El 26 de julio nos azotó una denuncia terrible. El periodista Nelson Díaz hizo una publicación en su red social, donde afirmaba que Daniel Viglietti habría cometido abuso sobre una integrante de la familia de diez años cuando él estaba cercano a los 30. La denuncia, a su vez, fue confirmada por una sobrina de Viglietti en sus redes sociales, afirmación que posteriormente eliminó de su cuenta. Las redes sociales estallaron y el desconcierto fue terrible, más aún para quienes hemos crecido con la música de Viglietti y nos ha acompañado en nuestra actividad de militancia de izquierda toda la vida. El 28 de junio Cédar Viglietti, hermano de Daniel, también confirmó lo dicho en la denuncia. A la noche del mismo día, Silvia Viglietti expresó: “Ante los hechos de público conocimiento, me veo en la obligación de hacer la siguiente declaración. La acusación que se ha difundido, que me tiene como protagonista y alude a mi familia, no se corresponde con la realidad. Dicho esto, pido que se guarde respeto por mi persona y mi familia. Es lo único que voy a expresar al respecto”.

Por respeto a lo que manifestó Silvia Viglietti, no me referiré al caso en cuestión, pero intentaré escribir algunas ideas sobre las discusiones que han estado circulando a raíz de él y que lo trascienden.

Cuando escribimos y cuando hablamos tenemos que tener en claro para quién lo hacemos. En este caso, mi foco está en las tantas mujeres que han denunciado y no se les ha creído o en las tantas más que aún no se animan a denunciar por la carga social que implica. A su vez, también me interesa problematizar los cuestionamientos que se realizan cuando se hace una denuncia, retomando algunos que se han expresado estos días.

En primera instancia, un posicionamiento político: cuando se hace una denuncia sobre abuso o violencia, hay que escuchar. Es decir, asumir una actitud de escucha y no realizar juicios a priori que deslegitimen lo que la persona está expresando. En la mayoría de los casos cuesta mucho denunciar porque, entre otras razones, lo primero que se hace es no creer en esa denuncia. Entonces comienzan planteos de la índole: “pero, ¿no será mentira?”, “él es un hombre intachable”, “debe ser por querer llamar la atención”, entre otros cuestionamientos. Primero, escuchar la denuncia. Luego, investigar desde el ámbito que corresponda para ver si el denunciado no es culpable, pero partiendo de la base de asumir lo planteado por la denuncia, no deslegitimarla de entrada. En la gran mayoría de los casos los hombres abusadores o violentos son personas funcionales al sistema, no son seres extraños, son personas que estudian, trabajan, tienen familia, y en varios casos, incluso, son personas carismáticas, queridas o respetadas socialmente; se han elaborado perfiles desde la psicología que contemplan todas estas características.

Algunos de los planteos que circularon en las redes estos días fueron “quieren deslegitimar a la izquierda”, “se busca sacar rédito político partidario por las elecciones departamentales”. Sobre lo primero, abusadores hay de todas las ideologías políticas, en eso no hay discriminaciones (¿qué hago con los audios y llamadas de compañeras angustiadas porque esta situación les movió experiencias propias?; ¿qué hacemos con todo eso?; ¿dónde se vomitan las palabras y los llantos de quien carga abusos en el cuerpo?). Los abusos forman parte de la violencia, y la violencia es estructural a nuestra organización social, atraviesa todos los espacios sociales.

Pero a mí esa afirmación de que “quieren deslegitimar a la izquierda” me impactó mucho y voy a explicar por qué razón. En algunos casos, cuando se comete una violación, quien viola también busca “manchar” al padre o a la pareja de la víctima. Es más, en muchas de estas situaciones la mujer abusada pasa a un segundo lugar y se convierte en un pleito entre hombres (Castañeda, 2020; Segato, 2016). El ultraje del cuerpo de la mujer se convierte en un ultraje moral sobre la familia, particularmente sobre los hombres, un razonamiento por demás machista y patriarcal. Entonces, cuando se dice “quieren deslegitimar a la izquierda” parecería que se está haciendo un razonamiento similar: el abuso a la mujer, niña o niño queda en segundo plano y se coloca en escena al supuesto daño que se puede hacer a la izquierda.

Lo cierto es que esto no deslegitima a la izquierda. No hay que confundir el dolor y la indignación que nos puede causar que alguien de izquierda pudiera cometer un hecho aberrante de estas características, con que esto sea una deslegitimación a la izquierda toda, porque en todo caso de abuso hay responsabilidades directas e indirectas y no se pueden desdibujar. Lo que puede deslegitimar a la izquierda son las posturas y acciones que tomemos, o no, al momento de tratar situaciones de estas características. El proyecto político por una sociedad nueva, sin desigualdades ni discriminaciones, tiene que plantearse también en la batalla de ideas, en la discusión social profunda sobre las estructuras opresivas de género-sexo, racialidad y clase, no por separado sino en su imbricación, en revisar críticamente nuestras prácticas y maneras de relacionarnos (la avanzada conservadora fundamentalista de estos tiempos es terrible, nos demanda mucha atención y acción, pero los debates sobre las opresiones atraviesan a todo lo social –también a la interna de la izquierda–, y en eso es imprescindible colocar fuerzas, es una responsabilidad ética y política).

Cuando se hace una denuncia de estas características y esta no proviene de la víctima directa hay que tener ciertos cuidados porque se podría estar forzando a que se exprese cuando, tal vez, no quiere o no puede hacerlo. Su voz y lo que decida hacer, sin lugar a dudas, es más importante.

Sobre la afirmación “se busca sacar rédito político partidario”, bueno, no vamos a caer en ingenuidades, seguramente algunas personas buscan sacar algún rédito cuando surgen temas así, más aún en campaña electoral por elecciones departamentales. Pero buscar rédito político partidario de un hecho sobre abusos sexuales o violencias no sólo sería de una bajeza total, sino que también habla de lo mal que estaría funcionando nuestra manera de hacer política. Además, analizando desde otro lugar esa afirmación, también parecería que todo se reduce a lo político partidario. ¿No se nos está quedando un poco corta nuestra mirada de lo político? La práctica política no se reduce a lo político partidario; esta última es una parte muy importante en nuestro sistema actual de democracia representativa, pero no podemos reducir todo a lo político partidario, la política es mucho más. La política es la forma que nos hemos dado como humanidad para organizarnos en el mundo, se pone en juego en nuestras prácticas y relaciones cotidianas, en nuestra manera de accionar colectivamente y en los proyectos de transformación que tengamos como horizontes de posibilidad.

Por otro lado, la cultura de la violación se asienta en la impunidad social y en la estructura patriarcal. En el “puede ser mentira”, “mirá cómo estaba vestida”, “seguro se lo buscó”, “ella sí quería”, e infinidad de juicios patriarcales que han permeado lo social.

¿Cuáles son las pruebas? ¿Por qué denunciar después de tanto tiempo? ¿Por qué lo hace por las redes sociales? ¿Por qué algunas mujeres denuncian desde el anonimato? ¿Por qué la víctima recién habla ahora? Estos son sólo algunos en los cuestionamientos que se hacen a la mayoría de las denuncias por abuso sexual. Y esas preguntas tienen respuestas. Porque denunciar un abuso no es algo sencillo de procesar. Porque a veces se necesita que pase un tiempo para poder enfrentar otra vez la situación. Porque a veces no se puede hablar porque quien está alrededor no está dispuesto a escuchar. Por miedo, por vergüenza, por inseguridad, por no querer ni siquiera volver a pensar en esa escena. Nunca es buen momento para hablar de esto, porque es algo muy doloroso. Se habla cuando se puede y de la forma en que se puede. Así como hablar tiene sus costos, callar también los tiene; ninguna de estas dos decisiones son gratuitas para quien carga con estos dolores. Cuando suceden estas formas de violencias y abusos hay complicidades y silencios. Necesitamos romper con esas lógicas, necesitamos poder hablar mucho más de estos temas, necesitamos quebrar estos pactos sociales (“yo sí te creo”, “nunca más tendrán nuestro silencio”, “nunca más solas”).

Los límites entre lo público y lo privado son muy difusos. En casos de violencia o abuso, marcar esos límites puede significar ser parte de la complicidad social. Pero también, cuando se hace una denuncia de estas características y esta no proviene de la víctima directa, hay que tener ciertos cuidados porque se podría estar forzando a que se exprese cuando, tal vez, no quiere o no puede hacerlo. Su voz y lo que decida hacer, sin lugar a dudas, es más importante.

También tenemos que saber escuchar algunos silencios, saber leer entre líneas, porque hay experiencias que cuesta mucho colocar en palabras, e intentar comprender que a veces las formas de enunciar pueden ser difusas pero, a la vez, desgarradoramente profundas.

Escuchemos, no deslegitimemos socialmente de entrada a quien denuncia. Y tengamos en cuenta que hay muchas mujeres, niños o niñas que, tal vez, estén cargando con abusos en el cuerpo, y lo que accionemos o expresemos socialmente sobre estos temas signifique un mensaje de qué camino tomar: hablar o el silencio.

Noelia Correa García es feminista, psicóloga, magíster en psicología social. Docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Doctoranda en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Este escrito, antes de publicarse, lo conversé e intercambié con compañeras y compañeros con quienes desde hace años compartimos espacios de militancia –estudiantil, barrial y feminista–. Agradezco sus lecturas y palabras en medio de esta consternación colectiva.

Referencias

Castañeda, Patricia (2020). Seminario metodologías feministas para la investigación sobre violencia de género y feminicidio. CEIICH-UNAM.

Segato, Rita Laura (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.