Hay mucho que reflexionar acerca de las elecciones del domingo 18 en Bolivia. Hace menos de un año, Evo Morales se vio forzado a renunciar y a exiliarse. El gobierno de facto presidido por Jeanine Áñez se instaló con violencia y mostró desde el comienzo una clara voluntad de revancha y escarmiento. El empecinamiento de Morales en ir por una reelección más había afectado su prestigio dentro y fuera de Bolivia, lo que se sumó a fisuras previas en el movimiento social y político que lo respaldaba. Había muchas razones para temer un retroceso prolongado, en el marco del avance derechista regional.
11 meses después, el resultado electoral reinstaló en el gobierno al Movimiento al Socialismo (MAS), con mayoría parlamentaria propia. Esto sucedió, además, pese a que no se permitió la postulación de Morales, y a una campaña en la que sus adversarios no sólo multiplicaron las acusaciones contra él y su partido, sino que también intentaron claramente amedrentar a la ciudadanía.
El proceso merece un análisis en profundidad, y en esta edición incluimos insumos para esa tarea, pero algunas conclusiones parecen claras desde ya. Con Morales como jefe de campaña, pero también sin él como candidato, se demostró que el MAS no es apenas “su” partido, que el movimiento popular boliviano no es un conjunto de herramientas manejadas por el MAS y que el pueblo de Bolivia no fue sólo el beneficiario de políticas impulsadas por Morales, el MAS y los dirigentes de otras organizaciones, sino también la raíz en que se originaron.
No se trataba de que el pueblo boliviano agradeciera algo que le habían dado ni de que se mostrara leal a jefes, sino de que reabriera su propio camino, y lo hizo.
El pueblo boliviano, y muy especialmente su mayoría indígena, sufriente durante siglos pero no sufrida, ha sido capaz de construir con paciencia y firmeza su propia emancipación, primero con Morales y ahora sin él, incluso a pesar de los errores del ex presidente. Vio con claridad que, más allá de los debates pendientes, lo que estaba en juego el domingo era su posibilidad de seguir adelante en un camino de progreso, justicia y dignidad.
No se trataba de que la gente agradeciera algo que le habían dado ni de que se mostrara leal a jefes, sino de que reabriera su propio camino, y lo hizo.
Hay que decir también que en el proceso boliviano intervino activamente el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, con consecuencias muy graves. Almagro aseguró que había existido fraude a favor de Morales en las elecciones del año pasado, con lo que contribuyó a los intentos de legitimar su desalojo del poder y al gobierno de facto. Lo hizo con base en un informe producido en la OEA, cuya revisión reveló errores, y la línea general de actuación de Almagro al frente del organismo fortalece mucho la sospecha de que esos errores no fueron casuales.
La responsabilidad de Almagro es pesada, y reafirma la necesidad de hallar respuestas sobre el proceso que lo llevó a ser ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país y luego, sobre esa base, al cargo que hoy ocupa. De todos modos, es aún más importante comprender la victoria del movimiento popular boliviano y aprender.