El domingo 12 de septiembre se celebraron las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en Argentina que definieron los candidatos de los partidos para las próximas elecciones parlamentarias de mediados de noviembre. Los resultados, si bien no definen ganadores y perdedores en porcentajes, definen tendencias y estas fueron completamente sorpresivas. Ni el oficialismo ni las encuestas anticiparon la derrota general del partido en el gobierno –total nacional de los votos– ni la derrota estratégica de la Provincia de Buenos Aires, sede del poder territorial del kirchnerismo, socio fundador y fundamental del gobierno.

La derrota electoral del domingo causó un terremoto político dentro del oficialismo de tal dimensión que se prevé un escenario político muy tenso para los próximos dos años que le queda de gobierno. Si bien las causas y motivos de este resultado electoral pueden ser muchas, hay tres centrales en la explicación de este resultado.

Los tres motivos de la derrota

Argentina ha tenido durante más de diez años entre 30% y 42% (actualmente) de la población bajo la línea de pobreza. Una situación estructural, ajena a gran parte de la historia argentina del siglo XX, que se ha traducido en un malestar generalizado y que está provocando cambios importantes en la organización y manifestación colectiva del reclamo social. Los nuevos actores, nuevas lógicas de acción colectiva y nuevas demandas son cuestiones que el gobierno, en la situación actual, no puede interpelar.

Otro de los motivos es el manejo erróneo de la situación generada por la pandemia, un aspecto que está afectando a la mayoría de los gobiernos de la región. En el caso argentino, se sigue tratando la pandemia como una cuestión sanitaria cuando el remedio no es sólo sanitario sino político, ya que depende de la provisión de vacunas. Además, hace meses que la población presenta signos de agotamiento debido a la pérdida de empleos, de ingresos, encierros, falta de escolaridad, carencia de esparcimiento o imposibilidad de viajar a raíz de la pandemia. Pretender que ese malhumor social no se transforme en votos de rechazo a los oficialismos es una quimera, más allá del mayor o menor éxito en las campañas de vacunación.

El tercer motivo tiene que ver con los problemas generados a partir de las coaliciones de gobierno. Es decir, las alianzas partidarias, de sectores internos de los partidos, de partidos y movimientos sociales sirven para ganar elecciones pero dificultan la acción de gobierno. Una vez en el gobierno, las coaliciones muchas veces empiezan a desplegar tensiones internas que dificultan la gobernabilidad.

Pues bien, en las elecciones nacionales de 2019 no se formó una coalición de gobierno entre Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández, sino una coalición de poder. Es decir, un reparto del poder político a fin de ganar una elección que el kirchnerismo sospechaba que solo no podía obtener.

El “voto bronca” existió, pero no explica, en su totalidad, la derrota oficialista a menos de dos años de haber asumido el gobierno.

Pero si una coalición de gobierno encuentra escollos para gobernar, para un gobierno con poder dividido la dificultad es mucho mayor. Y ante este contexto de crisis socioeconómica y pandemia, la división del poder político se ha hecho ostensible, sobre todo en los últimos meses.

Entonces tenemos tres motivos fundamentales que explican la derrota oficialista. Por su parte, la coalición ganadora está conformada por el PRO –del macrismo, con Mauricio Macri un tanto apartado intencionalmente– y la Unión Cívica Radical (UCR), partido centenario con tradición y territorio que se recuperó gracias a algunos candidatos que provienen de fuera de la política y que potenciaron la alianza ganadora.

A su vez, esta articulación exitosa establece una alianza “ganar-ganar” ya que el PRO, ahora bajo el liderazgo renovado del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, ingeniero de la nueva alianza, vuelve a posicionarse para 2023 con mucha fuerza luego de la derrota de 2019. La UCR, a su vez, recupera prestigio, votos y representaciones parlamentarias luego de la crisis de 2001 y la debacle del expresidente Fernando de la Rúa.

El “voto bronca” existió, pero no explica, en su totalidad, la derrota oficialista a menos de dos años de haber asumido el gobierno. En todo caso, la deriva más genuina del voto bronca en esta elección la constituyó la emergencia del liderazgo de Javier Milei, de Avanza Libertad, una opción libertaria con un discurso antipolítico extremo y que durante la campaña arrastró a miles de jóvenes y el domingo obtuvo en Buenos Aires más de 13% de los votos.

Las PASO, además de habilitar a los partidos y candidatos, define tendencias para la elección parlamentaria del 14 de noviembre. ¿Podrá el gobierno revertir el resultado? Si en política es difícil anticipar resultados, que lo digan las encuestadoras que, una vez más, fallaron. Sin embargo, ante semejante resultado parece muy complicado que el gobierno pueda revertir la situación. De mantenerse la tendencia, más allá del panorama que se abre para las presidenciales de 2023, el oficialismo sufriría la pérdida del cuórum propio en la Cámara de Senadores.

¿El domingo 12 fue un “cisne negro” en las elecciones en Argentina? No, pero el resultado fue absolutamente inesperado.

Diego Raus es profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Este artículo fue publicado originalmente en www.latinoamerica21.com.