Nos hacemos cargo y se acabó el recreo. Esas fueron dos afirmaciones que se escucharon como un látigo día y noche en la campaña electoral de 2019. También prometieron estar preparados. Gran parte de las personas que votaron al actual gobierno y a su coalición lo hicieron porque les prometieron y repitieron la frase de “se acabó el recreo para los delincuentes”. Pasaron tres años de aquellas pomposas promesas y estas se fueron diluyendo, desapareciendo como el humo y dejando lugar a una realidad cada día más dura, cada día más difícil de tragar y digerir.

Hoy los delitos siguen en aumento. Como afirmó hace unos días el presidente del Centro de Almaceneros Minoristas, Baristas, Autoservicistas y Afines del Uruguay (Cambadu): “Los comerciantes minoristas, si no hay sangre, ya no denuncian”. Esto quiere decir que los datos brindados por el Ministerio de Interior no son reales. Lo que no se puede ocultar es la cifra de los asesinatos, que siguen en aumento, aunque también se ha intentado retocarlos con el incremento de las muertes dudosas.

Recordemos que durante la pandemia el gobierno ostentó que había sido su gestión la que había bajado los delitos. Salieron rápido a presentar esos datos: parecían estar de campaña. En varios barrios populares es común escuchar las ráfagas de armas de fuego automáticas, con un poder intimidante para toda la población. Hoy son al aire, ¿y mañana quién asegura que cambie el destino de esas balas y se dirijan a otro lado? Por supuesto, una vez que los vecinos se acostumbran pasan a ser “sonidos” habituales; lamentablemente es parte del “lenguaje sonoro” de cierta parte de la ciudad y cientos de niños van creciendo con él.

Los casos de asesinatos y crímenes son cada día peores. Si bien habían sucedido algunos casos brutales en años anteriores, hoy son cada día más comunes. Este año fueron decenas las personas prendidas fuego, desmembradas y dejadas en descampados o en bocacalles. Estos hechos son terribles porque la sociedad va perdiendo la sensibilidad y se va acostumbrando a esas noticias o a vivir en el barrio con esas situaciones.

Es verdad que el gobierno tiene una gran deuda con estos hechos, y más responsabilidad luego de colocar en la Torre Ejecutiva a una asociación para delinquir. Pero buena parte de la sociedad apoya a este gobierno. Y si bien es un tema de clase, porque los malla oro apoyan abiertamente al gobierno porque los beneficia desde el día cero, también hay sectores populares que lo apoyaron y aún lo apoyan. Los procesos político-sociales siempre son complejos.

La Torre Ejecutiva: ¿un nido de delincuentes?

Y luego, el caso de las prácticas de corrupción en la Torre Ejecutiva, donde hombres de confianza de los dirigentes del Partido Nacional (partido gobernante, en los hechos: los demás aliados del gobierno guardan un gran silencio con respecto a este tema) mantenían montada una asociación para delinquir a metros del presidente. Todos los días aparecen novedades al respecto y esto parece no tener fin.

Pero nadie se hace cargo de semejantes actos de corrupción. Los delincuentes intentan obstaculizar el accionar de la Justicia. Sin dudas, como ha quedado demostrado, hay altos cargos policiales que están involucrados, también hombres de confianza del Poder Ejecutivo actual.

Ante esta situación, estos dirigentes del Partido Nacional buscan “atorar” de denuncias al sistema judicial para enmarañar y que nada quede claro de esta situación. Lejos de hacerse cargo como prometieron, buscan responsabilizar a la oposición política, o al sistema judicial por no poder avanzar en esas denuncias.

Parece difícil de creer que no haya tenido repercusiones en el imaginario social toda esta situación que rodea al presidente y su elenco más cercano (fue citado a declarar a Fiscalía como testigo el secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, que hasta hace unas semanas era la “continuidad” del gobierno). Se escucha en un almacén, en una farmacia, en una carnicería, hablar de este escándalo país. Hasta el cerco mediático se va angostando y no pueden negar que se trata de enormes actos de corrupción que le hacen un daño inmenso a la democracia y a todo el país.

Héctor Altamirano es docente de Historia.