Escribo esto con una profunda tristeza.
Murió Felipe Michelini.
Extraordinario compañero, diputado, subsecretario, ministro interino de Educación y Cultura, docente de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, presidente de la Delegación Uruguaya en la Comisión Administradora del Río de la Plata, miembro del Grupo Verdad y Justicia, y tantas otras cosas a lo largo de su fecunda vida. Escribo esto porque quiero recordar, como seguramente les pase a cientos de compañeros, los años que vivimos juntos sobre el final de la dictadura.
Los dos fuimos hijos de la Facultad de Derecho de la intervención. Aquella en la que para entrar debíamos hacer una larga cola y dejar la cédula a los vigilantes que se instalaban en la puerta. Aquella que nos obligó a firmar que íbamos a delatar a cualquier compañero que intentara hacer una tarea política o gremial, so pena de perder la calidad de estudiante. En esa facultad nos conocimos y nos hicimos amigos. Eran tiempos en que muchos valientes compañeros mantenían clandestina la estructura de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU). Otros creíamos que había llegado la hora de formar organizaciones que pudieran actuar a la luz pública, con cierta base de legalidad.
Así, en abril de 1982, unos 100 estudiantes, casi todos de Derecho –entre ellos, Felipe–, fundamos la Asociación Social y Cultural de la Enseñanza Pública (ASCEEP), como una asociación civil. Hicimos el acto en la sede del Colegio de Abogados e iniciamos el trámite de personería jurídica en el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), que jamás nos lo concedió. A lo largo de ese año tuvimos el desafío de difundir y hacer crecer a la ASCEEP como plataforma para enfrentar la intervención y la dictadura. A mí, con mucha generosidad, me eligieron presidente. Hoy, tantos años después, puedo afirmar que sin Felipe no lo hubiéramos logrado. Porque, habiendo un gremio clandestino, la apuesta de crear una estructura legal era muy discutida. En ese momento, Felipe fue esencial.
Hicimos reuniones, facultad por facultad, y también con el IPA, para invitar a los estudiantes, siempre en lugares posibles: parroquias, clubes, sindicatos. En esas reuniones siempre hablaba Felipe. Era maravilloso. Veían que Felipe estaba con nosotros y confiaban. El halo de su padre mártir siempre lo acompañaba. Él lo sabía y, pese a todo lo que había sufrido, se arriesgó y puso todo de sí para militar por lo que creía. Vuelvo a decirlo: sin él hubiera sido mucho más difícil.
A medida que cientos y cientos de estudiantes firmaban su adhesión a la ASCEEP, teníamos la necesidad de organizarnos mejor. Así, un día me dijo: “Jorge [era de los pocos que me decían Jorge y no Chileno], necesitamos una sede y tengo una idea”. Lo miré incrédulo. Habló con Pedro Frontini, un sacerdote franciscano que dirigía las actividades que había en Conventuales, en Canelones entre Ibicuy y Cuareim, hoy Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini. Felipe lo convenció. La ASCEEP fijó su sede en Conventuales. Fue un gran salto cualitativo. Felipe había sido fundamental.
Creamos lo que llamamos el Consejo Asesor Central, que era un primer símil de lo que debía ser el Consejo Federal de la FEUU. Cada centro de estudios tenía que elegir dos delegados. Derecho eligió a Felipe como uno de ellos. Desde ahí fue un gran dirigente de todo el movimiento estudiantil.
Recuerdo algunos episodios. En Derecho resolvimos pedirle una entrevista al decano interventor, Blas Rossi Masella, para que habilitara las reuniones de la ASCEEP dentro de la facultad. Fuimos Felipe y yo. Fue una conversación dura. Nos dijo que el MEC no nos había dado la personería jurídica, por lo que no teníamos legitimidad. Felipe lo miró y le dijo: “Nosotros tenemos la legitimidad que nos dan miles de estudiantes. Usted sólo tiene la de 20.000 bayonetas que lo sostienen”. Todavía recuerdo ese instante. Nunca lo admiré tanto ni lo quise más que ese día. Era valiente.
Cuando organizamos la Semana del Estudiante en setiembre de 1983, fue muy activo. Teníamos dos actos de masas: el final que hicimos el 25 de setiembre en el Franzini y otro no tan grande, pero muy significativo, en el Festival de Canto Popular, en el Palacio Peñarol. Alguien tenía que hablar y lo hizo Felipe. Fue el primer orador estudiantil en un acto de masas de la época. Lo veo leyendo su discurso hasta que, en determinado momento, arruga el papel, lo tira al piso y termina improvisando.
Siempre recuerdo esos años con Felipe. Salíamos tarde de las reuniones, y con amigos y amigas nos íbamos a los boliches de la zona: Sorocabana, el Lobizón de la calle Colonia y tantos otros. Recuerdo a Felipe: parecía un poco hosco, pero, en realidad, era algo tímido, y tenía siempre una gran humanidad. Era un buen tipo.
Recuerdo la vez que me contó la tristeza que vivió cuando mataron a su padre, con su hermana presa, y que la familia, por prudencia, lo mandó a Estados Unidos. Lo que había sido su soledad en aquel país. Años después volvió y obtuvo un posgrado en la Universidad de Columbia.
Sé que la mayoría lo recordará por su brillante trayectoria pública. Uruguay siempre deberá estar agradecido, porque en su última función logró el dragado del canal Martín García. A mí y a tantos de nuestra generación nos pasa que siempre lo recordaremos en sus años jóvenes.
Querido Felo, siempre estarás con nosotros.
Jorge Rodríguez es presidente del Partido Demócrata Cristiano y fue presidente de la ASCEEP desde 1982.