La retracción del Parlamento, los partidos y las organizaciones sociales dejó al Poder Ejecutivo en el centro del escenario político, y el presidente Luis Lacalle Pou se ubicó como director de una especie de “comité de crisis”, que comunica decisiones a la ciudadanía mediante conferencias de prensa.

Recibe y escucha, de vez en cuando, a delegaciones que le plantean propuestas y demandas, pero se ha negado a instalar ámbitos para la búsqueda de acuerdos. Así, no sólo ha minimizado el papel de sus opositores, sino también el de sus socios en la “coalición multicolor”.

Las figuras ejecutivas se fortalecen en tiempos difíciles; estamos en el período de “luna de miel” inicial entre cualquier presidente y la opinión pública, y las medidas adoptadas por Lacalle Pou se han visto acompañadas, hasta el momento, por una situación sanitaria manejable. No llamó la atención que el presidente obtuviera un alto porcentaje de aprobación cuando se publicaron las primeras encuestas en la materia.

Sin embargo, en el estado de ánimo de la gente inciden factores que ninguna perilla presidencial controla. Entre ellos, la combinación de tensiones y hastío causada por el aislamiento, y la disminución de las docilidades que traen consigo, al comienzo, el miedo y la sensación de impotencia.

Además, antes de que se cumpliera un mes de emergencia sanitaria, Lacalle Pou anunció que enviaría al Parlamento su proyecto de ley de urgente consideración. Quizá cedió a la tentación de aprovechar su fortalecimiento, o no soportó postergar más el avance hacia los objetivos que quiere alcanzar. En todo caso, esto último no le pasa sólo a él.

Guido Manini Ríos y algunos dirigentes menores de Cabildo Abierto también empezaron a llevar a la práctica sus propios planes políticos, y Un Solo Uruguay tomó distancia de las gremiales agropecuarias y del ministro Carlos María Uriarte. Es difícil discernir en qué medida esto es causa o consecuencia de un cambio de humor ciudadano, pero el hecho es que aparecen indicios de menor confianza en el Ejecutivo.

Algunos eran bastante previsibles, como la disminución de su apoyo en Montevideo, bastión frenteamplista. Otros fueron inesperados, como la escasa asistencia a escuelas en zonas rurales, donde el oficialismo tuvo un gran respaldo electoral; o la difusión, por parte de la Cámara de Comercio, de un relevamiento que muestra disconformidad con las medidas del gobierno.

El presidente sabe que la situación del primer mes de emergencia no se puede prolongar mucho. Tiene que hacer algo distinto, y la cuestión es qué. Puede apoyarse sobre las convicciones que comparte con su entorno más cercano, y sobre la mitad de la ciudadanía que lo votó; también puede tratar de elevarse sobre lo previsible.

En julio de 2002, el presidente Jorge Batlle nombró ministro de Economía y Finanzas a Alejandro Atchugarry, quien fue clave para la superación de la crisis por su apertura a la negociación de acuerdos. En agosto de 2003, cuando había pasado lo peor, Batlle lo sustituyó por Isaac Alfie, mucho más ortodoxo y rígido. La crisis actual está lejos de ser superada, y Lacalle Pou aún puede elegir qué camino seguirá. Por ahora, no es el de Atchugarry.