En los últimos meses hubo varios actos de violencia que presentan o adquieren una connotación política. Entre ellos, ataques a personas en situación de calle, la golpiza sin motivo claro al ex diputado Juan José Domínguez, las cuchilladas en Salto a militantes frenteamplistas, y disparos contra otros del mismo partido en el Puente de las Américas.
En estos casos, a los que se pueden sumar los abusos violentos contra trabajadores rurales, no sería difícil postular la existencia de un común denominador ideológico de extrema derecha, pero es preciso manejar las interpretaciones con rigor y prudencia, para no contribuir a que el clima se caldee aún más. De todos modos, al mismo tiempo urge que tomemos conciencia de los riesgos y que la sociedad –empezando por las autoridades nacionales, los principales dirigentes políticos y los medios de comunicación– haga todo lo posible para prevenirlos.
Vivimos una época en la que se construyen, con gran rapidez y mayor irresponsabilidad, relatos embrutecedores. Muchas personas consolidan una percepción del mundo en la que se sienten enfrentadas a un enemigo esencialmente perverso, con el que no tiene sentido apelar al diálogo.
Vivimos una época en la que se construyen, con gran rapidez y mayor irresponsabilidad, relatos embrutecedores. Predicar que los frenteamplistas son siempre corruptos y mentirosos conduce al menosprecio de las denuncias y fortalece a los victimarios. A su vez, entre quienes se convenzan de que los desbordes son amparados –o incluso impulsados– desde el gobierno nacional puede crecer la idea de organizarse para la autodefensa. ¿Hace falta explicar hacia dónde conduce todo eso?
Quienes eligen usar estas armas pueden terminar como aprendices de brujo, desatando fuerzas que no son capaces de controlar. Quizá haya también quienes lo hacen en forma deliberada, porque apuestan a crear una situación en la que se los vea como salvadores. Es muy acertado lo que dijo el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, ante las amenazas del grupo de extrema derecha Nova Ordem de Avis-Resistencia Nacional: hay que impedir procesos que socaven la credibilidad de la democracia.
No es gratis machacar, desde un lado o el otro, con que medio país es irrecuperable. Predicar que los frenteamplistas son siempre corruptos y mentirosos conduce al menosprecio de las denuncias y fortalece a los victimarios. A su vez, entre quienes se convenzan de que los desbordes son amparados –o incluso impulsados– desde el gobierno nacional puede crecer la idea de organizarse para la autodefensa. ¿Hace falta explicar hacia dónde conduce todo eso?
Ayer, a 52 años del asesinato de Líber Arce, se conmemoró el Día de los Mártires Estudiantiles. Es muy legítimo que el homenaje reivindique los compromisos que les costaron la vida, pero también resulta necesario construir, todos los días, una sociedad en la que sea posible conquistar cambios sin que aumente la lista de personas muertas.
No se trata de arriar banderas ni de renunciar a la confrontación. Se trata de hacer política y no politiquería. Quizá estemos, incluso, pagando el precio de un excesivo temor al conflicto, que nos acompaña desde la salida de la dictadura. Los conflictos existen; negarse a llamarlos por su nombre y a organizarlos en la disputa democrática poco contribuye a que se resuelvan, y puede facilitar que se manifiesten en formas menos deseables.
Si la política no se hace cargo de los conflictos, estos continúan, como decía Carl von Clausewitz, por otros medios. Debemos evitarlo.