La renuncia de Ernesto Talvi al Ministerio de Relaciones Exteriores no implica, por cierto, la primera sustitución de un jerarca en los poco más de cuatro meses del actual gobierno, pero sí la de mayor importancia, y esto hace más llamativa la opacidad del acontecimiento.
Al comienzo de su mandato, el presidente Luis Lacalle Pou afirmó que era “garantía de transparencia”, pero ahora prefiere callar, y Talvi tampoco habla, así que hay que tratar de interpretar lo que pasó con los datos disponibles.
Algunas discrepancias entre ambos se hicieron públicas, y en las dos más notorias (referidas a la cuestión de Venezuela y al voto de Uruguay en la elección del próximo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo) pareció que el presidente quería alinearse con Estados Unidos mucho más que el canciller. Sin embargo, da la impresión de que ese no fue el motivo principal de la renuncia.
Talvi le ganó las internas del Partido Colorado (PC) nada menos que a Julio María Sanguinetti, fue el segundo candidato a la presidencia más votado del actual oficialismo, y parece claro que quiere ir a más, pero cometió varios errores, probablemente por su inexperiencia en la política partidaria y las altas posiciones de gobierno.
Ocupar un lugar en el gabinete, con el funcionamiento que le ha impuesto Lacalle Pou (quien redujo al mínimo las reuniones colectivas y recibe por separado a cada ministro), colocó a Talvi en una posición subordinada y de incidencia acotada, lejos de los asuntos cotidianos que le interesan a la mayoría de la población. Quedó lejos también de la conducción del PC, cuya secretaría general le cedió, quizá ingenuamente, a Sanguinetti, quien además opera en el Parlamento y tiene línea directa con el presidente.
Fue otro error de Talvi adelantar que iba a dejar la cancillería –porque cuando alguien se está yendo, es como si ya se hubiera ido–, y resulta poco comprensible que luego anunciara planes para una “nueva diplomacia económica y comercial”. Tal vez quiso demostrar que dejaba un legado, pero parece poco probable que su anunciado sucesor, Francisco Bustillo, se limite a ejecutar esos planes.
Los últimos trascendidos indican que Talvi ocupará la banca en el Senado para la que fue elegido, pero que recién lo hará el año que viene, y esa pausa de seis meses tampoco es fácil de entender. En todo caso, y desde el punto de vista político, crecer va a resultarle una tarea difícil.
Los votos en el Parlamento de su sector, Ciudadanos, son imprescindibles para la mayoría oficialista, y Talvi puede ponerse difícil con el fin de destacar que Lacalle Pou siempre debe negociar con él, pero esto quizá lo haga parecer alguien que “no deja gobernar”. Además, si otros partidos o sectores entran en el mismo juego, cabe prever resultados indeseables.
En el fondo, el problema es que la “coalición multicolor” tiene menos en común a la hora de gobernar que cuando se unió contra el Frente Amplio, y que Lacalle Pou actúa como si dispusiera de una mayoría propia que le falta. Esto es problemático para el oficialismo, pero más aun para el país.