No se sabe quién decidió renombrar la Sala de Actos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia con el nombre del torturador inspector Víctor Castiglioni. Esa placa había sido retirada en 2016 y la Sala se había designado con el nombre del comisario general Julio Guarteche.
Es una buena noticia saber que se revió este atropello.
Las expresiones del Director Nacional de Policía, Diego Fernández, sin embargo, han quedado flotando y no hemos escuchado rectificación: “Yo no digo que Castiglioni no haya hecho nada indebido, nada más lejos de mí. Pero si el edificio de la Policía no tiene cimientos sólidos, no va a crecer. Y Castiglioni, con sus claroscuros, fue un referente de una época. Nosotros queremos fortalecer algunas unidades de la Policía Nacional y una de ellas es la Dirección General de Información e Inteligencia. En ese sentido, yo entendí que era un mensaje importante de reconocimiento a su fundador y primer director. Fue un acto de justicia profesional. No fue en contra de Guarteche, ni a favor de si Castiglioni torturó o no a alguien -algo que yo desconozco completamente-, ni a favor de la dictadura, ni tiene ninguna connotación política”.
La integridad, honestidad, profesionalismo y valores de Julio Guarteche fueron mancillados. Guarteche fue quien logró al frente de la Dirección General de Represión del Tráfico Ilícito de Drogas (DGRTID) los mayores golpes a los grupos de crimen organizado que trataban de asentarse en Uruguay. Sin disparar un tiro y sin muertes. Fue una señal. Espero que esta no sea una contraseñal y haya sido solo una canallada de viejos policías que quieren volver al ruedo.
Necesitamos no solo cambiar la placa sino dejar de reivindicar a la vieja policía, la simpatizante de tacho y picana, aquella a la que la población supo no solo tenerle desconfianza, sino miedo.
Julio Guarteche trasciende, él se reiría de todo esto, que esté o no en una placa. Su moral, sus enseñanzas muestran algo mucho más valioso: el principio de autoridad basado en la ética, en el ejemplo de dignidad y respeto a los derechos humanos.
Honrar la memoria, honrar sus enseñanzas
Me honra haber compartido con él un trabajo difícil, complejo, haberlo conocido en lo profesional y en lo personal. Me honra la amistad que nació de esa tarea compartida.
Si vamos a educar en valores, conviene que los y las actuales cuadros de la Policía y los futuros integrantes de la fuerza lean esos conceptos.
Pudimos trabajar en equipo junto él y todo el equipo profesional de la Brigada. Aunando esfuerzos con los equipos de la Junta Nacional de Drogas (JND) y con los de Ricardo Gil, de la Secretaría Antilavado recién creada.
Hablaba frecuentemente con él en su etapa terminal, donde supo tener palabras de humor y de esperanza en el futuro. En su discurso de despedida, dijo: ¨Hay una máxima que lo engloba todo y expresa: ‘Tantas ideas como sea posible, de tantas personas como sea posible, lo antes posible’. No busquemos la gloria personal. He escuchado demasiadas historias contadas en primera persona, incluso de mi propia boca. El yo debe ser sustituido por el nosotros¨.
Así lo conocí
En 2005 me reuní con Julio Guarteche, entonces director de la DGRTID. Las desconfianzas prejuiciosas nos hacían tener una distancia relativa. Pero íbamos a trabajar juntos. Con Jorge Vázquez habíamos definido que lo nuestro no iba a ser una transición de tierra arrasada con mentalidad de Big Bang (todo comienza cuando llegás). Íbamos a escuchar y trabajar con todos y todas aquellas que hubieran acumulado una experiencia y que quisieran efectivamente trabajar en equipo y sin aprovechar los cargos para fines personales.
Fue una amable conversación. Me impresionó su humildad. Traía un dossier que me entregó y todavía guardo. “Romani”, me dijo, “estos son los dineros, autos, motos e inmuebles que han sido incautados y llenan la Brigada y las jefaturas. Bienes que están pudriéndose y no hay mecanismo legal para usarlos”. Ese fue el puntapié inicial para construir lo que es hoy el Fondo de Bienes Decomisados. Construcción institucional colectiva de gran utilidad destinada a quebrar la espina dorsal de las organizaciones criminales y poder reciclar los bienes incautados para fines de políticas públicas.
Las autoridades gubernamentales deberían leer y educar a la Policía con un simple texto: el discurso de despedida del comisario general Julio Guarteche.
Una hoja de vida
Un distinguido compañero del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP) me llamó para contarme, impresionado, el perfil de quien, ahora, iba a trabajar conmigo. Siendo dirigente estudiantil en Florida, insólitamente lo llamó el Jefe de Policía de aquella época. Le propuso gestionar, negociar, con diálogo, la acción de repudio prevista por la asociación de estudiantes para el acto patriótico del 25 de agosto. Pudieron convenir el momento, lugar y oportunidad del repudio previsto. Guarteche fue sencillo, simple, directo: “Uds. quieren manifestarse. Está bien. Pero, fulano, no me complique la cosa delante del Presidente interrumpiendo el desfile. Hagan lo suyo, en determinado lugar y luego del desfile”. Pero en el acto hubo presencia de policías de refuerzo que no eran de Florida y que empezaron a golpear y presionar a los estudiantes que se mantenían a una distancia prudencial del estrado. El compañero, indignado, comenzó a gritar: “Guarteche, ¿en qué quedamos?”. Guarteche vino en persona y puso en orden a los policías díscolos. Todo un homenaje a la gestión de la seguridad y la convivencia en democracia.
En mi vida y en la actividad pública parto siempre de la buena fe.
Las autoridades gubernamentales deberían leer y educar a la Policía con un simple texto: el discurso de despedida del comisario general Julio Guarteche, cuando ya enfermo, renunció a la Dirección de la Policía Nacional. Si hablamos de principio de autoridad, la autoridad moral es la que encabeza todo. Él fue un ejemplo en ello.
Dr. Luis Lacalle Pou, Dr. Jorge Larrañaga, por favor, léanlo.
Algunos párrafos significativos:
“En este mensaje final quiero expresar una serie de reflexiones que como ustedes comprenderán, son fruto de la experiencia propia y de otros colegas, cuyos aportes han resultado significativos para moldear mi forma de pensar. Seguramente cada uno de nosotros desde su lugar puede expresar las suyas. Hay mucho conocimiento y experiencia presentes en este lugar”.
“La criminalidad que sufrimos en gran parte responde a las necesidades de una parte de la sociedad. El crimen organizado y la criminalidad común históricamente se han involucrado en actividades lucrativas para satisfacer las demandas que sectores de esa misma sociedad están dispuestos a pagar. Se hurta porque habrá compradores, se trafica drogas porque habrá consumidores dispuestos a pagar, se fomenta la prostitución infantil porque hay integrantes de nuestra sociedad dispuestos a ponerle un precio a sus aberraciones, se produce la pornografía infantil porque hay individuos dispuestos a consumirla. Casi todos los delitos son para obtener lucro”.
“El prestigio o la buena visión de la institución están basados en lo que haga o deje de hacer uno solo de sus integrantes. Se multiplica por decenas una buena experiencia con la Policía y por miles una mala atención o un exceso. Ninguna de las muchas tecnologías que hemos recibido puede substituir al ser humano. El ser humano es lo más importante”.
“La corrupción es el principal delito a combatir. No importa el país del mundo del que hablemos, ese es su principal delito. En los casos más extremos debilita los sistemas democráticos. No importa de la Policía que hablemos, ese es su principal delito. En cualquier caso debilita a la institución. Sobre la corrupción se deslizan otros delitos generalmente mayores que no solo afectan los derechos y los intereses de los ciudadanos sino que tienen consecuencias sobre la seguridad de los propios policías. Debemos tener en claro que no hay lugar para individuos corruptos en la institución. La corrupción es una tragedia personal, una vergüenza familiar y un golpe a la confianza institucional. Todo a la vez. Hay demasiados ejemplos cercanos y dolorosos como para que esa práctica sea todavía una opción”.
“No solo debemos respetar los derechos humanos sino especialmente la dignidad humana. Partir de una situación de comunicación violenta hacia un diálogo civilizado es una manera inteligente de encauzar las cosas hacia un trato digno para todos”.
Milton Romani Gerner fue embajador ante la Organización de Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas.