La aparición de Guido Manini Ríos expresando al segmento más derechista del país responde, principalmente, a lo hecho por el Frente Amplio (FA), y además al pésimo manejo del tema militar por parte de blancos y colorados. Mientras que ellos los apañaban y les temían, sólo el FA los puso en el lugar que les guarda la Constitución.
La memoria de las rebeldías castrenses
Cuando los militares proscribieron a Wilson Ferreira Aldunate, Liber Seregni y Rodney Arismendi para las elecciones de 1984 marcaron claramente que mantendrían una cuota de poder a futuro. El pacto que habilitó la salida de la dictadura –polémico, sin duda– instaló para la derecha una realidad en la que los militares fueron reconocidos como un factor de poder.
Mientras que el general Seregni apostó a que el FA jugara “en la cancha grande”, Ferreira soñaba con liderar algo mucho más allá de Por la Patria y el Movimiento Nacional de Rocha, emulando en cierta forma la estrategia peronista de 1973. El Partido Colorado y Julio María Sanguinetti se volvían los voceros de la seguridad, de la estabilidad y, en consecuencia, del conservadurismo que expresaban también los militares. Esa alianza militar-colorada tuvo, así, sus bemoles.
Los militares se rebelaron contra Sanguinetti tantas veces como fue necesario. El general Hugo Medina guardó en su caja fuerte las citaciones judiciales por violación a los derechos humanos, degradando el sistema de derechos y la democracia, y Sanguinetti aceptó desde ahí hasta la impunidad.
En el gobierno de Luis Alberto Lacalle de Herrera las cosas no fueron mucho mejores. La impunidad sobrepasó la ley de caducidad y presentó su verdadera cara. La desaparición del químico chileno Eugenio Berríos demostró que la coordinación del Plan Cóndor aún existía y que los favores militares internacionales estaban vigentes como antes. Por más que quisieron manipular la opinión pública, como demostraron Roque Faraone y Robin Cheesman en un libro antológico, no pudieron frenar la verdad. Berríos desapareció y Lacalle no sólo no pudo destituir al comandante en jefe del Ejército, Juan Modesto Rebollo, sino que además debió aceptar la deliberación en asamblea de los oficiales generales. Por más que el ministro de Defensa, Mariano Brito, se hizo presente, su gesto no desarticuló la reunión y terminó avalando la rebelión en respaldo a Rebollo y a todo lo actuado en complicidad con Pinochet.
En la presidencia de Jorge Batlle, cuando el juez Alejandro Recarey sustituyó al juez Eduardo Cavalli, que estaba aquejado por una grave enfermedad, se abocó a seguir adelante con el proceso judicial sobre la desaparición de Elena Quinteros. Batlle intentó bloquear a la Justicia a como diera lugar. Finalmente, cuando Recarey citó a su sede a Jorge Silveira y a Manuel Cordero, de nuevo los militares apelaron a su poder. Silveira se acuarteló en una dependencia militar mientras el ministro de Defensa, Yamandú Fau, se desesperaba y maniobraba para tapar la flagrante violación a la ley y a la Constitución.
Finalmente llegó la solución. Cavalli “se recuperó”... por una semana. Ante su nuevo pedido de licencia, se realizó un nuevo sorteo en el que Recarey no fue elegido. La titularidad del juzgado le tocó en suerte a la jueza Graciela Barcelona, que encajonó la causa. Batlle y Fau, tan liberales como demócratas, bajaron la cabeza ante la fuerza bruta y dieron la espalda a un juez tan digno como valiente.
La candidatura del general Manini es el producto directo del éxito del FA en poner autoridad ante una institución apañada y mal acostumbrada por colorados y blancos a hacer lo que quería.
Manini y el FA
Los militares no necesitaron representación política, les bastaba con blancos y colorados para estar a buen resguardo de la Justicia. Con el FA todo cambió. Ya en el primer gobierno de Tabaré Vázquez las cosas quedaron en claro. La destitución del general Carlos Díaz por una reunión sin permiso con Sanguinetti y Fau finalizó con la elección del decimoprimer general en la lista de sucesión. El FA puso siempre al frente del Ejército a quien quiso y no tuvo mayor problema en aplicar la ley de caducidad a su manera. Nada pudieron hacer de ahí en más que pasar por los juzgados y marchar a la cárcel todos aquellos que fueron respaldados por blancos y colorados, que, temerosos y necesitados de un Ejército ante la prevención de potenciales crisis, mostraron que en vez de mandar en los cuarteles, obedecían. El FA hizo exactamente lo contrario con excelentes resultados.
Ante la orfandad política y por múltiples razones, tanto de poder como ideológicas y culturales, las Fuerzas Armadas necesitaron expresarse. En ese sentido la candidatura del general Manini es el producto directo del éxito del FA en poner autoridad ante una institución apañada y mal acostumbrada por colorados y blancos a hacer lo que quería. Timoratos ante los militares antes, timoratos hoy ante el peligro de ofrecer una imagen favorable a la impunidad, ni blancos ni colorados expresan ya a ese sector de extrema derecha que sueña con transformar al Uruguay en un cuartel. Por eso Manini y Cabildo Abierto (CA) son una consecuencia directa de las políticas militares del FA, esas que los partidos tradicionales ni aplicaron ni aplicarán.
Esa extraña reacción conservadora no sintoniza con la del resto del mundo. Mientras en Europa, por ejemplo, las derechas radicales son una respuesta a la globalización en todas sus dimensiones, las extremas derechas del Uruguay son una respuesta visceral a las transformaciones de los últimos 15 años. Les repugnan las políticas de género, las propuestas sociales, quieren y necesitan escenarios de conflicto, y sienten la realidad como un caos y no como un proceso constante de transformación.
Mientras que las derechas radicales europeas integraron conceptos de tolerancia, democracia y amplitud para abonar sus xenofobias y contraponerlos al islam, en Uruguay Manini y Edgardo Novick fomentan el autoritarismo, pero en el caso del general, además, expresa las frustraciones de una casta que ya no puede imponer ni su voluntad ni mucho menos su proyecto. Neutralizada la primera y rechazado el segundo, CA es el sumidero de los extremistas de la derecha, de los nostálgicos de lo peor del Uruguay de la década de 1970, y estos se expresan políticamente de manera autónoma ante el cambio y la timidez de los partidos tradicionales para expresar las intenciones de algunos militares de vocación cuartelera.
Mientras que blancos y colorados postularon una política militar fundada en el miedo y en la impunidad, el FA lo hizo basando su estrategia en el respeto, la verticalidad y la vigencia de la ley. Así, Manini Ríos y CA representan una inmensa marcha atrás, el regreso al poder de casta y no de unas Fuerzas Armadas integradas a la sociedad y a la democracia.