que los electores votan en la instancia de balotaje de acuerdo con los lineamientos que dan sus partidos políticos.
Para argumentar de forma sucinta el planteo, veamos qué diferencias existen entre 2019 y 1999.
En primer lugar, los actores son otros: en aquella oportunidad el balotaje se definió entre el candidato del PC y el del FA, mientras que ahora los candidatos son del PN y del FA. Asumir que este cambio de protagonistas mantiene incambiado el panorama parece ser un tanto arriesgado.
Pero no sólo los actores principales cambiaron, sino que también hay un fuerte cambio de estructura y composición en el sistema de partidos. Hoy estamos ante la mayor fragmentación partidaria de la historia; fueron 11 los partidos que participaron en la contienda electoral, de los cuales siete alcanzaron representación parlamentaria. Esta atomización viene acompañada (y en parte se explica por) de un aumento en la volatilidad política. Cuando se analiza el comportamiento electoral de la ciudadanía, es cada vez más frecuente que una misma persona cambie de partido político de una elección a otra, incluso entre una primera vuelta y el balotaje. El nivel de volatilidad es hoy sensiblemente mayor al del sistema político del año 1999.
Muestra de esta volatilidad es que en el balotaje de 2014 20% de quienes votaron al PC en primera vuelta terminaron apoyando al FA en el balotaje. Otra, que 30% del electorado de CA votó al FA en las elecciones del 2014. Por último, existe una clara tendencia de pérdida de identidad partidaria; las encuestas de opinión pública así lo han reflejado, con la particularidad de que la identidad partidaria es menor entre los partidos de oposición respecto de la que poseen los votantes del FA. Algo similar ocurre con el interés por la política.
En cuanto al segundo componente en juego, referido al comportamiento electoral de la ciudadanía de cara a un balotaje, veamos algunos números que nos ha dejado la historia reciente en el cuadro 1.
El factor decisivo en un balotaje está en el comportamiento de lo que aquí llamamos “votos en disputa”; son aquellos que no votaron por ninguna de las opciones que se disputan el balotaje, y por lo tanto pasan a ser el foco de atención para decidir la elección. Para simplificar el análisis, se realizó el supuesto de que todos los ciudadanos que votaron en primera vuelta a uno de los dos partidos que disputan el balotaje mantendrán su voto (es claro y existen datos que muestran que esto no es cabalmente así, y existe una mayor retención en el FA que en sus adversarios). Como se aprecia en el primer cuadro, el porcentaje de votos en disputa oscila entre 21% y 32%. Esta variación no siguió un patrón en el período, ya que es sensible al nivel de voto que obtuvieron los dos partidos que van a balotaje. Aquí interesa entonces analizar con detalle el comportamiento electoral de estos votantes en la instancia de balotaje.
El cuadro 2 resume la cantidad y el porcentaje de los votos en disputa que lograron captar los partidos políticos en instancia de balotaje.
En primer lugar, es claro que no se verifica un comportamiento lineal en la distribución de los votos en disputa. Surge con claridad que la mayoría de los votos en disputa apoyan la candidatura contraria al FA, mientras que la proporción de votos disputados que el FA logró captar estuvo siempre entre 17% y 21%. Sin embargo, la proporción de votos disputados que apoyaron al PC en 1999 y al PN en 2009 y 2014 disminuyó significativamente, pasando de 71% a 44%.
En base a estos antecedentes, es posible establecer proyecciones matemáticas sobre el resultado del balotaje 2019. Como en cualquier ejercicio prospectivo, la proyección que se realiza se basa en establecer una serie de hipótesis sobre los escenarios posibles. En este caso se toman dos escenarios, uno al que llamamos tendencial y otro inercial. El tendencial surge de establecer que la proporción de votos en disputa se ajustará de acuerdo con la tendencia lineal observada en el período 1999-2014, mientras que en el inercial se desconocen dichas tendencias y se aplica la última proporción verificada en el año 2014. De este modo, se obtiene la estimación y proyección de votos en disputa que captaron el FA y el PN. (Ver gráficos 1 y 2).
De acuerdo con los antecedentes, y producto de aplicar la proyección de votos en disputa, el resultado del balotaje 2019 sería favorable al FA en cualquiera de los dos escenarios analizados. Si la elección se define en términos similares a lo ocurrido en 2014, el FA obtendría una diferencia a favor de 72.000 votos. Si, en cambio, la tendencia que se registró en los tres balotajes se mantiene en 2019, la diferencia a favor del FA pasaría a ser de 170.000 votos. (Ver cuadro 3).
¿Significa esto que la elección la ganará el FA? Rotundamente, no.
Lo que sí parece claro es que cualquiera de estos dos escenarios planteados son más verosímiles que extrapolar sin más el balotaje del año 1999. ¿Acaso la disminución sostenida en la captación de votos en disputa por parte de la oposición no refleja una pendiente negativa de gran magnitud? Es imposible desconocer este dato.
A su vez, ¿es correcto pensar que habrá una lógica perfectamente lineal entre lo que establecen los partidos que participan en el acuerdo multicolor y el comportamiento de los ciudadanos? Según los datos analizados la respuesta es no, con una probabilidad de acierto que tiende a uno.
Nicolás Fiori es sociólogo.