La Cámara de Representantes trató el proyecto que crea el programa Oportunidad Laboral. Lo aprobó el miércoles, por unanimidad, pero la sesión fue suspendida unos minutos debido al alboroto iniciado cuando la diputada nacionalista Nancy Núñez, quien ocupa una banca por el departamento de Paysandú, se refirió al tema en discusión.
Núñez dijo que era correcto pedirles “una retribución” a quienes no cuentan con ingreso alguno porque hay que “darles dignidad”, en vez de “tenerlos comiendo siempre en las ollas populares”, y que “los uruguayos no son ni vagos ni atorrantes”. Esto último lo dijo en alusión a expresiones del expresidente José Mujica, pero quizá la diputada no se percató de que, con independencia de la intención política, sus palabras se parecían mucho a sostener que en las ollas populares come gente vaga, atorrante y sin dignidad. O quizá sí se percató.
También ese día, en la Comisión de Defensa Nacional de la misma cámara, los legisladores del Frente Amplio (FA) se retiraron tras un altercado con el ministro Javier García, quien había traído a colación la postura del Partido Comunista de Uruguay ante los comunicados militares 4 y 7, en febrero de 1973, para vincular a comunistas y frenteamplistas con la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) y la dictadura instalada ese año.
El estilo barrabrava avanza también en los ámbitos institucionales, y lo que se cancela es la política concebida en términos democráticos.
Dos veces en una jornada es mucho. Sobre todo en la sede de un poder del Estado que, para establecer normas sociales de convivencia civilizada, debe parlamentar. Estamos ante síntomas de un problema importante.
El ministro García, sin referirse expresamente al episodio mencionado, afirmó a la salida de la comisión que “la vida en sociedad es entender que el otro tiene razones y buenas intenciones”. Pero agregó que él no permite que se ponga en duda su “vocación democrática”, cosa que al parecer pensaba que había ocurrido, un rato antes, cuando los representantes del FA plantearon la posibilidad de que hubiera alguna semejanza entre la política de defensa del actual gobierno y la DSN.
Esto implica la creencia en que la confrontación política pone en juego capitales simbólicos de honor y prestigio, de modo que ante un ataque hay que replicar con otro, para no perder esos atributos. Plantarse y no correr, como establecen las normas machistas del “aguante” en las barras bravas del fútbol, que ha estudiado entre otros el argentino Pablo Alabarces.
El aguante configura una identidad colectiva basada en la existencia de enemigos. Su ideal de victoria es –paradójicamente– cancelarlos con un “no existís”, erradicarlos. Y si esto no es posible, por lo menos humillarlos, someterlos.
Un considerable número de personas aplica estos criterios al participar en debates políticos, y aunque entre ellas hay integrantes del Poder Legislativo, por lo general el escenario en el que actúan como hinchas es el de las redes sociales, donde un premio codiciado es protagonizar un video titulado “Fulano destruyó a Mengano”. A la vista está que el estilo barrabrava avanza también en los ámbitos institucionales, y lo que se cancela es la política concebida en términos democráticos.