La definición clave de este ciclo electoral será la del gobierno nacional, pero estamos mal acostumbrados a equiparar “gobierno” con Poder Ejecutivo. No sólo importa quién llegará a la presidencia de la República, sino también cuál será la relación de fuerzas en el Legislativo.
Está en duda que el Frente Amplio logre otra vez mayoría parlamentaria propia, y parece seguro que ningún otro partido la obtendrá. Varias posibles distribuciones de bancas se pueden combinar de distintas maneras –todas ellas relevantes– con el resultado de la elección presidencial, y no necesariamente habrá dos bloques monolíticos durante cinco años. Lo más probable es que cambien bastante las reglas del juego político.
Durante los tres períodos de gobierno frenteamplista, el Partido Nacional ha sido la mayor fuerza opositora, con una oferta de potenciales presidentes que no varió demasiado. Jorge Larrañaga se mantuvo como aspirante en 2004, 2009 y 2014 (ganó la primera interna y perdió las otras dos), pero hoy, con la campaña Vivir sin Miedo como uno de sus principales créditos, se aleja del perfil “wilsonista” que antes cultivó, y se acerca a una faceta de Wilson Ferreira Aldunate que no es la mejor recordada: la del apoyo en 1972 a la declaración de estado de guerra interno y a la Ley de Seguridad del Estado.
La renovación en el sector alineado en torno al viejo herrerismo ya se produjo hace cinco años, con el relevo de Luis Lacalle padre por Luis Lacalle hijo: hay, sin duda, otro estilo, pero no indicios de cambio sustancial. La irrupción de Juan Sartori sí alteró sustancialmente las perspectivas nacionalistas. Es inescrutable cuál podrá ser su relación futura con el resto de la dirigencia y con los demás partidos.
Entre los colorados, luego de un estéril protagonismo de Pedro Bordaberry, el regreso de Julio María Sanguinetti es una restauración in extremis que no trae consigo relevos, y José Amorín Batlle simplemente insiste. Mucho más interesante, con miras al futuro, es el ascenso de Ernesto Talvi, en un territorio ideológico liberal parecido pero no igual al que ocupaba Jorge Batlle. Talvi muestra más formación que talenteo, es menos extravagante y tiene menores ataduras a la tradición partidaria y a la política de “bloque opositor”.
En el Frente Amplio, llega a su fin el ciclo dominado por Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori. Los relevos asoman en forma un poco tardía (el que se ensayó en 2014, con el ascenso de Raúl Sendic, terminó como ya sabemos), y se mantiene un tipo de liderazgo que supera los orígenes partidarios o carece de ellos. Daniel Martínez, Carolina Cosse, Mario Bergara y Óscar Andrade son impulsos de renovación en los espacios que los respaldan, con distintos niveles de impacto y de carisma. Lo que aún no está claro es si esto (por ahora, sin grandes iniciativas programáticas que simbolicen una nueva etapa) será suficiente para construir un puente entre lo que ya dio sus frutos y lo que podría venir. También cabe la posibilidad de que el oficialismo se beneficie de una opción por lo menos malo, pero eso aportaría realmente poco a la renovación.