El impacto que ha tenido la divulgación de las actas del tribunal de honor a Gilberto Vázquez es llamativo, y parece ser más anímico que racional. Esto no sorprende: está muy estudiado que los factores emocionales tienen cada vez más que ver con la repercusión de las noticias, y es muy necesario analizar qué pasó con esta.
Los hechos
Que esas actas se hayan ocultado en 2006 es, sin duda, relevante, pero no porque haya tenido alguna consecuencia en el proceso judicial contra el represor, ni porque haya impedido avanzar en alguna otra investigación acerca del terrorismo de Estado.
El coronel Vázquez, en un intento de comprometer a los integrantes del tribunal de honor, admitió haber cometido delitos por los cuales de todas formas fue condenado y cumple hasta hoy condena. Lo que dijo sobre otros temas ya era sabido y fue establecido en numerosos fallos de la Justicia, sin que el ocultamiento de las actas lo impidiera. No hay bases para afirmar que la divulgación en su momento de aquellas actas hubiera permitido un avance más rápido de la búsqueda de verdad y justicia.
La principal y casi única revelación tiene poco de sorprendente: hace 14 años, los altos mandos del Ejército fueron responsables de que no se conocieran declaraciones que, sin constituir legalmente una confesión, contribuían a confirmar que el terrorismo fue realmente de Estado, no “excesos” aislados sino acciones planificadas y ejecutadas mediante instituciones estatales.
Tal conducta de los mandos no puede llamar la atención porque, antes y después, hubo muchas otras acciones y omisiones, militares y civiles, con el mismo propósito de ocultamiento. En 2006, su objetivo principal ya no era impedir la acción judicial, que había comenzado con los gobiernos nacionales del Frente Amplio (FA), sino apenas lograr una reducción de daños, y en este sentido tampoco fueron muy exitosas.
Es posible plantear, ahora, que en 2006 se podría haber sospechado que era importante obtener y leer esas actas, que no habían sido entregadas y sobre cuyo contenido no se había informado. Eso no habría tenido grandes consecuencias desde el punto de vista judicial, pero habría permitido que la conducta desleal de los mandos de la época fuera sancionada. Como sabemos hoy, los posibles relevos no daban para entusiasmarse, pero algo habría sido algo.
Una posible causa del impacto
El efecto anímico de la noticia perturbó, desmoralizó o indignó a numerosas personas de izquierda, informadas y politizadas. Muchas de ellas no supieron qué pensar ni atinaron a responder cuando se afirmó o se insinuó –sin aportar ninguna prueba– que las autoridades frenteamplistas de aquella época ocultaron las declaraciones de Gilberto Vázquez ante el tribunal de honor. O que, por lo menos, cometieron un acto de irresponsabilidad con graves consecuencias, que de algún modo empañó o desvirtuó todo lo que el FA representa y todo lo que hizo, en esta materia, desde el gobierno nacional.
El fenómeno no tiene una relación directa y lógica con los hechos, y quizá expresa otras amarguras, flaquezas e incertidumbres. Para empezar, las vinculadas con la derrota del año pasado. No apenas con el resultado electoral, sino con el rechazo mayoritario de la ciudadanía después de 15 años de gobierno nacional, y la sensación de que en ellos no se hizo todo lo que era indispensable.
El inicio formal del muy mentado proceso de “autocrítica” fue postergado por la dirección del FA hasta después de las elecciones departamentales, que a su vez fueron postergadas debido a la covid-19, y el paso de los meses no es inocuo. Profundiza la desazón, potenciada por el distanciamiento que impuso la emergencia sanitaria. Sería muy saludable definir cuándo comenzará ese proceso, pero su desarrollo dependerá mucho de quiénes y cómo participarán en él.
Otras causas y otras urgencias
El FA desarrolló históricamente criterios y normas para demarcar su identidad, y a la vez reguló las relaciones entre las personas y las organizaciones que lo integran, así como sus vínculos con el resto de la sociedad.
Algunas de esas reglas de juego fueron heredadas de la experiencia izquierdista anterior; otras resultaron de procesos posteriores a la fundación del FA. Hoy son anacrónicas en muchos aspectos, con independencia de que antes hayan sido acertadas o erróneas. Pero lo más grave es que no han sido reemplazadas por otras mediante un acuerdo colectivo. Se hace de cuenta que siguen vigentes, aunque en la vida política real no se apliquen ni se puedan aplicar.
Supongamos que una persona decide hoy incorporarse al FA. ¿Qué se le exige? ¿Qué información y formación recibirá? ¿Qué vínculos nuevos y productivos se le ayudará a establecer con el resto de quienes figuran como integrantes de la fuerza política? ¿De qué maneras se supone que contribuirá a enriquecer la relación del conjunto del FA con quienes no lo integran?
Las respuestas pueden ser mucho más desalentadoras que las presuntas revelaciones sobre el tribunal de honor de 2006. Sin embargo, y pese a todas las carencias actuales, hay una enorme riqueza disponible, como se vio entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones del año pasado.
Los derrotados cuando el FA llegó al gobierno nacional tardaron mucho en digerir lo que había ocurrido y tomar medidas útiles para levantar cabeza. De todos modos, no han adquirido destrezas insuperables. Si al FA de hoy lo sacuden soplando, esto se debe muchísimo más a su propia debilidad que a la potencia de sus adversarios. Varios de ellos simplemente han aprendido, con el apoyo de algunos especialistas, a utilizar ardides modernos para incidir sobre la opinión pública.
Esos ardides requieren y consolidan un tipo de sociedad. La izquierda debería usar las nuevas tecnologías para construir relaciones sociales distintas. No se trata de formar una secta, sino de reactivar diferencias, y sobre todo de recrear y profundizar el viejo lema de la “unidad en la diversidad”. El camino será largo, y por eso es necesario empezar a recorrerlo cuanto antes.