Líber Seregni nunca quiso crear una doctrina. No era un teórico, era un dirigente político de una izquierda institucional que había cambiado a lo largo del siglo XX y que llegó a generar un proyecto único, el Frente Amplio (FA), que necesitó de intérpretes y de generadores de propuestas. No puede haber una teoría general de los frentes populares, pero sí planteos e ideas que sintonizan a la izquierda unida con la realidad nacional. Por eso tan sólo suponemos las líneas maestras de esa relación entre lo pensado y lo dicho, que crearon una reflexión que identifica al pensador. Nosotros lo llamamos seregnismo. Y esa fue la mejor herencia que les dejó a los uruguayos.
¿De qué señas de identidad hablamos cuando nos referimos al pensamiento de Seregni? Hay, sin duda, claves uruguayas evidentes, pero también reconocibles en cualquier partido que se precie de tal. La democracia no es un valor original de la izquierda, ni el artiguismo –tan manoseado– ni siquiera la justicia social, construida trabajosamente desde el batllismo primero y desde los movimientos sociales después.
El antimperialismo estaba en la izquierda mucho antes siquiera de que Seregni se interesara por la militancia. Él mismo da sus primeros pasos en el apoyo a Sandino y su lucha contra la intervención norteamericana en Nicaragua. La ética tampoco es patrimonio de la izquierda. Dirigentes de todos los partidos han dado muestras claras de honor y dignidad a lo largo de la historia, como para tener la arrogancia hoy de querer tener un valor que, por suerte, pertenece a muchos en todos lados. Luis Alberto de Herrera murió pobre, como Juan Antonio Lavalleja y Luis Batlle Berres. Javier Barrios Amorín, Emilio Frugoni, Rodney Arismendi, Héctor Rodriguez, Raúl Sendic padre, obviamente, por nombrar algunos, sufrieron lo insufrible, fueron criticados, pero nadie puede decir de ellos ni la menor falta ética. Entonces ¿qué define al seregnismo?
No hay seregnismo sin Frente Amplio. La unidad de la izquierda es la base, el pilar sobre el que se funda su pensamiento. Su lealtad a esa unidad siempre, desde la fractura de 1989 hasta su renuncia cuando dejó la presidencia del FA pero no la militancia, son apenas ejemplos de la necesidad de un espacio común para el cambio social, para la alianza estratégica que generó una nueva organización política capaz de cambiar al Uruguay desde las pautas que decimos más arriba. Pero la unidad de la izquierda también estuvo en el menú... paradojalmente desde su primera fractura en 1921. Luego el frentismo de la década del 30, con Carlos Quijano y el Partido Comunista del Uruguay a la cabeza, fue un antecedente que debería ser mejor considerado por nuestra propia historia. Sucede que esta unidad de 1971 construyó un partido de nuevo tipo llamado Frente Amplio, que abrió una brecha en 150 años de historia.
En su discurso del Cilindro, Seregni instaló un nuevo factor de identidad. La dicotomía del Uruguay del futuro iba a ser entre la izquierda y las derechas. De un lado el FA y del otro los conservadores. El seregnismo hizo que la unidad de la izquierda fuera, además, un actor central del proceso histórico en la lucha por el poder, creando un nuevo escenario y reconfigurando el sistema de partidos. El FA generó un nuevo bipartidismo que lo ubica de un lado y a los conservadores del otro. Las propuestas moderadas y alternativas de centro están, pero la gente sabe que el cambio se genera desde el gran partido que, con poder, puede contrarrestar a los conservadores y sus aliados. Pero no sólo el FA como factor del nuevo bipartidismo concluye el perfil del seregnismo, antes estaba el problema del poder.
Cuando Seregni salió de la cárcel llamó a la paz, a la reconstrucción activa del FA y a colocarlo en el centro de la escena. No vamos a debatir aquí el pacto del Club Naval, pero el hecho vale como un primer paso promisorio de la estrategia. En pleno debate del pacto, Seregni sostuvo que esta era la manera en la que el Frente iba a jugar “en la cancha grande”. Sacar a la izquierda del confort de la protesta y la crítica y meterla de lleno a definir el rumbo del país es, tal vez, el punto nodal del seregnismo, pero este no puede realizarse sin el FA, sin la izquierda como partido de poder en el bipartidismo nuevo, y, por supuesto, sin una estructura militante, participativa y convocante.
“Jugar en la cancha grande” implicó la participación en la Concertación Nacional Programática, frustrada por el gobierno de Julio María Sanguinetti, pero enriquecedora en proyectos y acercamientos con otras fuerzas sociales y políticas. Asimismo, acordar la reforma de la constitución dos veces, la frustrada minireforma de 1994 primero y la de 1996 luego, fueron formas muy claras de entender la política uruguaya y de poner al FA en el escenario de la política real y no meramente contestataria. Fue la mejor forma de crear una opción realmente antioligárquica, y tanto que la oligarquía, temerosa, primero lo reprimió y hoy no sabe qué hacer.
Unidad, nuevo bipartidismo, operar en la política real del poder, creo, hacen al seregnismo como identidad. Pero nada de esto es viable ni sostenible sin los presupuestos anteriores, basados en la ética, en el rescate de lo mejor de nuestra historia y, principalmente en la democracia.
Democracia es el horcón del medio que sostiene toda la estructura. Sin ella no hay posibilidades de nada. El FA tomó esa opción hace mucho, y sabe en carne propia que cuando no se tiene, las diferencias quedan de lado, porque la tiranía la sufrimos todos juntos.