El Frente Amplio obtuvo un histórico triunfo en 2004 que llevo a nuestra fuerza política por primera vez al gobierno nacional. Desde entonces y durante 15 años gobernó y transformó a Uruguay, y lo transformó para bien. Cualquier indicador económico o social que tomemos mostrará importantes avances entre 2004 y 2019. A su vez contamos a lo largo de ese período con las tres figuras políticas de mayor popularidad: Tabaré, Pepe y Danilo, a los cuales se agregó en los últimos años Daniel Martínez, quien a la postre sería nuestro candidato.

Entonces, si gobernamos y gobernamos bien, y si contábamos con las figuras políticas más populares, ¿por qué perdimos?, ¿por qué nos ganaron? Estas dos preguntas pueden parecer similares, pero implican reconocer cosas diferentes. Para contestar la primera debemos analizar qué errores cometimos (que fueron varios). En cambio, la respuesta a la segunda pregunta requiere reconocer que el adversario hizo las cosas bien, o al menos mejor que nosotros, y que lo subestimamos pensando que esto no sería posible.

Dilucidar qué errores cometimos implica al menos tres niveles de análisis: 1) la fuerza política; 2) el gobierno; 3) la campaña electoral.

Antes de comenzar el análisis debo decir que, con diferentes niveles de responsabilidad, intervine en los tres niveles, por lo cual todos los conceptos críticos que desarrollaré me corresponden primero que nada a mí.

Fuerza política

En cuanto a la fuerza política, llegó al gobierno en 2004 luego de un período prolongado de acumulación y crecimiento, de construcción constante de fuertes vínculos con el entramado social, sindical, productivo, académico y cultural. Ese proceso de acumulación permitió un aumento constante del caudal electoral hasta 2004. A partir de ese punto, más allá de ganar elecciones, ese caudal comenzó a decrecer de manera también constante.

Haber ganado con mayorías parlamentarias en 2009 y 2014 invisibilizó esta caída, a la cual no le prestamos la debida atención. Y esas mismas mayorías parlamentarias probablemente terminaron siendo parte de la explicación de la desacumulación política y social.

Estos 15 años de mayorías parlamentarias nos llevaron a privilegiar las discusiones entre nosotros. Cada vez discutíamos menos con la academia, con las organizaciones sociales, con la cultura; y esos nudos firmemente atados fueron de a poco desatándose.

La soberbia nos llevó a la endogamia, y esta a perder o debilitar vínculos históricos de nuestra fuerza política.

Nos volvimos cada vez más una fuerza metropolitana. Los resultados de octubre de 2019 y setiembre de 2020 así lo demuestran. No supimos entender los reclamos y la sensibilidad de una porción importante de uruguayos que fundamentalmente vive en el interior del país.

Reaccionamos con lentitud donde más debíamos actuar de manera implacable. Dimos vueltas, dudamos y reaccionamos tarde ante actos vinculados con la ética política y en la función pública. Lo que creíamos que era una reserva moral que nos distinguía y nos elevaba por sobre el resto terminó, por nuestro accionar, siendo parte importante del desencanto de muchos frenteamplistas.

No fuimos claros en temas importantes para la ciudadanía, asuntos tan diversos como la dictadura en Venezuela, los dilemas y necesarios balances entre igualdad y libertad o mercado y Estado. No atacamos a fondo subsidios que terminan por beneficiar a grupos de interés que no son vulnerables, por poner simplemente algunos ejemplos. La burocratización de nuestros cuadros políticos, como consecuencia de destinarlos a tareas de responsabilidad en el gobierno, también acentuó la desconexión con la gente.

Cometimos un grave error, fruto de una letal mezcla de ingenuidad con soberbia, de pensar que una excelente gestión era condición necesaria y suficiente para ser permanentemente electos por la ciudadanía. Y vaya que gestionar bien es fundamental, pero sin acumulación política, sin conexión con la gente, se vuelve un esfuerzo estéril a la hora de contar con el apoyo ciudadano.

El Frente Amplio se fue transformando en un “justificador serial” de todas sus acciones, perdiendo la rigurosidad para el análisis y encontrando fuera de él la respuesta a todos los males.

Nos hicimos adictos al halago, dejando de escuchar las numerosas voces que nos advertían sobre lo que pasaba fuera de nuestros espacios habituales.

Todo esto nos llevó a un encierro carente de la necesaria autocrítica de nuestro accionar. El Frente Amplio se fue transformando en un “justificador serial” de todas sus acciones, perdiendo la rigurosidad para el análisis y encontrando fuera de él la respuesta a todos los males.

Gobierno

Hubo una notoria desaceleración del ritmo al cual se fueron procesando las reformas estructurales a lo largo de los tres gobiernos, lo cual llevó a un decreciente compromiso ciudadano con estos cambios, y a una caída en su valoración.

Durante el primer gobierno se llevaron adelante reformas importantes como la del sistema de salud, la reforma tributaria, la creación del Ministerio de Desarrollo Social, el Plan Ceibal y tantas otras que impactaron positivamente en la vida de los uruguayos.

En el segundo gobierno se continuó con la consolidación de esas reformas, pero sin agregar nuevas, a lo cual se sumó un potente avance en materia de la agenda de derechos. Se experimentaron también problemas de gestión en determinadas áreas, con importante repercusión económica y de opinión pública.

En el tercer gobierno la crisis global y regional, sumada a problemas de gestión ya mencionados, condujo a concentrar los esfuerzos principalmente en mantener lo hecho, pero sin avanzar en una agenda de reformas estructurales de segunda generación que entusiasmara a la ciudadanía.

Esto llevó a una percepción de que lo hecho “ya estaba dado” y lo nuevo no aparecía en el horizonte, lo cual, sumado a la desacumulación con la sociedad, impidió una adecuada valoración social de los cambios que se hicieron y por lo tanto de la importancia de defenderlos.

Hubo una notoria desaceleración del ritmo al cual se fueron procesando las reformas estructurales a lo largo de los tres gobiernos, lo cual llevó a un decreciente compromiso ciudadano con estos cambios, y a una caída en su valoración.

Campaña

La campaña electoral mostró errores varios; en primer lugar, una percepción equivocada del punto de partida, sobrevalorando la intención de voto inicial. No le dimos la debida importancia a las derrotas de los gobiernos más progresistas en la región, y en general en el mundo occidental, que fueron la antesala de nuestra derrota. Hubo una ola de corrimientos hacia la derecha y lo que es peor, hacia la derecha antisistema. Donald Trump y Jair Bolsonaro son los ejemplos paradigmáticos de esto.

En segundo lugar, hubo evidentes desconexiones entre la estrategia del candidato y la del Frente Amplio como organización. A esas divergencias se sumó la descoordinación del discurso con un tercer actor compuesto por la bancada parlamentaria y los jerarcas de gobierno.

Estos tres vectores de incidencia en la opinión pública, que son fundamentales en una campaña electoral, nunca funcionaron como un cuerpo unificado con un mensaje claro, sino que lo hicieron de manera descoordinada y a veces incluso contradictoria. Un ejemplo claro de esta descoordinación fue, por las formas (y no por su contenido), el manejo público de la conformación de la fórmula.

Al hacer el listado de los errores cometidos en las diferentes áreas, resulta evidente que la derrota no ocurrió por azar, sino que hay evidencia concreta que la explica.

Pero no debemos dejar de reconocer que el adversario hizo las cosas mejor, tuvo un proceso de acumulación con diferentes estamentos sociales, tuvo un mensaje claro y sencillo emitido de forma directa a la ciudadanía (“es hora de cambiar”), y todos los actores involucrados jugaron su papel de manera coordinada potenciando el discurso. También se destaca la capacidad que tuvieron para articular el recambio generacional, en particular el herrerismo, lo cual contrasta con la incapacidad del Frente Amplio en esta materia. Nosotros subestimamos su desempeño. De vuelta, la soberbia fue una mala consejera.

Esta derrota electoral debe servirnos no simplemente para lamernos las heridas sino para reflexionar y corregir, para ser mejores. Repensar nuestra fuerza política, fortalecer nuestros vínculos con la sociedad, que tanto descuidamos, “desburocratizando” la acción política, saliendo de los escritorios y ensuciándonos más los zapatos. Aggiornar nuestra propuesta programática, procesar la renovación de nuestros cuadros.

El proceso de análisis deberá poner en discusión el acuerdo político fundacional y dar lugar a una ampliación de las formas y los mecanismos de participación, transparentando las herramientas y definiendo con claridad los roles. La participación es un signo de identidad de la izquierda, pero para que sea válido debe convocar a cada vez más compañeros y compañeras, y eso será en base a la generación de espacios transparentes, abandonando prácticas personalistas en oposición a las definiciones colectivas en los ámbitos sectoriales y a nivel de bases.

Seguimos siendo la fuerza política más importante de Uruguay y ello conlleva una enorme responsabilidad. Es mucho lo que podemos aportar a mejorar la calidad de vida de los uruguayos, en particular de los más desprotegidos.

Debemos reconectar con el pueblo frenteamplista, pero también es fundamental ampliar las fronteras para poder acumular y poder volver a hacer posible un proyecto nacional de desarrollo. Debemos quebrar la lógica de los últimos períodos, en los cuales el Frente Amplio fue achicándose en vez de ampliarse. Perdimos también porque no logramos alojar a todo el espectro que solíamos alojar antes.

Ampliarnos implica construir también con los que no tienen exactamente la misma visión, pero que pueden tener un horizonte compartido de desarrollo con equidad y justicia social. Para ello basta una precisión que no es semántica, sino un gran elemento conceptual: en 2004 no ganamos como Frente Amplio sino como Encuentro Progresista y llevamos como candidato a la vicepresidencia a alguien con origen y destacada actuación en el Partido Nacional.

Desde ya debemos definir que nuestro objetivo hacia 2024 no pasa por convencer a todo el electorado de que piense como nosotros, sino que debemos ser capaces también de construir alianzas que amplíen la base para constituirnos nuevamente en gobierno y seguir transformando la sociedad.

He ahí el desafío.

Pablo Ferreri es dirigente del Frente Amplio y fue subsecretario del Ministerio de Economía Y Finanzas.