En pocos días visitaron Uruguay dos altos funcionarios estadounidenses. Primero el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, y luego Juan González, principal asesor sobre América Latina del presidente Joe Biden. Llegaron en el marco de sendas giras por la región, que reflejan el interés de Washington en fortalecer su influencia y contrarrestar el creciente avance chino.
China no sólo se ha hecho muy fuerte en las relaciones comerciales, sino que además desarrolla, en el marco de la pandemia de covid-19, una pujante “diplomacia sanitaria” como proveedor de vacunas. Estados Unidos perdió por ausencia en ese campo de juego: su prioridad en los últimos tiempos fue acaparar más dosis de las que necesita –contribuyendo a generar escasez en gran parte del mundo– e inmunizar con rapidez a su propia población, para revertir las consecuencias catastróficas de la actitud prescindente que adoptó, durante demasiado tiempo, Donald Trump.
En el caso particular de Uruguay, el gobierno chino rescató al presidente Luis Lacalle Pou de una situación complicada. El año pasado, la confianza excesiva en que la pandemia seguiría bajo control y la apuesta al mecanismo Covax sin un “plan B” aceitado metieron al Poder Ejecutivo en un brete. Lacalle Pou, que se permitió incluso rechazar ofertas de acceso a la Sputnik V rusa, llegó a sostener que Uruguay tardaba en cerrar acuerdos para conseguir vacunas porque quería elegir la mejor, pero lo real es que terminó comprando lo que pudo, y los resultados podrían haber sido mucho peores sin la intervención de Pekín.
Las grandes potencias no suelen actuar por pura bondad. González dijo que China practica “un mercantilismo de vacunas para conseguir beneficios políticos”, y que cuando Biden cumpla con sus objetivos de vacunación interna se propone colaborar con otros países “a cambio de nada”, pero es obvio que también Estados Unidos busca sus propios intereses, que no necesariamente coinciden con los de Uruguay y que a menudo han resultado nefastos para nosotros.
De todos modos, la política exterior uruguaya puede tratar de aprovechar con inteligencia la pugna entre potencias mundiales, como lo hizo muchas veces en escala subregional, pendulando entre Brasil y Argentina sin alinearse por completo con ninguno de los dos.
La inteligencia es necesaria para negociar agendas de cooperación que realmente nos beneficien, y también para no incurrir en actos de obsecuencia que en definitiva nos devalúan, como votar por el candidato de Trump para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo, dándole la espalda a la región.
La agenda planteada públicamente por González, con énfasis en la lucha contra “el narcotráfico y el terrorismo”, no se adecua a las necesidades uruguayas en estos tiempos de crisis e implica grandes riesgos, porque la cooperación estadounidense en políticas de seguridad siempre se ha parecido mucho al intervencionismo imperialista. Si el Poder Ejecutivo considera prioritario fortalecer el aparato represivo, sería bueno que lo dijera en voz alta, para que el país entero pudiera discutirlo.